El sector público y el privado se esfuerzan por tender puentes entre las compañías y los investigadores, para propiciarun círculo virtuoso en el que los avances puedan llegar al mercado; la rueda de esta iniciativa ya empezó a girar.
La imagen del científico como un genio de guardapolvo blanco despeinado y esquivo del mundo exterior a su laboratorio es un prototipo de ficción. En un mundo global y competitivo, correr la barrera del conocimiento no es un mero desafío intelectual, sino cada vez más una actividad vital para el desarrollo productivo de los países.
El sector público y el privado se esfuerzan para tender puentes entre los investigadores y las empresas, y generar un círculo virtuoso en el que los avances puedan convertirse en negocios. El fin último es que haya una mayor bajada a la sociedad, para producir beneficios concretos.
En la Argentina, los espacios de impulso y de encuentro se han multiplicado en los últimos años. Programas de financiamiento, mesas redondas y hasta una incubadora de proyectos científicos demuestran los intentos de capitalizar el potencial del conocimiento que conduzca a la innovación.
Las reflexiones surgieron, justamente, en un nuevo ámbito de discusión. A fines de noviembre, el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) y el Centro de Innovación Tecnológica, Empresarial y Social (Cites), del Grupo Sancor Seguros, organizaron el Primer Seminario Federal destinado a debatir acerca del «Desarrollo federal de un ecosistema productivo de alta tecnología».
Durante la jornada, se destacaron algunos logros del Ministerio de Ciencia y Tecnología conducido por Lino Barañao, el único ministro del kirchnerismo que mantuvo su cargo en el gobierno de Mauricio Macri. La continuidad fue uno de los aspectos que distintos oradores valoraron como positivos en relación con la necesidad de que las políticas públicas acompañen los tiempos extensos de la ciencia, para que pueda consolidarse como un pilar estratégico de un plan nacional.
El contraste se estableció con las condiciones económicas adversas de inestabilidad que desalentó la inversión, sobre todo en esta área, que en general apunta al largo plazo. Por caso, se expuso que para el desarrollo de un anticuerpo monoclonal son necesarios US$ 100 millones, teniendo en cuenta la cantidad de fracasos necesarios antes de llegar al mercado.
En este contexto, se evidenció además la importancia de avanzar en la conexión de los científicos con las empresas, para que la innovación sea coordinada con fines productivos. Desde esta mirada, no se trata de vestir al científico de empresario, sino de lograr una articulación, incluso con entrepreneurs.
Carlos Melo, Director de Ciencia y Tecnología del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que depende del Ministerio de Desarrollo Económico, evaluó la acción de la cartera nacional. «La creación del ministerio [en diciembre de 2007] es algo virtuoso; desde allí se trabajó bien, aunque se puede hacer mejor», dijo. Y describió el que, en su opinión, debe ser el próximo paso para seguir construyendo: «Durante muchos años se hizo foco sobre la ciencia y luego se comenzó a trabajar en la tecnología e innovación productiva. En los próximos años, tenemos que apoyar a la ciencia básica, que es fundamental; tiene que ser mucha y de alta calidad, porque sin una masa crítica no existe tecnología e innovación. Pero debemos mejorar un área específica y focalizarnos en que esa ciencia se aplique y sea utilizada para mejorar la calidad de vida de la gente, en lo social, en lo económico o en lo industrial».
De acuerdo con las cifras publicadas por el ministerio de Barañao, en su gestión anterior el presupuesto destinado a la cartera se incrementó de $ 1138 millones, en 2008, a 7106 millones de pesos, el año pasado. El financiamiento externo fue desde los $ 330 millones hasta los 780 millones de pesos en un período de siete años.
La cantidad de proyectos financiados tuvo un crecimiento más modesto: la cifra trepó de 2134, en 2008, a 2500, en 2015. En dinero, los montos otorgados sumaron este último año en más del doble, con $ 1400 millones, aunque el análisis debería descontar el efecto de la inflación que se desbocó en los últimos tiempos.
El desarrollo de la ciencia y la tecnología, teorizó Melo, permite competir con diferenciales tecnológicos, además de hacerlo con las ventajas naturales y geográficas que tiene la Argentina, y así evitar que la competitividad dependa de salarios bajos. El beneficio, señaló, radica en generar productos y trabajo de mayor valor agregado, y contribuir con ello al PBI.
