Declaración del IMFC en el Bicentenario de la Declaración de la Independencia
El 9 de julio de 1816 culmina una etapa de la historia argentina y comienza un largo período que se extiende hasta nuestros días.
Los procesos emancipatorios que se desarrollaron en la extensa región de América Latina y el Caribe tuvieron un punto de partida con la revolución independentista de Haití, en 1804, y se extendieron hacia otros países con el denominador común de comenzar a construir su propio destino, libres de España y de toda otra dominación extranjera.
En nuestro país, el momento inicial de la ruptura con el tutelaje colonial comienza el 25 de Mayo de 1810, en el marco de una coyuntura internacional propicia y el protagonismo de patriotas visionarios nutridos con el ideario de la Revolución Francesa y las corrientes transformadoras de aquella época.
Decía Mariano Moreno el mismo día de la gesta naciente en el Cabildo de Buenos Aires que “La variación presente no debe limitarse a suplantar a los funcionarios públicos y su indolencia. Es necesario destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido, promover el remedio de los males que afligen al Estado, excitar y dirigir el espíritu público, educar al pueblo, destruir o contener a sus enemigos y dar nueva vida a las provincias”.
Desde entonces, las tensiones generadas por los proyectos e intereses contrapuestos fueron una constante. Por un lado, entre quienes propiciaban un modelo de país con desarrollo del mercado interno, mediante políticas públicas destinadas a impulsar la industria junto con la agricultura y la ganadería, así como la integración con los países vecinos. Por otra parte, los que se beneficiaban con el monopolio del comercio y la dependencia de la corona española.
Estas tensiones se agudizaron al extremo de generar una brecha profunda y prolongada en el tiempo.
Las deliberaciones previas al Congreso de Tucumán, realizado seis años después de la Revolución de Mayo, estuvieron fuertemente influidas por esa confrontación de proyectos.
Las reiteradas postergaciones a la convocatoria congresal motivaron, entre otras, las contundentes definiciones del General José de San Martín cuando expresó “¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No le parece a usted cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo?… ¡Ánimo!, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas.”
Y más adelante, el 19 de julio de 1819, en circunstancias donde advertía sobre la inminente llegada de una expedición española, arengaba a las tropas del Ejército de los Andes con un mensaje que aún resuena con fuerza desde el fondo de la historia, al decir “Seamos libre y lo demás no importa nada”.
Por su parte, Manuel Belgrano fijó su impronta al señalar con igual énfasis“Fuerza, ánimo, constancia, esfuerzos, son los que necesita la Patria. Ella será libre e independiente si no nos amilanamos”.
Los doscientos años que transcurrieron desde la Declaración de la Independencia hasta la actualidad, estuvieron signados por aquella tensión fundacional entre la lucha por la liberación y las fuerzas conservadoras partidarias de la dependencia.
La sanción de la Carta Magna en 1853 puso fin a un largo período de anarquía, pero no logró consolidar definitivamente la pugna de intereses antagónicos.
El Siglo XX vio nacer importantes movimientos nacionales y de profunda raigambre popular, impulsados por los sectores medios y de la clase trabajadora. Pero también fue un largo período caracterizado por la sucesión de golpes de Estado, cuyo denominador común fue la irrupción violenta de la vigencia constitucional, para someter a los sectores del trabajo y la producción a los intereses de los grandes grupos económicos locales y transnacionales.
Los gobiernos de facto vulneraron las instituciones democráticas, endeudaron al país, destruyeron gran parte del aparato productivo nacional y en su versión genocida, con la instauración de la dictadura cívico-militar en 1976, provocaron la desaparición y muerte de 30 mil compatriotas.
Las conquistas de nuevos derechos económicos, sociales y culturales, así como la puesta en marcha de políticas públicas para el fomento de la industria nacional, el desarrollo del mercado interno y la distribución de la riqueza con equidad impulsadas por los gobiernos de signo popular, fueron anuladas sistemáticamente por las fuerzas restauradoras del viejo orden tras la ruptura del orden constitucional y también, aunque resulte paradójico, por parte de las autoridades surgidas mediante elecciones libres con apoyo de la ciudadanía.
Este Bicentenario de la Declaración de la Independencia nos encuentra en una encrucijada histórica: o logramos consolidar el proyecto emancipador por el que dieron su vida Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín y Monteagudo, entre muchos otros próceres; o corremos el riesgo de reeditar las frustraciones de los años precedentes.
La compleja realidad del momento actual demanda un profundo debate entre los múltiples sectores integrantes de la base social de la República Argentina, para sumar propuestas y voluntades en función de diseñar y construir un proyecto de país con inclusión social plena, democracia participativa, la defensa del interés nacional y la integración con los pueblos de la Patria Grande latinoamericana y caribeña.
Para ese objetivo trascendente, el movimiento cooperativo constituye una referencia de vital importancia por sus principios y valores, su larga trayectoria de realizaciones solidarias, y la demostración de que hay otra forma de organizar la producción de bienes y servicios para satisfacer las necesidades de los asociados y la comunidad.
Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos Coop. Ltda
(fuente: http://www.centrocultural.coop/blogs/cooperativismo/2016/07/06/el-pais-se-hace-desde-adentro-o-no-se-hace/)