Todo un pasado por delante: empresas que pronto son «viejas»

Hay quienes ya señalan signos de obsolescencia en emprendimientos que son íconos de la nueva economía; es la era de proyectos como los que sustentan el uso de las bitcoins.

El 6 de mayo de 1952, durante una conversación con un amigo, Jorge Luis Borges criticó al filósofo Francisco Romero por un artículo que había publicado en la revista Sur: «Es un presocrático. Tiene todo el pasado por delante». La misma frase fue utilizada por el escritor, años más tarde, para referirse al peronismo.

Al igual que en la referencia del autor de El Aleph, cada vez más sectores de la economía advierten cómo el avance tecnológico los comienza a dejar «con todo el pasado por delante». La novedad es que esta sensación ya no invade solamente los segmentos tradicionales, sino que también hay quienes comienzan a señalar signos de obsolescencia en empresas icónicas de la nueva economía, como Spotify, Uber, Airbnb o Facebook, entre otras.

«En Silicon Valley, Facebook está considerada ya como una iniciativa de antes de ayer. Se dice que es la red social de las tías y tíos», comentó la ingeniera y emprendedora Rebeca Hwang el año pasado, durante un evento de innovación organizado por LA NACION en el Malba.

Tal vez, la tecnología más amenazante en el horizonte para los intermediadores de «economías por compartir», como Uber o Airbnb, sea Blockchain, la red global descentralizada que está detrás de la moneda digital bitcoin, similar a un libro contable abierto, en donde se asientan todas las transacciones de la moneda virtual del mundo. Pero los activos que se pueden certificar allí exceden a esta moneda virtual: pueden ser bienes, servicios, contratos legales y hasta personas que se asocian a un «bloque» de código que luego se encadena con otros (de ahí su nombre).

La confianza surge de un esquema descentralizado, donde todos los «nodos» (usuarios o computadoras) comprueban que cada operación sea válida. De allí que pierda valor un intermediario que coordine la oferta y la demanda de departamentos, autos y otros bienes: los dueños obtendrían todo el valor de lo que alquilan, sin necesidad de pagar una comisión en el medio. El sistema descentralizado se encargaría de certificar la validez de la operación, a un costo tan insignificante que comienzan a tener sentido económico operaciones pequeñas, que antes no tenía objeto realizar por la fricción de los costos para garantizar el derecho de propiedad. Compartir una cafetera gourmet entre vecinos de un edificio, por ejemplo, trasladada por un dron de acuerdo a los horarios de desayuno de cada vecino.

La misma lógica podría aplicarse a infinidad de modelos de negocios. El emprendedor inglés de la música Phil Barry lanzó el año pasado el proyecto Ujo Music, que funciona sobre la plataforma Ethernet, por el cual artistas le venden canciones directamente a usuarios, a cambio de micropagos. Los altos costos asociados a defender los derechos de propiedad (abogados, regulaciones, etcétera), que hicieron del negocio de la música un laberinto que pocos entienden, caen con «contratos autoejecutables» inscriptos en Blockchain, que permiten que los micropagos se vuelvan económicamente factibles. Toyota está experimentando con un sistema de contratos para vender autos en cuotas por el cual, si se cae un pago, el software del vehículo impide que arranque (aún está en etapa beta, pero esta es la lógica detrás de muchos modelos con contratos autoejecutables).

Así como Barry se imagina un futuro cercano de mercado de la música descentralizado, con contratos inscriptos en Blockchain que automaticen los complejísimos vericuetos de los derechos del sector y derramen todo el valor de las operaciones entre los artistas y los consumidores, dejando en off side a plataformas como Spotify, un grupo de jóvenes emprendedores israelíes lanzaron La Zooz, una iniciativa que fue bautizada como «Anti Uber». La Zooz también funciona con la red que se creó para viabilizar bitcoin, y permite que en cualquier lugar del mundo dos personas que van para el mismo lado compartan el auto, sin necesidad de un intermediario que se lleve una comisión.

