Causas y consecuencias de la historia a contramano de una nación que es isla dentro de Europa; una elección que puede torcer el futuro del bloque
No parecen casuales. Los poco más de 32 kilómetros que separan en su parte menos lejana al Reino Unido del continente europeo no son sólo el punto en que las aguas del Mar del Norte invaden las del Océano Atlántico. No. Son la causa de la excepcionalidad. La excusa.
Esa distancia, la misma que un tren recorre en media hora, parece bastar para la diferencia. Alcanza para que los ingleses manejen del lado izquierdo de la ruta y del derecho del auto; para que midan las bebidas en galones y no en litros, para que los espacios sean en millas y no en metros, para que al canal de La Mancha le digan canal inglés. Es más que suficiente para conseguir conservar su moneda, la libra esterlina, cuando el euro lo acaparó todo.
Mañana los británicos darán un paso más y votarán el referéndum por el Brexit; dirán así si están convencidos o no de abandonar la Unión Europea .
El Reino Unido, el distinto de la UE
Su ingreso al bloque europeo llegó luego de algunos intentos fallidos. El presidente de Francia , Charles De Gaulle, no creía que fuera una buena idea. Pero a comienzos de 1973 las puertas de la Unión Europea se abrieron de lleno. Desde entonces, no paró de negociar cláusulas individuales: el «cheque británico», un acuerdo por el que el organismo devuelve al país una vez al año una parte de sus aportes; el «no» al Acuerdo de Schengen, por el que la mayoría de los países del continente suprimieron sus fronteras internas; asuntos de Justicia diferentes, laborales también, política comunitaria de asilo distinta.
En diciembre de 2011, el Reino Unido fue el único país miembro que se opuso al pacto europeo para reforzar la disciplina fiscal y atajar la crisis económica; el 2 de marzo de 2012, todos los países firmaron el «Tratado para la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria», con el que sellaron su compromiso con la disciplina presupuestaria. Ellos no.
Los británicos son y no son parte de la unión. Viven en condición de isla. El primer ministro, David Cameron , lo expresó con una frase indiscutible hace ya un tiempo: «Tenemos el carácter de una nación isleña: independiente, franca, apasionada en defender nuestra soberanía. No podemos cambiar esa sensibilidad británica más de lo que podemos drenar el canal de La Mancha. Y debido a esa sensibilidad, venimos a la Unión Europea con una mentalidad que es más práctica que emocional».
Por qué el Brexit, por qué ahora
Separarse de la Unión Europea no es fácil. Llevar a cabo el Brexit (una palabra que nació de la unión de «Britain» con «exit» -salida-) puede ser una tarea complicada. El artículo 50 del Tratado de la U.E. que regula la salida del bloque lo confirma: dice que primero deberá notificar su intención al Consejo Europeo, que después los jefes de Estado y de Gobierno tendrán que marcar las directrices; a continuación, llega el tiempo de la negociación de las particularidades, de las futuras relaciones, de la aprobación del acuerdo por mayoría cualificada.
Todo este proceso podría durar hasta cuatro años. «Salir del bloque sería enormemente complicado. Tardaríamos años en organizarlo. Son tantos los puntos que habría que analizar: emigración, inmigración, servicios sociales. Es un rango muy amplio», dijo aLA NACION Catherine Barnard, profesora de Leyes en la Universidad de Cambridge. «La única vez que ocurrió fue cuando la decisión la tomó Groenlandia, cuya población es muy menor a la británica. Tardaron tres años en negociar la salida. Si el Brexit gana, sería un divorcio enorme, nada más alejado a una separación feliz», agregó.
Pero la letanía parece no poder frenar a los partidarios de la ruptura, los más entusiastas de los dos bandos. La idea de recuperar una autonomía absoluta es demasiado tentadora como para echarse atrás. Como si el Reino extrañara sus épocas de imperio. Es ese sentimentalismo la fuerza de choque que está en el ánimo de muchos desde hace años. Tal vez desde siempre.
En 1975, la sociedad británica se enfrentó a la misma situación que deberá protagonizar este jueves, cuando emita su voto en el referéndum. Las encuestas no son concluyentes, los resultados están parejos. «Para muchos ingleses vale la pena el esfuerzo. Los que quieren irse no están de acuerdo con la forma en que Bruselas se mete en cuestiones domésticas», alerta Barnard.
