El profesor preguntó a un grupo de alumnos de distintas nacionalidades si se habían sentido discriminados alguna vez. Un joven noruego -sin ocultar su frustración y su enojo- no tardó en levantar la mano y contar cómo en su país había sido desplazado de varios puestos por empresas que debían cumplir el cupo de mujeres en sus plantillas de personal. Por ayudar a alguien, la discriminación positiva en la forma de «cupo femenino» se había cobrado otra víctima.
La discriminación suele descansar en estereotipos negativos nacidos de la ignorancia y del temor a lo desconocido. Aunque no hay una única definición, en general las que existen contemplan la privación de algún derecho legítimo por causas vinculadas al género, la etnia, la religión, la opinión, la clase social, la orientación sexual o algún otro elemento diferenciador. Las manifestaciones pueden variar desde la no contratación o la no promoción de ciertos empleados y el uso de apodos despectivos, hasta dolorosos casos como bullyng o mobbing. Como consecuencia, se genera resentimientos que afectan seriamente el clima y los resultados económicos de las empresas.
Dicho lo anterior, ¿qué puede haber de positivo en la discriminación?, ¿cómo pueden siquiera expresarse juntas esas dos palabras? Aunque suene contradictorio, la discriminación positiva -o «acción afirmativa» en algunos países- es una política para luchar contra la discriminación, en especial la que subyace en el inconsciente de algunas culturas. Se trata de un intento deliberado de favorecer a grupos relegados durante mucho tiempo dándoles prioridad en la asignación de cargos laborales, de plazas en universidades, o mediante la fijación de cuotas o de metas porcentuales de inscripción.
En otras palabras, con el plausible argumento de reparar injusticias del pasado, se intenta compensar las inequidades con nuevas inequidades.
Tomemos, por ejemplo, el caso de las mujeres. La mayoría de las culturas tienen un arcaico origen paternalista que destina a la mujer -directa o indirectamente- a su tarea «natural» de servir al hombre y a su prole. El ingreso explosivo de la mujer al mundo del trabajo fuera del hogar -hasta hace pocos años reservado a los hombres- produce una previsible resistencia cultural al profundo cambio que implica aceptar sus nuevos roles. Esta es una de las razones por las cuales las mujeres enfrentan desafíos particulares que dificultan su integración y su crecimiento profesional.
Con la loable intención de revertir la inequidad de género, en repetidos casos se apela a la fijación de cuotas y a otros mecanismos de discriminación positiva para apalancar el crecimiento de las mujeres. El empleo desmedido de estos dispositivos comienza a percibirse en el cine (saturado de heroínas guerreras o kick ass girls, y de películas que menoscaban al «sexo fuerte»), en las universidades, en el trabajo, en la política y hasta en apps de teléfonos celulares empleados por las mujeres despechadas para «escrachar» al caído en desgracia. Mientras tanto, distintos estudios muestran que las mujeres elegidas donde rigen sistemas de cuotas son percibidas como menos calificadas, menos competentes y menos legítimas que sus contrapartes masculinas, tanto por hombres como por mujeres.
Hablar de «discriminación positiva» es una tentativa de manipular la realidad mediante el lenguaje y de sesgar un concepto malo en sí mismo. Contribuye a minar el esfuerzo y el mérito individual, y a estimular la victimización. La discriminación es siempre negativa. Puede ser útil durante períodos breves para ayudar a que algún grupo de personas relegado alcance visibilidad, pero toda política de esta clase para combatir la exclusión debe estar inscripta en un plan amplio con fecha de caducidad. Durante el lapso inicial, se debe trabajar en la creación de conciencia organizacional sobre el absurdo inherente a los prejuicios, auténtico origen de la discriminación. De no adoptar esta estrategia, se corre el riesgo de institucionalizar injusticias con las personas desplazadas tan graves como las que se pretenden subsanar.
Hay que buscar parte de la explicación del Brexit y de otros movimientos xenófobos en el malestar de aquellos desplazados por las políticas de discriminación positiva.
Para evitar efectos contrarios a los esperados, es crítico que antes de adoptar este abordaje los líderes de las empresas respondan con profundidad preguntas como: ¿es realmente necesario?, ¿por cuánto tiempo sería prudente hacerlo?, ¿quiénes resultarán beneficiados?, y finalmente, ¿quiénes se verán perjudicados?
Emplear discriminación positiva es como recetar una aspirina para la fiebre: puede aliviar los síntomas inmediatos pero no ataca el origen de la enfermedad. Al diseñar políticas de diversidad se debe tener esto en cuenta ya que cuando se posterga la cultura del mérito se generan efectos contrarios a los esperados, se afectan los resultados de la empresa y se profundizan las injusticias. Las compañías están a tiempo de anticiparse pero antes deben admitir que, en el largo plazo, aun las buenas intenciones pueden generar efectos colaterales tan inesperados como adversos.
Eugenio Marchiori–Profesor de la Escuela de Negocios, Universidad di Tella
(fuente: http://www.lanacion.com.ar/1916918-favorecer-puede-llevar-a-discriminar)
Lectura sugerida por Presidencia del CA – Muchas gracias María Belén Gomez por aportarla.