Para todos, pero en especial para quienes lo hemos padecido, cada muerte evitable en un siniestro vial es una puñalada al ánimo. Las ganas de cambiar las cosas, la búsqueda de Justicia y los pocos buenos augurios que asoman en una realidad compleja, ensombrecen la esperanza. Nadie dijo que evitar las tragedias en nuestras calles y rutas iba a ser una tarea fácil. Sin embargo, vislumbrar que las contradicciones que tiene nuestra realidad encierran un abanico donde todos los matices son posibles, es una condición necesaria para quien intente, a pesar de todo, mantenerse en esta contienda. Vamos por partes.
Imposible no sentir empatía por el padre del chico violentamente atropellado por una adolescente en Posadas. ¿Qué nos pasa por la cabeza como adultos, cuando invitamos a nuestros hijos a subirse a un auto que no cuenta con los mínimos requisitos de seguridad para que esa propuesta termine en un buen puerto? ¿A cuántos involucramos y le quitamos posibilidades al tomar semejantes decisiones? ¿Qué responsabilidad nos cabe, tras ser partícipes en la extinción de una vida, cuando ya todo es tarde?
Preguntas que parecen no tener respuestas. Para quienes vivimos un duelo por la pérdida de seres queridos en siniestros viales, ver a quien se inicia en ese tortuoso camino – enfatizado si se trata de un hijo- es un espectáculo desgarrador. Desde la distancia, me gustaría decirle a ese papá que acaba de perder a su hijo, que yo sé por lo que está pasando y que lo entiendo, lo entiendo a la perfección, sé lo que va a sentir cada día de su vida al refrendar la ausencia en el espacio vacío que queda tras una partida tan brutal.
No estamos haciendo bien las cosas. No estamos teniendo éxito en la prevención y en la elaboración social de las tragedias de tránsito. Enfrentémoslo sin miedo porque si no nunca nada va a cambiar y todas esas muertes que se repiten, van a ser siempre en vano. Son miles y miles por año. Tantas que ni siquiera las estadísticas parecen reflejar la realidad. Y no fracasamos porque no sepamos hacer las cosas, o porque seamos inferiores, sino porque no estamos abordando bien el tema.
Un punto de partida
Para empezar, hay que asumir que somos una sociedad enormemente contradictoria. Por un lado, vemos la desidia, el maltrato en las calles, la falta de respeto a las normas, el abandono a las víctimas, etc. Todo eso existe. Ahí está. Es portada en los medios diariamente.
Por el otro, menos visibilizado pero real, soy testigo del compromiso de muchísima gente que voluntariamente se suma cada día a crear conciencia, a hacer docencia, a enseñar que un buen hábito puede salvar una vida. La nuestra, Conduciendo a Conciencia, es sólo una de las varias organizaciones sociales que luchan por crear un ámbito más solidario donde vivir.
Es reconfortante ver cómo los jóvenes se suman a nuestra lucha que cada año moviliza donaciones, charlas, difusiones, libros y material gráfico; así como a personalidades destacadas de nuestra cultura y deporte que repercuten en el mensaje de toma de conciencia. Todo eso sirve, todo eso previene la muerte que, consumada, ya es inevitable. Eso no va a ser noticia siempre, es un movimiento casi subterráneo que genera que más gente se ponga el cinturón, que no tome alcohol si va a conducir, que levante el pie del acelerador si va andando, o que respete las normas de tránsito cuando circula. La toma de conciencia individual es fundamental. Todo eso sirve, suma, pero no alcanza. Ésa es la verdad y los hechos lo están comprobando.
Para que cada vez sean menos los padres a quienes se les ocurra compararle un auto deportivo a una nena que no cuenta con la edad requerida para conducir, que no tiene la licencia correspondiente, y que terminó pasando en rojo matando en ese acto, debemos hacer más que eso.
¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué, con tantas campañas y esfuerzo de organizaciones sociales y voluntarios, tantos programas viales de municipios, provincias y Nación, estos hechos de tránsito lamentables siguen ocurriendo?
Una clave puede ser que no estamos abordando el tema en forma integral. La multicausalidad en la mortalidad vial requiere un análisis planificador. A grandes rasgos, si todos los argentinos estamos sentados a la misma mesa de la circulación nacional, y falta una o varias de las patas que sostienen esa mesa, es obvio que el resultado va a ser que parte de lo que se apoye allí, se caiga. Entiéndase: caer es la posibilidad de morir. Ni más, ni menos.
Si una pata es la concientización y otra la educación, donde lo público y lo privado se consustancian (hay que educar para generar conductores educados, hay que concientizar para generar ciudadanos conscientes), la tercera es el control y la cuarta la sanción. Las tres primeras son invalorables, ya que trabajan en la prevención. Son anteriores a lo inevitable, buscan que no suceda lo que viene sucediendo. Digámoslo: los controles son inocuos en nuestro país, se hacen desorganizadamente, esporádicamente, y se gastan recursos que no redundan en «ganarle» vidas a la muerte vial. No están bien hechos. Requieren una mejora sustancial pensada por especialistas en el tema.
Por otro lado, la última pata, la que trabaja después de ocurrida la tragedia, es aún peor. La Justicia no sanciona a quienes negligentemente toman un auto o un camión y lo transforman en un arma homicida. Se tiende a perdonar, minimizar, excarcelar, a perderse en vericuetos legales donde se salva puntillosamente que lo técnico-legal-procesal se cumpla; pero lo justo, la Justicia, quede para otro momento. O sea, nunca.
Mientras no cambie la lectura social que posibilita que existan adultos que piensen que trasgredir todas las normas de tránsito es una piolada argentina (aunque en esa avivada matemos gente), las cosas lamentablemente no van a cambiar.
Como experiencia personal, sólo puedo agregar a la tragedia ocurrida en Posadas, que la Corte Suprema de Santa Fe acaba de validar por fallo dividido la prescripción, tras diez años de batalla judicial (¡una década!), de nuestra causa contra el chofer del micro que llevaba a nuestros hijos y su docente del Colegio Ecos, fallecidos en la tragedia de Santa Fe.
Prescribir. Morir en vano. Mirar para otro lado. Aquí no ha pasado nada para la Justicia. ¿Cuántos peligrosísimos idiotas viales más estamos creando con este criterio?
Arreglemos la mesa de una buena vez.
Augusto Lasalvia
El autor es uno de los fundadores de la organización Conduciendo a Conciencia
Fuente: www.conduciendoaconciencia.org