Los que están en contra del manejo de Bruselas no quieren reconocer ni un mérito: dicen que la crisis que golpeó al continente en 2009 fue mal manejada, que la migración libre es un problema, que el terrorismo avanza por ello, también la delincuencia. Para ellos, nadie mejor que ellos para negociar con los demás países, para comandar el comercio de la nación. El futuro en manos de los nacionalistas.
Y la propuesta de Cameron no seduce: pese a que el primer ministro negoció más beneficios, como la posibilidad de discriminar a los trabajadores en función de su pasaporte y la negación de las prestaciones públicas dirigidas a complementar los salarios más bajos a los inmigrantes por un tiempo, para algunos la independencia total es más fuerte.
El primer ministro lo sabe. Por eso propuso el referéndum, una especie de «manotazo de ahogado» para intentar frenar un ascenso que innegable: «Este referéndum ocurre ahora por la preocupación del gobierno por el crecimiento del Partido de la Independencia del Reino Unido (United Kingdom Independence Party o UKIP). Cameron pensó que esta votación podría conservar al Partido Conservador unido», aclara Barnard.
Quién es quién: partidarios y detractores
Entrar en un cuarto y tomar una decisión. Leer las dos opciones. Quedarse con una. Responder a la pregunta: «¿Debe el Reino Unido continuar como miembro de la Unión Europea o dejar la U.E.?». Tomar el papel que dice: «Permanecer como miembro de la U.E.». Agarrar el otro: «Abandonar la U.E.». Doblarlo. Cerrar el sobre. Salir. Ponerlo en la urna. Esperar.
Esto es lo que deberán hacer los alrededor de 40 millones de habitantes del Reino Unido habilitados para votar en el referéndum que puede cambiar el curso de la historia de Europa. Ciudadanos británicos, irlandeses y de los países de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth) mayores de 18 años que residen en el Reino Unido, británicos que lleven menos de 15 años viviendo en el extranjero y ciudadanos de territorios de ultramar como Gibraltar tiene el destino en sus votos.
La fuerza versus la autonomía. La seguridad contra la incertidumbre. La campaña «Britain stronger in Europe» (Gran Bretaña más fuerte en Europa) se enfrenta a la de «Vote Leave, take control» (Votá por irte, tomá el control).
Desde el principio, David Cameron estuvo a favor del «no», de no irse, de quedarse. «Si no están seguros, no asuman el riesgo de salir. Si no conocen, no vayan. Si nos marcháramos y rápidamente nos diéramos cuenta de que ha sido un gran error, no habría manera de cambiar de idea y tener otra oportunidad», dijo hace unos días con la convicción de quien debe gobernar pase lo que pase. De su lado están varios miembros del Partido Conservador, la mayoría de los laboristas con Jeremy Corbin a la cabeza, los liberaldemócratas, los nacionalistas escoceses y los verdes. También los aliados históricos (Estados Unidos, Francia, Alemania) y los no tanto (China e India).
En la vereda opuesta están firmes los políticos de varios bloques distintos, como los conservadores Michael Gove (ministro de Justicia) y Boris Johnson (anterior alcalde de Londres).
El futuro según cada bando
Quienes quieren votar por el «sí», creen que el panorama a futuro promete. Para ellos, la autonomía cortará las riendas de las políticas comerciales de la Unión Europea, que no son las adecuadas para todos. Les permitirá abrirse más al resto del mundo. Manejar sus fronteras como lo consideren. Serán los políticos elegidos por el pueblo los que tomen las decisiones y no los que están en Bruselas. Podrán ser sus propios representantes ante los organismos mundiales. Cuidar su trabajo y sus condiciones de vida a la manera inglesa y sólo a la manera inglesa. Optimizar sus servicios públicos para que los reciban quienes ellos consideran merecedores, nadie más. Alejarse del euro, un proyecto que para muchos ingleses hace demasiada agua. Volver a los valores británicos, puros, históricos, de antaño. Esos que los hicieron ser quienes son.
