La sociedad de tercer milenio nos ha impuesto algunos modelos de análisis y evaluación de resultados que se proyectan a ámbitos antes poco frecuentes. Uno de ellos es el axioma de la administración que indica que todo lo que no se mide, no se gestiona.
De este modo quedamos enfrentados a un enorme desafío: ¿Cómo medir aquellas cosas que, hasta no hace mucho, creíamos imposibles de ser cuantificadas?
Si hace solo 50 años atrás le hubiesen solicitado a nuestros padres que midiesen el estado de uso de la Tierra, tal vez habrían devuelto con una sonrisa socarrona aquello que de seguro interpretaron como una chanza.
Pero hoy podemos obtener fácilmente ese dato crucial. Es más, cualquiera – en condiciones de acceso básico a la información – podría (o debería) conocer cómo estamos usando nuestra Casa Común: La Tierra.
Este ser, maravillosamente vivo y complejo, permite que habitemos en su corteza más de 7.473.408.800 de personas, que somos – al 07 de Noviembre de 2016 – la población actual que vive en el planeta.
Imposible quedarnos indiferentes cuando sabemos que estamos “usando” para vivir mucho más de lo que ella puede darnos para enfrentar cada ciclo calendario anual. Desde 1987 a hoy, hemos venimos sobrepasando el limite racional de lo que entrega el planeta para su población cada año. En lugar de una relación limitada al lógico 1 a 1, hoy superamos el ratio de 1,6 planetas por año. Estamos sobre girados, utilizando mucho más de lo que la Tierra puede entregarnos anualmente para vivir con dignidad. A pesar de eso, aún tenemos más de 1.000.000.000 de seres humanos viviendo en la pobreza, y 800.000.000 de ellos padeciendo serias insuficiencias alimentarias.
Vale decir que estamos sobre-exigiendo casi de manera violenta a quién nos cobija, alimenta y resguarda. Eso ya representa de por sí una actitud desagradecida. Pero al incorporar el dato de la pobreza que dejamos sin atender en ese aprovechamiento, la actitud pasa a la categoría de vergonzante. En ese punto estamos parados.
Urge recuperar la conciencia y la sensibilidad necesarias para saber que al dañar a nuestra casa, nos estamos dañando a nosotros mismos.
No podemos menos que reconocer que nuestra relación con la Tierra no la que debiera ser. Por eso, vale recordar esta reflexión de Leonardo Boff: “Cuando amamos, cuidamos y cuando cuidamos, amamos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El “cuidado” constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que forcejea por emerger en todas partes del mundo. La falta de cuidado de los recursos escasos y en la manera de tratar la naturaleza, la ausencia de cuidado… nos está llevando a un impasse sin precedentes. O cuidamos o pereceremos. El cuidado asume la doble función de prevenir daños futuros y de regenerar daños pasados…El cuidado tiene la facultad de reforzar la vida y de celar por las condiciones físico-químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida y su ulterior evolución…”
* Por Luis Ulla, Director de Investigación y Desarrollo del Instituto Argentino de Responsabilidad Social Empresaria (IARSE)
(fuente: http://www.iarse.org/seccion/editorial/el-cuidado-de-la-casa-comun-como-una-expresion-de-responsabilidad-social/)