Pobreza, inseguridad, discriminación, violencia y conflictos armados son algunas de las causas más comunes para la migración en contexto de expulsión forzada. Se trata de una migración que genera vulnerabilidad; que obliga a miles de africanos a arriesgar la vida (y perderla) en un intento por alcanzar las costas de un país que no los acepta. Sin embargo, esta migración en condiciones de precariedad -y sus consecuencias- no son exclusividad de África. En Centroamérica un proceso similar se desarrolla y tiene las mismas trágicas consecuencias. Se trata de un naufragio en tierra firme.
Más de 700 desparecidos en el mar Mediterráneo (algunos medios hablan de hasta 900 personas) es el saldo del naufragio del pequeño barco que volcó cerca de la costa de Libia el pasado domingo cuando trataba de alcanzar la isla de Lampedusa, el punto más al sur de Italia. Se trataba de un contingente de migrantes de origen africano que incluía -según las estimaciones- aproximadamente 500 hombres, 200 mujeres y unos 50 niños y niñas.
Esta tragedia pone en relieve la precariedad de las condiciones en las que transita el migrante durante su trayecto en busca de una mejor vida. Precariedad que lo expone a una muerte absolutamente evitable (como en este caso) pero que lo expone además a ser víctima de discriminación, de agresiones físicas, abusos sexuales, secuestros, extorsiones, maltrato por parte de civiles y autoridades o incluso a ser reducido a la esclavitud.
Las condiciones socioeconómicas de las personas obligadas a migrar -por la imposibilidad de sobrevivir en sus comunidades de origen- facilita aún más el trabajo de quienes se dedican a lucrar con la desgracia ajena ante la pasividad, el desinterés o la simple inoperancia de los gobiernos que deberían velar por los derechos y el bienestar de todas las personas que circulan o desean circular por su territorio.
El abuso y la explotación de los flujos migratorios en condiciones de precariedad es un flagelo que afecta por igual a todas las regiones del mundo donde un país con alto grado de desarrollo económico se encuentra físicamente cerca de otro(s) país(es) con bajos ingresos per cápita. En este sentido, el fenómeno migratorio del norte de África es muy similar al flujo humano que recorre Centroamérica con destino a los Estados Unidos principalmente.
Causas de la migración
Ya al examinar las causas de la migración las primeras similitudes aparecen: pobreza, falta acceso a oportunidades de trabajo, inseguridad, altos índices de criminalidad, conflictos armados internos o internacionales, reunificación familiar y vulnerabilidad climática destacan en ambas regiones como los principales motivos para buscar un mejor lugar para vivir.
Pobreza, discriminación y conflictos armados en sus países de origen, junto al deseo de una mejor vida son las principales causas de los flujos migratorios africanos. A esto se suma la superpoblación de ciertas regiones del continente (África tiene un índice de crecimiento poblacional superior al 2%, el más alto del mundo), el desempleo y la inequidad en la distribución de la riqueza.
Respecto a Mesoamérica, aunque históricamente las migraciones se pueden considerar como una parte intrínseca de la conducta humana, este fenómeno se ve intensificado en el corredor centroamericano por una combinación de factores económicos, sociales y ambientales, que hacen que el tránsito hacia los Estados Unidos tenga el mayor flujo migratorio del mundo. Sin embargo, ese flujo ha disminuido producto del recrudecimiento de las políticas y prácticas de expulsión y control en la frontera estadounidense, lo que ha aumentado el riesgo para los migrantes y ha aumentado la separación familiar.
En el caso de los migrantes centroamericanos -principalmente de los países del CA 4 (Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua)- las condiciones socioeconómicas en sus países de origen son una de las principales razones para migrar. Otra razón es la inseguridad ciudadana provocada por las maras (nombre con que se conoce a los grupos organizados de jóvenes que se dedican a actividades delictivas), el narcotráfico y el crimen organizado, que afecta principalmente a los países del triángulo norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala).
A menor escala también son un causal de migración los fenómenos naturales (volcanes, terremotos, huracanes, ciclones y tormentas tropicales) y los efectos del cambio climático, tales como: el fenómeno de El niño (sequías) y La niña (mayor nivel de precipitaciones).
El origen y el destino de los flujos
Tanto el flujo migratorio norafricano como el centroamericano son considerados de tipo Sur-Norte. O sea, de países en vías de desarrollo hacia países industrializados. Esta caracterización es importante pues aunque las causas para migrar son muy variadas, queda claro que ambos flujos se vinculan a “huir” de un contexto poco propicio para la subsistencia, el bienestar y la prosperidad.
