La sangrienta batalla de los egos en el trabajo

Cualquier organización civil, política, sindical y también cada empresa, es un caldo de cultivo para que broten los egos. Cada ego es el percutor escondido de un campo minado que puede hacer que todo estalle.

Este es el cuadro que plantea Javier García Ropero en su artículo publicado en 5 Días, de Madrid. Aquellos brotes son visibles si se los quiere ver y luego, sufrirlos. Cita una segmentación interesante, propuesta por el director académico del Centro de Liderazgo de IE Business School, Juan Carlos Pastor: «En la formación de grupos distinguimos cuatro etapas: la inicial, donde impera el respeto, todo está bien visto, ninguno tiene nada que esconder…; la de tormenta, cuando emergen los líderes, las polémicas, el debate; la normativa, en la que se fijan las reglas que van a conformar la cultura de la empresa, y la de ejecución».

La segunda etapa es la más complicada y condiciona el futuro de la organización, porque según aporta otro autor, Juan Mateo: «Cuando los egos, las envidias y otro tipo de componentes personales entran en juego, alcanzar un consenso empieza a ser una misión imposible. El problema no está en el conflicto, sino en su gestión. El debate puede significar avance, pero en el instante en que los egos toman partido, lo que hay es imposición, y eso genera perdedores. Pero la que más pierde siempre es la empresa». Y por lo tanto, agregamos nosotros, todos sus miembros, desde el primero hasta el último.

No se trata de encontrar lo mejor que se puede hacer, sino quién es más importante y acumula más poder. Naturalmente provoca desconcierto porque nadie sabe adónde hay que mirar para hacer una propuesta interesante, cuyo resultado es que habrá muchas ideas que queden en el camino, por las dudas. O se deba tomar partido.

Puede suceder que el gerente X está compitiendo con el gerente Z por un ascenso. O, más simple, por el goce del poder. Cada instrucción o pedido de acciones al personal estará teñido por la controversia y habrá que adaptarse a reglas no escritas, donde hasta la prontitud o prolijidad estará condicionada por quién la pide y si se toma partido o no. Este cuadro, francamente horroroso, no es poco frecuente en las empresas, agregando un estrés innecesario y daña a la organización en su totalidad, aunque a veces se lo naturaliza, en especial al sacralizar la competencia.

Se sabe que competir es parte constituyente del sistema capitalista, pero también se llega a tales extremos que, en vez de volcar los esfuerzos hacia fuera, se integran con el individualismo y generan un grupo canibalizado.

No hay mejor contracara de lo que necesita una empresa que el conocido programa de TV Gran Hermano, en todas su versiones. Es un magnífico experimento psicosocial que a menudo se desperdicia por los prejuicios. Reproduce muchas situaciones de la vida real, mediante procedimientos que estimulan a sacar a la luz los peores apetitos antisociales. Conviven forzosamente encerrados en un mismo ámbito, comparten tareas, pero a la vez compiten a rabiar para obtener una recompensa económica o el escalón a la fama. ¿Algún parecido con la realidad laboral?

La alternativa, según el artículo mencionado, es que «el líder debe apostar mucho más al debate, al consenso, a alcanzar acuerdos y no a dividir». Pero hay condiciones necesarias: «Hay que estar muy seguro de ti mismo y tener una visión muy clara para hacer esto. Ser humilde te hace un gran líder». La humildad, por desgracia, es el recurso más escaso.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar

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