El desarrollo de una economía sustentable, basada en acciones como la recuperación de desechos para obtener bienes o generar energía, requiere de personas con fuertes convicciones.
¿Necesita el país que se cree mayor cantidad de empleos? ¿Habría que hacer algo con los basurales? ¿Es urgente incrementar la capacidad de generación de energía? Gunter Pauli hace las preguntas, y como sabe bien que las respuestas serán tres sí, afirma inmediatamente que en el tipo de emprendimientos que él promueve hay enormes oportunidades para dar soluciones que abarquen a las tres cuestiones a la vez.
Pauli es el referente global de la economía azul (la define así por como veríamos al planeta desde el espacio), que está basada en la búsqueda de recursos disponibles en cada comunidad y en la aplicación de innovaciones para transformarlos en bienes útiles. ¿Qué tipo de recursos? Desde los desechos del café, que mutan para ser hongos comestibles, hasta cáscaras de cítricos que se convierten en detergentes, pasando por los restos de vidrio que terminan integrando materiales para la construcción, los pañales desechados y el polvillo que se desprende de las minas. La meta «azul» propuesta por la Fundación Zeri, que él dirige, es que en 10 años se generen en el mundo 100 innovaciones y 100 millones de empleos.
La experiencia de las fábricas montadas bajo ese concepto (que hasta ahora tuvo en varios países inversiones por US$ 4000 millones) fue compartida durante una de las jornadas del encuentro Sustainable Brands, organizado por el grupo de comunicación Urban, que convocó a más de 1200 personas el martes y miércoles pasados en Buenos Aires. En diálogo con LA NACION, este emprendedor nacido en Bélgica pero con actividad extendida a varias latitudes, sostuvo que tanto quienes aportan el financiamiento como quienes trabajan por este tipo de economía están movidos por el deseo de dejar un legado en su paso por la Tierra. «Pensar en el legado es algo mucho más rico que pensar en el flujo de caja de los próximos tres meses», dice entusiasmado.
¿Qué implica trabajar en un marco de economía sustentable? En principio, tomar el camino de ser cuidadoso con las personas y con el medio ambiente en todas las actividades de la vida misma. La coherencia, ante todo: «No estamos en un momento planetario como para fingir», afirma Felipe Macías, de la cadena de comidas Crepes & Wafles -hijo de sus fundadores-, nacida en 1980 en Colombia y hoy presente en 7 países, con 200 puntos de venta y 4000 empleados. Según Macías, trabajar por la sustentabilidad significa «ponerse en contacto con los dones propios y ponerlos al servicio». Al estar en el área de la alimentación, esta empresa familiar focalizó su actividad en la interacción con pequeños productores y en la conformación de «corredores de conservación», que se proponen reparar daños hechos a la naturaleza. Es un trabajo que en Colombia se hace en áreas antes afectadas por la guerra en las que, por ejemplo, la pimienta reemplazó a la coca.
«Si llegás al corazón te quedás en la mente», es la frase guía de la empresa, cuenta Macías, en referencia a la estrategia de basarse en las relaciones humanas.
Pauli dice que es en «la inteligencia del corazón» de los consumidores donde está la fuerza para que haya un giro hacia una economía sustentable. «Una vez que el consumidor haya sentido al otro en su corazón, no en su inteligencia, sentirá el cambio», afirma. Y con respecto a lo laboral, agrega: «La generación más joven busca algo que realmente les responda a ellos; hay que destacar la importancia de la ética».
De la mano de la convicción
«Hay un segmento de los llamados «nativos sustentables»; son jóvenes que saben que pueden hacer el cambio pero que no lo pueden hacer solos», afirma Mariela Mociulsky, de la consultora Trendsity, que encaró un relevamiento de 1000 casos en 5 países latinoamericanos (Argentina, Chile, Colombia, México y Perú), para tratar de entender el vínculo de los jóvenes con lo sustentable. «Hay un alto interés por el tema, que alcanza a entre 70 y 80% de los consultados; por lo general ellos dan por sentado que el pago tiene que ser justo; lo que se agrega es la necesidad de estar en algo que concuerde con las convicciones personales», explica Mociulsky.
Según la encuesta, 8 de cada 10 jóvenes opinan que las empresas deberían ser las primeras en iniciar un cambio para cuidar el planeta.
Visiones como la de Pauli, sin embargo, se vuelcan a fortalecer el poder que tienen los emprendimientos personales, que se vuelven naturalmente generadores de empleos.
Más allá del lugar en el que se esté, Daniela Kreimer, directora de Ashoka Argentina, afirma que «trabajar por la economía sustentable e inclusiva es un camino enriquecedor, que nos expone a encontrarnos con nosotros mismos y con los otros de una manera personal y muy humana». Ashoka Argentina es una organización no gubernamental que promueve emprendimientos productivos con efectos sociales.
Kreimer considera que quienes deciden encarar un emprendimiento con propósito son personas comprometidas, que se ven a sí mismas como transformadoras de realidades. «Todos podemos ser líderes de cambio, todos podemos cambiar el mundo», afirma. Y destaca que en el evento Sustainable Brands, 20 jóvenes de Junior Achievement (una ONG global dedicada a la educación económica para niños y jóvenes), interpelaron a un auditorio repleto de empresarios y tomadores de decisiones, al pedirles que no les mientan. «La sustentabilidad es honestidad. Si las marcas dicen que están cuidando el ambiente, que entonces realmente estén haciendo eso en su acción», agrega.
La confianza es, en todo caso, una materia prima esencial. Y parece haber un largo camino por recorrer en la sociedad en general, al menos según los datos presentados en el evento por Constanza Cilley, de la consultora Voices. Una encuesta relevó que 8 de cada 10 argentinos creen que es necesaria la prudencia a la hora de vincularse con otras personas. En cuanto a las empresas, Cilley sostuvo que el atributo al que se lo considera como el de mayor peso a la hora de generar confianza, es el de ser «honesta y abierta». En el caso de la Argentina, completó, el 78% de los ciudadanos consultados no pudo nombrar a ninguna empresa que tenga un «propósito» social (a nivel global, el resultado fue del 56%).
El grado de confianza en las acciones que se dicen sustentables, dependerá del grado de convicción y compromiso de quienes integran una organización: «Las compañías necesitan cada vez más personas que se animen a transformar desde adentro, como parte de un sistema más grande», afirma Kreimer.
Desde el mundo corporativo, Joanna Price, vicepresidenta global de Comunicaciones Estratégicas de Coca-Cola, contó que la firma desarrolla un proyecto que busca empoderar a 5 millones de mujeres de zonas vulnerables hacia 2020 (trabajan como recicladoras, distribuidoras o vendedoras, entre otras tareas).
Lejos del mundo de las grandes firmas, en el corazón de la puna y de otras zonas del norte argentino, unas 3000 mujeres de comunidades aborígenes trabajan en sus tejidos, impulsadas por un proyecto que las ayuda a generar ingresos a través de la apertura de puntos de venta de los productos. «Matriarca es una organización que trabaja con pueblos originarios del norte argentino, en conjunto con la Fundación Gran Chaco; ayudamos a mostrarles a las mujeres lo que el cliente necesita, pero haciendo que no cambien sus costumbres. Por ejemplo, las ayudamos a encontrar los tamaños adecuados de las canastas y otros productos», cuenta Luisa Weber, coordinadora del proyecto.