Respecto de su origen, el flujo africano tiene 3 raíces principales, una que proviene del extremo occidental el continente, donde los principales países contribuyentes a la corriente migratoria son Senegal, Guinea y Mali. La segunda raíz se origina en la región central y se compone mayoritariamente de personas de Nigeria, Ghana y Níger. La tercera ruta se inicia en el noreste y el cuerno africano e incluye a Somalia, Eritrea y Sudán.
Estas tres corrientes tienen vías de tránsito hacia Europa a través de todos los países con costa sobre el Mediterráneo, pero convergen principalmente en tres de ellos: Argelia, Libia y Egipto. Por desgracia, la debilidad institucional de países como Libia y Egipto (a consecuencia de la primavera árabe) favoreció enormemente la aparición y consolidación de las redes y organizaciones criminales que impulsan el tráfico humano aprovechando su estratégica ubicación geográfica.
El destino final de los migrantes -Europa- se alcanza principalmente a través de Italia, y en segundo término de España y Grecia. En total, se estima que unas 219.000 personas migraron desde África durante el año 2014.
La ruta del corredor migratorio centroamericano se origina en El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala, transita por México y termina en varios puntos de los más de 1.800 km que comprende la extensa frontera seca entre este país y los Estados Unidos. De acuerdo con un estudio del Banco Mundial, el corredor migratorio México – Estados Unidos es el más grande del mundo. Solo en 2010, transitaron por esta zona más de 11,6 millones de personas.
Existen no obstante particularidades que deben ser tomadas en cuenta. En la región no toda la migración tiene por destino los Estados Unidos. Se produce también el fenómeno de la migración intrarregional. Por ejemplo, mientras Estados Unidos es el principal destino para los salvadoreños, guatemaltecos y hondureños, para el caso de los nicaragüenses son Costa Rica, Panamá y El Salvador. Por lo tanto, la región mesoamericana, en el marco de las migraciones, es una región expulsora, de tránsito, de destino y retorno al mismo tiempo, lo cual hace más complejo el análisis y la forma de cómo abordarlo.
Por las condiciones indicadas resulta difícil cuantificar la migración en la región. Sin embargo, datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) indican que aproximadamente unas 150.000 personas indocumentadas ingresan anualmente a México por el sur con la intención de llegar a los Estados Unidos, aunque según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México esta cifra podría ser muy superior (hasta 400.000 personas). A este dato hay que sumarle los más de 1 millón de mexicanos (documentados e indocumentados) que cruzan anualmente la frontera con intenciones de migrar.
Las consecuencias del viaje
Cuando la migración se produce en un contexto de expulsión forzosa genera vulnerabilidad en las personas. El trágico suceso de este fin de semana nos demuestra con mucha crudeza la precariedad del migrante: precariedad de transporte, de medios para enfrentar el viaje, de apoyo social, de protección de sus derechos y libertades.
Esta precariedad es común a todos los flujos migratorios y día a día se comprueba que la precariedad mata. Según el informe Fatal Journeys: Tracking lives lost during migration de la OIM solo entre enero y septiembre del año 2014 una total de 4.077 personas perdieron la vida durante su tránsito hacia un nuevo lugar donde vivir. La gran mayoría de estas muertes (unas 3.502 personas) corresponden al flujo migratorio norafricano y sus tres raíces, y la mayor parte de estos decesos y desapariciones (3.072 personas) se produjo durante la travesía del mar Mediterráneo.
En el mismo estudio, el número de víctimas de la migración centroamericana asciende a 230 fallecidos en la frontera entre los Estados Unidos y México. Sin embargo, esta cifra no incluye a las víctimas que perdieron la vida durante el trayecto entre los países de origen y México, pues no hay datos al respecto.
Ningún otro dato ilustra mejor la precariedad de este tipo de migración que el siguiente: de las 4.077 víctimas de la migración, solo se conoce con exactitud que el 3% eran hombres y el 1% eran mujeres. Del poco más del 96% restante solo se pueden hacer estimaciones estadísticas, pues en la mayor parte de los casos los decesos son registrados sin la presencia de los cuerpos.
Tristemente, la muerte es solo una de las consecuencias de la migración precaria. En muchos casos los migrantes son reducidos a esclavitud o a condiciones de trabajo esclavo -durante el trayecto o incluso una vez alcanzado el destino- por las propias personas y organizaciones traficantes de personas que los “ayudan” a migrar.
De acuerdo con el Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI) muchas mujeres que transitan por territorio mexicano no denuncian los abusos de los que son víctimas, debido al desconocimiento de sus derechos o por el temor a ser detenidas. Sufren agresiones físicas, abusos sexuales, secuestros, extorsiones, maltratos por parte de civiles como de las propias autoridades o son reclutadas por grupos de la delincuencia organizada que se dedican a la trata de personas, con el consecuente daño a su salud física y emocional. Según datos del proyecto IMILA (Investigación de la Migración Internacional en Latinoamérica) de la CEPAL, el 60% de las mujeres migrantes declaran haber sido víctimas de crímenes sexuales durante su viaje por Centroamérica y México.
