Expertos afirman que se necesitan ocho interacciones con alguien para estar en condiciones de pedirle algo, pero solo una para brindarle lo que busca.
Para un emprendedor, dueño de una pyme, o profesional en busca de un nuevo horizonte, el imperativo es «hay que hacer networking».
Se trata de participar de reuniones con otros emprendedores, posibles aliados y, mejor aún, potenciales inversores. Y en las redes sociales impera el mismo mandato: conectar con gente que ofrezca contactos y recursos.
¿Qué consigo buscando ansiosamente que otros se interesen en mi proyecto? Personas mendigando un poco de atención hay miles. ¿Será eso tejer redes?
Quizá haya que cambiar de perspectiva y recordar que, tanto en lo real como en lo virtual, en las redes humanas gana quien más aporta y no quien más se lleva. Preguntarnos «¿qué tengo para dar?» en vez de «¿qué puedo sacar, conseguir, pedir?».
Los expertos en dinámica de redes humanas en los EEUU afirman que se necesitan ocho interacciones con alguien para estar en condiciones de pedirle algo. ¿Y cuántas interacciones harán falta para brindar algo al otro? Apenas una.
Seamos generosos y pensemos que por nuestras tierras somos más amigables. ¿Quizá con cuatro interacciones alcance? Aún así ofrecer algo será cuatro veces más potente que pedirlo.
¿Y qué tenemos para ofrecer? Conocimientos, ideas, conexiones, contactos. Todo aquello que al otro le pueda sumar.
¿Eso es generosidad y buena onda? Sin duda. Pero también es comprender que en el mundo de las redes cuanto más aporto, más cerca estoy de ser un referente, aquel a quien otros quieren acercarse para socializar, trabajar, emprender, consultar.
Además, cuando intentamos encontrar algo o a alguien, estamos tan enfocados que nuestra visión se estrecha. Abrir la mirada en red multiplica la conectividad y encontramos más respuestas, a veces alejadas del foco de nuestra búsqueda.
Ir en pos de un objetivo es como salir de pesca con un arpón. Cuando desplegamos la red, lo buscado caerá naturalmente en ella.
Imaginemos que nos encontramos con alguien que nos interesa para proponerle un proyecto y nos apuramos a entregarle nuestra tarjeta con la expectativa de que nos contacte.
Si en vez de entregarle un rectángulo de cartulina que irá a parar a una pila de elementos idénticos, generamos en él un campo de interés intercambiando ideas y buscando afinidades, nos tendrá flotando en su red mental durante los próximos días.
Sólo habrá que esperar que en el momento y lugar adecuados, alguna asociación de ideas le recuerde nuestra conversación. Y no cabe duda de que se las ingeniará para encontrarnos.
En una ocasión, al finalizar una de mis conferencias, uno de los asistentes, CEO de una empresa, se acercó para pedirme mi tarjeta profesional.
Ese día yo no llevaba tarjetas. Se molestó ya que intentaba contratarme para una capacitación. «¿Cómo la encuentro?», me reclamó. «Dígame cómo me escondo», le respondí. No pasó un mes cuando, a través de alguna de las redes, se comunicó conmigo.
Pero además el hecho de que alguien nos descubra le otorga un valor agregado a la relación, aportando el elemento de magia que siempre acompaña a un hallazgo.
Y lo encontrado supera al networking, esa estrategia de establecer contactos intencionales, dirigidos a obtener resultados concretos. De nada sirve hacer networking si no tengo una mente conectiva y una vocación colaborativa.
Habrá que practicar un nuevo estilo de networking, que se abre a la oportunidad, más allá de tráfico de influencias y contactos por conveniencia. Pero se nutre de afinidades, coincidencias inesperadas, complicidades emocionales y valores compartidos.