Los que apoyan el «no», la permanencia, se preocupan porque pueden quedarse fuera del acuerdo especial que Estados Unidos está forjando con la unión. Temen quedar al final de la fila a la hora de negociar con los demás países. Le tienen miedo al poderío de Alemania y a cuánto espacio más podrá ganar con su salida. No quieren que Londres deje de ser el gran centro financiero, la puerta de entrada a Europa. Están convencidos que si se van del bloque, habrá una gran fuga de capitales, grandes firmas asentadas en el país decidirán relocalizarse, perderán inversiones. Además, pronostican que la libra sufrirá un fuerte golpe y con su desplome, subirán los precios de las viviendas. Para ellos, el pánico es algo seguro: prevén que ante el aumento de la amenaza terrorista quedarán desprotegidos, vulnerables, débiles para afrontar el cambio climático, el aprovisionamiento energético las políticas internacionales.
También los problemas internos. El 16 de junio, la diputada laborista Jo Cox fue asesinada por un hombre que le disparó y la apuñaló en medio de la calle y que cuando fue interrogado por la Justicia dijo: «Mi nombre es Muerte a los traidores, libertad para Gran Bretaña». La violencia interna, el fanatismo de la extrema derecha, está en alza y preocupa. Barnard asegura que «hay mucha gente preocupada por esto y por el tono que tomó el debate, con una retórica antiinmigrante dura».
El impacto en América Latina y en la Argentina
Las relaciones entre el Reino Unido y el continente latinoamericano supieron ser voluptuosas en otra época. Sin embargo, desde que el país forma parte de la Unión Europea la situación es otra. La ausencia se siente.
La autonomía del país en términos económicos puede ser buena para el continente. Ya sin intermediarios ni trabas, los ingleses pueden mirar a la región de frente, como una opción más entre las tantas. Los independentistas de hecho consideran que las empresas británicas están asfixiadas por el bloque y que cuando recuperen el aire pasarán a ser actores más que activos en la búsqueda de negocios en el extranjero. Y como Europa estará resentida, América latina emerge como una buena opción.
«El Mercosur se encuentra envuelto desde hace más de dos décadas en una difícil negociación con la U.E. para alcanzar un acuerdo de libre comercio, que enfrenta graves complicaciones, especialmente en el sector agrícola. Los acuerdos seguirían vigentes, pero una eventual salida del Reino Unido del bloque tendría un impacto desigual, según la importancia que el comercio y las relaciones financieras y económicas con el Reino Unido tenga en cada uno de esos países», advierte Alberto Davérède, ex embajador e integrante del Comité de Asuntos Europeos del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
«No creo que el Brexit pueda tener efectos importantes sobre la disputa de soberanía, ya que se trata de una controversia bilateral, en la que la Unión Europea ha tratado de mantenerse alejada»
Eso sí, con la autonomía también van a volver los controles más rigurosos. En la Argentina, quizá ya no sea simple conseguir la ciudadanía inglesa. Y los ciudadanos que ya la disfrutan podrían perderla: no será fácil ser latinoamericano y vivir y trabajar en Reino Unido.
«Nuestro país no podría abstraerse de las consecuencias que, según varios especialistas y el Fondo Monetario Internacional, tendría la salida del Reino Unido sobre la economía internacional, dado que se prevé que incluso pueda llevar a una recesión generalizada y no solamente en Europa. El debilitamiento del mercado financiero de Londres es algo que afectaría a todos», cuenta Davérède, quien no se olvida de Malvinas: «En materia estratégica, habrá que repasar la actitud de la U.E. con respecto a nuestro diferendo sobre el Atlántico Sur, tal como se manifestó durante el conflicto de 1982 y posteriormente. No creo que el Brexit pueda tener efectos importantes sobre la disputa de soberanía, ya que se trata de una controversia bilateral, en la que la Unión Europea ha tratado más bien de mantenerse alejada».
El turismo tal vez sea otra mala noticia para el continente. Si el Reino Unido le dice «sí» al Brexit y su moneda se resiente, el bolsillo del ciudadano común ya no será el mismo. El poder adquisitivo de los ingleses, que hoy con una libra consiguen más de 20 pesos argentinos, caería y los haría ser más cautos a la hora de atravesar el océano.
La votación del referéndum tendrá lugar el 23 de junio. En las primeras horas del día siguiente el Reino Unido espera tener el panorama esclarecido. Son dos las opciones y gana la que obtenga mayoría simple. Cada voto cuenta.
Fuente: La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1911043-brexit)