El marco legal en los países de destino
Tal vez lo más preocupante de las similitudes entre los flujos migratorios norafricano y centroamericano sea la falta de voluntad política de los países de destino para establecer marcos jurídicos que preserven los intereses de sus ciudadanos pero sin vulnerar los derechos y libertades de los migrantes. Tanto los Estados Unidos como la Unión Europea han endurecido sus legislaciones migratorias y han aumentado el presupuesto de los organismos encargados de vigilar las fronteras en un intento por frenar -aparentemente sin mucho éxito- la avalancha de inmigraciones ilegales que se produce.
En el caso norafricano el flujo migratorio continúa e incluso se ha incrementado a pesar de los intentos europeos por desincentivar la migración. Lo que sí se ha conseguido disminuir muy eficazmente es la protección que se da (desde Europa) al derecho a la vida de los migrantes.
La Unión Europea cambió a finales del 2014 su operación Mare Nostrum (una misión marítima de búsqueda y rescate de migrantes con base en la isla de Lampedusa, que se organizó luego de un naufragio similar al actual ocurrido en 2013) por una misión mucho más limitada (en recursos y área de acción) llamada Tritón. Adicionalmente, la nueva misión está bajo la coordinación de Frontex -organismo europeo encargado del control de fronteras- por lo que su objetivo está más vinculado a rechazar migrantes que a rescatarlos. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) este cambio coincide con el hecho de que la cantidad de muertes y desapariciones en el mar Mediterráneo ha aumentado 50 veces desde la desactivación de Mare Nostrum. En este sentido, Zeid Raad al Hussein, alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos afirmó el lunes que esta tragedia era predecible, criticando la “falta de compasión” de la Unión Europea, a la que acusa de “dar la espalda” a los más vulnerables que tratan de alcanzar Europa.
Por desgracia, las cosas no están mucho mejor del otro lado del Atlántico. Si bien la administración Obama está impulsando una reforma migratoria (actualmente bloqueada en el Senado por una mayoría republicana) que permitirá indultar a más de 5 millones de indocumentados en dicho país, la política vigente autoriza -por ejemplo- la detención y derivación a instalaciones de procesamiento migratorio a menores de edad que intentan cruzar la frontera entre dicho país y México.
Estos menores se desplazan sin el acompañamiento de adultos y en su mayoría provienen de Honduras, Guatemala y El Salvador. La criminalización de la migración implica que estos niños y niñas -luego de haber realizado un peligroso viaje de 1.600 kilómetros desde sus países de origen- son detenidos, fichados y posteriormente devueltos a sus países. Actualmente se detienen unos 150 a 200 niños por día en la frontera americana.
Por supuesto, las condiciones de la detención no son las mejores. A principios de octubre de 2014 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) emitió un informe sobre el estado de los niños migrantes en centros de detención y se concluyó que la detención generalizada y prolongada se trata de una medida “indeseable”. El reporte indica que existen violaciones a los derechos humanos de los niños, entre ellos a la libertad, la seguridad personal, igualdad ante la ley y al debido proceso.
Durante el periodo fiscal que concluyó en agosto de 2014 se detuvo y procesó a un total de 67.127 menores no acompañados. Un 70% más que en periodo anterior. Asimismo, unas 66.142 unidades familiares fueron detenidas en la frontera. Esta cifra representa un incremento del 412% con relación a las 12.908 unidades familiares detenidas en el año fiscal 2013.
A modo de conclusión
La desgracia frente a las costas de Libia nos debe recordar que en un contexto de expulsión social, de violencia e inseguridad o de pobreza y hambre, la migración no puede ni debe ser una causa adicional de sufrimiento para quien de por sí ha entregado todo lo que es y todo lo que tiene en busca de un lugar mejor para sí mismo y para los suyos. Es la mayor de las indignidades.
El migrante (esa misma persona que luego será un apoyo y una fuente de ingresos para sus familiares) debe ser cobijado y defendido en el momento de su vida en que probablemente se encuentra más vulnerable.
Se hace por lo tanto imperativo que entre todos trabajemos para lograr que las migraciones sean una fuente de integración y prosperidad para América Latina, enlazando el trabajo colaborativo entre diferentes sectores de la sociedad a nivel local y global y canalizando sus esfuerzos hacia un marco regulatorio, institucional y ético de movilidad humana digna, formal, democrática, solidaria, sustentable y de bien común.
Fuentes
(fuente: Fundación Avina [InContext@avina.net]- InContext 63-22/4/15)