Con sólo diez años de vida (la mayor parte de las empresas más conocidas de la economía colaborativa nacieron entre 2006 y 2007) el sector parece estar atravesando una crisis de mediana edad. En sus estrategias de relaciones públicas, muchas de estas firmas se describían a sí mismas en sus inicios como las «fuerzas rebeldes» de StarWars, que venían a desafiar al statu quo y a promover un nuevo esquema como beneficios sociales (menor uso de vehículos por el hecho de compartirlos, menor contaminación, nuevas fuentes de ingresos, eficiencia, etcétera). Diez años más tarde cuentan con una lista de enemigos larga: además de los incumbentes que vieron sus ingresos drenados (hoteles, flotas de taxis, inmobiliarias, sindicatos), los gobiernos que afrontan menos ingresos fiscales y normativas legales violadas en nombre de una supuesta «inevitabilidad tecnológica».

Los modelos basados en Blockchain, en este sentido, representan una línea argumental por la cual los actores heridos pueden cantar «contra flor al resto», o contragolpear como los yudocas, usando la misma fuerza del oponente.

La semana pasada estuvo en Buenos Aires Chris Lehane, director de Política Global y Comunicaciones de Airbnb. Es un abogado y consultor político que trabajó en la Casa Blanca con las campañas presidenciales de Bill Clinton y Al Gore. En la actualidad coordina el trabajo y el lobby de Airbnb con los responsables políticos de todo el mundo para «apoyar los enfoques que protegen el derecho de las personas a compartir sus hogares». Lehane no aceptó preguntas de los periodistas, pero dio una presentación en el marco de un convenio entre el Cippec y el BID-Fomin por el proyecto «Desarrollo de economía colaborativa», que aquí lidera Gabriel Lanfranchi, director del programa de Ciudades del Cippec.

Algunos ejes centrales de la visión de Airbnb para la Argentina: la empresa tiene altas expectativas por el impulso de los vuelos low cost y el crecimiento del público millennial. El desarrollo de plataformas descentralizadas no figura en el radar de preocupaciones inmediatas: sí está titilando en luz naranja la posibilidad de un mundo más cerrado en la era Trump, post Brexit, etcétera.

Hay más argumentos que relativizan la posibilidad de un mundo cercano totalmente descentralizado, sin intermediarios. Uno relevante es que el rol de coordinación entre oferta y demanda es sólo una parte del activo de las plataformas más conocidas: hay miles de millones de dólares hundidos en herramientas de management, análisis de big data, mejora de experiencia de usuario, etc., que tienen un valor para quienes realizan operaciones, y que son cada vez más difíciles de descontar en esta nueva economía donde «el ganador se lleva todo», como sostienen Erik Brynjolfsson y Andrew McAffe en La segunda era de las máquinas (Temas).

Otro argumento para el escepticismo en un nuevo statu quo tiene que ver con la alta complejidad del mundo Blockchain. Actualmente hay un furor incipiente de empresas grandes y gobiernos por «hacer algo con Blockchain», pero son muy pocos los que hasta ahora les pudieron sacar el jugo a las nuevas modalidades. El veterano de la tecnología Phil Windley dijo en una entrevista: «Seguro: Blockchain es complejo. Pero los problemas que las empresas intentan resolver con él también lo son. Me recuerda a lo que se decía en los 80 con los protocolos de Internet, cuando con poca capacidad de procesamiento parecía imposible lo que hoy tenemos como algo corriente».

Por ahora, las empresas que se animan a explorar están relevando cuáles de sus procesos transaccionales son más costosos y repetitivos, de bajo margen y en los que los errores son más comunes: esta área estará al tope del valor que Blockchain podría generar si se introduce. El riesgo es, como decía Borges, quedarse con «todo el pasado por delante».

sebacampanario@gmail.com

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/2002388-todo-un-pasado-por-delante-empresas-que-pronto-son-viejas

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