El cuerpo habla, incluso cuando no somos conscientes de esto. La postura, la manera en la que usamos nuestras manos o la dirección a la que apuntan nuestros pies comunican, entre otras cosas, cómo nos sentimos, adónde queremos estar y si tenemos algo que ocultar.
El cuerpo habla, incluso cuando no somos conscientes de esto. La postura, la manera en la que usamos nuestras manos o la dirección a la que apuntan nuestros pies comunican, entre otras cosas, cómo nos sentimos, adónde queremos estar y si tenemos algo que ocultar. Las micro-expresiones, esas pequeñas expresiones de la cara, dan pistas acerca de nuestras emociones y delatan, entre muchas otras cosas, si existe o no coherencia entre lo que decimos y pensamos y si estamos diciendo la verdad.
La postura habla de la actitud de la persona: alguien encorvado transmite cansancio y da la sensación de verse superado por las circunstancias (de allí la expresión «lleva el peso del mundo en sus hombros»). En contraposición, estar erguida refleja seguridad y confianza en una misma.
Las manos y los brazos hacen referencia a la apertura de la persona. Quien está incómodo o siente que tiene que protegerse de los otros suele cruzar los brazos frente a sí, creando una barrera entre su cuerpo y la amenaza. Esconder las manos (por ejemplo, bajo la mesa, en los bolsillos o detrás de la espalda) suele indicar que hay algo que se quiere ocultar. Por el contrario, las manos abiertas, con las palmas hacia arriba o hacia la persona a quien se habla implica que se está siendo transparente, que no se está encubriendo nada.
La mirada habla de la persona, de sus emociones y sentimientos. No fijar los ojos en el otro cuando se le habla es un síntoma de incomodidad, que puede ser causado por timidez o porque se está ocultando algo. En contraposición, mirar a los ojos al otro, además de comunicar una actitud franca, permite generar mayor conexión, ya que queda claro que lo que se está diciendo está dirigido a esa persona. Sonreír cada tanto refleja tranquilidad y confianza en sí mismo. A su vez, permite conectarse con el otro, al establecer que uno no representa una amenaza sino que es una persona accesible y cálida, cualidades que siempre son bien percibidas.
Teniendo en cuenta la importancia de lo que dice nuestro cuerpo, en una entrevista de trabajo es recomendable:
– mantener una postura erguida;
– cuando estés sentada, no te tires para atrás, ya que esto puede comunicar arrogancia o desgano, tampoco demasiado para adelante, ya que esto es percibido inconscientemente como una amenaza;
– tené los brazos relajados al costado del cuerpo o sobre el escritorio, recordando mostrar las palmas de las manos cada tanto;
– intentá no cruzarte de brazos, ni mantener los puños cerrados, ya que ambas posturas dicen que una se siente incómoda con lo que está pasando, y por eso se cierra y protege;
– mirá al entrevistador a los ojos (sin clavarle la mirada, ya que eso lo incomodará);
– recordá que, cuando uno miente, su cuerpo lo manifiesta, rascándose involuntariamente la nariz, la oreja o alguna otra parte de la cara; el ojo entrenado de un reclutador generalmente identifica ese tipo de movimientos, por leves y rápidos que sean.
A su vez es recomendable que evites:
– mirar a otro lado que no sea el entrevistador, sobre todo cuando él habla;
– gesticular demasiado (tanto con la cara como con las manos);
– juguetear con el pelo, una birome, el anillo de casamiento ni cualquier otro objeto, ya que esto comunica nervios e inseguridad;
– los movimientos repetitivos y rítmicos con pies o manos (por ejemplo, tamborileo);
– taparse la boca, ya que esto significa que hay algo que uno quiere decir pero que mantiene callado;
– morderse las uñas, ya que esto demuestra ansiedad e inseguridad;
– apuntar al entrevistador con el dedo, ya que esto puede ser considerado como una falta de respeto.
Fragmento del libro «Mi trabajo ahora» (Editorial Temas), de Matías Ghidini y Alex Markman.