«El 40% de nuestras exportaciones son soja; lo hacemos porque tenemos ventajas competitivas y está bien, hay que empujar la actividad y mantenerla. La cosecha aporta unos US$ 20.000 millones por año a la Argentina. En Israel, el instituto Weizmann produjo patentes que equivalen a esa suma. Ése es el inmenso valor que tiene la ciencia llevada a tecnología e innovación», comparó Melo. Sobre el mismo escenario, la soja misma fue uno de los ejemplos de ese impacto, cuando se destacó el desarrollo local de plantas tolerantes a la sequía.
Según expuso el funcionario, el plan nacional en el sector tiene entre otros objetivos aumentar la inversión como porcentaje del PBI, algo que depende de la creación de un marco económico de confianza.Otros propósitos del programa a futuro apuntan a agilizar y ampliar el financiamiento, mejorar los salarios de los científicos y aumentar la cantidad y mejorar en el sistema de evaluación y negociación de patentes.
La ciudad de Buenos Aires concentra alrededor de un tercio de la capacidad de investigación existente en el país, y una gran cantidad de empresas. El próximo paso desde el sector público será unir las puntas, teniendo en cuenta los requerimientos de las empresas para que puedan sacar provecho de esa capacidad intelectual disponible. La dirección de ciencia y tecnología porteña cristalizará en 2016 algunas iniciativas, como un sistema de vinculación tecnológica para negociar patentes y hacer seguimientos de mercado, en el que ambas partes obtendrán beneficios.
Roberto Salvarezza, presidente del Conicet, desglosó las herramientas con las que el organismo se acerca a las organizaciones. Uno de los programas es el que traslada a investigadores pagados por el Conicet al ámbito corporativo para el desarrollo de innovación. «Al igual que los doctores que ponemos a disposición, esto es muy poco usado por las empresas. Habría que ver por qué no se acercan a requerir más recursos humanos», señaló. Otro modelo es el de asociación, como con YPF, que pone 51% de los recursos y el Conicet, 49%. Distinta es la dimensión del caso de Geomap, una pyme salteña donde el Conicet aportó 49% del capital y los investigadores.
Al mismo vínculo dedicó esfuerzos la Fundación Sadosky, que organizó mesas redondas como ámbitos de colaboración entre investigadores de universidades y empresas, para promover proyectos de innovación y desarrollo conjunto, comentó Alejandra Alvaredo, directora de vinculación tecnológica de la fundación, que integró el público de la jornada. Por caso, en uno de los encuentros, se presentó la oferta de laboratorios de imágenes digitales a firmas socias de la Cámara de Empresas de Software y Servicios Informáticos (Cessi). En 2016, la fundación planea implementar esta modalidad en otros destinos como Rosario.
En Santa Fe es donde Sancor Seguros erigió la primera incubadora de proyectos científico-tecnológicos. El Cites, dirigido por el anfitrión del evento Nicolás Tognalli, acuña y financia iniciativas de bio y nanotecnología, informática y otras.
En la provincia (al igual que en Córdoba, por mencionar otro caso) se trabaja activamente para diversificar la matriz productiva. El parque tecnológico Litoral Centro y la agencia de promoción que actúa como organismo de financiamiento son parte de ese plan, contó Eduardo Matozo, ministro de Ciencia y Tecnología de Santa Fe. Las metas de innovación tienen en cuenta a la industria: «En la composición de costos de un vehículo de alta gama, el software representa más de 10%, y para ser parte de eso, es clave el desarrollo de las TIC; es una carrera que no tenemos que perder», señaló. Los emprendedores están en la base de este y de otros desarrollos como los que surgen de la Universidad del Litoral. «No tiene sentido que un investigador se ocupe de la logística o del comercio exterior», dijo Matozo. Ponerse esos sombreros lo acercarían más al fracaso que al éxito.
Para garantizar el financiamiento, la provincia piensa en implementar el modelo israelí, que consiste en la coinversión pública con los privados. En este caso, por cada dólar privado, el Estado aportaría tres o cuatro.
Carlos Lerner, presidente del Foro de Ciencia y Tecnología de la Bolsa porteña, proyecta apalancar ideas desde allí con el lanzamiento de un fideicomiso. El círculo virtuoso ya empezó a girar.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1858517-ciencia-y-empresas-unidas-para-hacer-negocios