Dos métodos que se basan en la empatía para favorecer la innovación

(f) Días atrás escuché una entrevista radial a Carlos Rottemberg, empresario teatral que está cumpliendo 40 años de trayectoria y ha puesto en escena obras de la talla de Made in Lanús, Brujas, Parque Lezama e infinidad de éxitos más. Preguntado sobre su temprana vocación por la producción teatral, afirmó: «De chico era fanático del cine, pero en lugar de concentrarme en la pantalla miraba las reacciones de los chicos que había en la sala e intentaba contar cuántos habían ingresado: el diagnóstico que el médico les dio a mis padres, preocupados por mi inusual conducta, fue que mí no me interesaba saber por qué volaba Dumbo, sino por qué los chicos querían ver a Dumbo».

Allí reside la génesis del éxito profesional de Rottemberg: lo más relevante en el diseño (de un producto, un proceso, un negocio, en definitiva, de cualquier cosa) es la persona a la que está destinado.

Las cosas no han sido siempre así, sin embargo. Durante mucho tiempo se confió el diseño exclusivamente a los expertos. Para diseñar un auto, un ingeniero mecánico. Para diseñar una casa, un arquitecto. Todos especialistas en aquello que se quiere diseñar, en la cosa. Hoy sabemos, entre otros gracias a David Kelley (profesor de la D-School de Stanford y fundador de IDEO), que el proceso de diseño ha de abarcar muchas más cosas que la cosa misma. Más aún, demasiado conocimiento técnico en las etapas iniciales puede conspirar contra la innovación.

El Design Thinking propone un método para diseñar en cinco etapas: empatizar, definir, idear, prototipar y validar. La aproximación ha de ser multidisciplinaria y lo más amplia posible. Para ello es necesario meterse en la piel de los usuarios.

Después de ello se ha de replantear el problema en función de lo que aprendimos de nuestra audiencia y se han de generar múltiples ideas destinadas a resolverlo en forma novedosa. Una vez más, como queremos más variedad que calidad, en esta etapa es importante no centrarse demasiado en los aspectos técnicos que probablemente nos llevarán por el terreno conocido (el del conocimiento acumulado) y nos alejarán de la innovación. En la siguiente etapa debemos refinar nuestras propuestas y llevarlas un paso más allá, construyendo una representación de la solución más significativa. El objeto central del prototipo (además de indagar sobre la factibilidad técnica) será permitir la validación. Esta quinta y fundamental instancia replica la primera, ya que volvemos a consultar a nuestra audiencia, pero ahora con una propuesta de solución. Esto da lugar al cierre de un proceso de diseño circular, iterativo, mediante el cual vamos aprendiendo sobre el problema y la calidad de las soluciones que ponemos a prueba.

El Design Thinking nos ayuda a que nuestro punto de partida sea más innovador y acertado, pero no podemos pedirle más que ello. Nos va a permitir tener el mínimo producto viable más adecuado para salir al mercado. Pero es este último el que nos va a dar el único veredicto sobre nuestro diseño. ¿Funciona? A la gente a la que estaba destinada, ¿le gusta? ¿Lo compra? Salvo en circunstancias muy excepcionales, no.

Y aquí aparece el Lean Startup, la propuesta de Eric Ries en relación al desarrollo de nuevos negocios, que puede resumirse en dos palabras: fracasá rápido (o, en su acepción más actual y optimista, aprendé rápido: el fracaso como camino del aprendizaje). Lean Startup es un método que guarda muchas similitudes con Design Thinking: es iterativo y está centrado en la persona. Tiene tres etapas que se realimentan: aprender, construir, medir.

Lo novedoso es que la etapa final sólo tiene verdadero sentido si se lleva a cabo en el mercado: la única forma de aprender rápido es observando cómo funcionan las cosas en la vida real. Y la vida real de la innovación y los negocios es el mercado. Como explican en IDEO, una innovación sólo se verifica si satisface una necesidad humana, tiene viabilidad económica y factibilidad técnica. Por eso, la salida al mercado ha de ser vista como un paso más en el proceso de diseño, no como un objetivo final. La respuesta del mercado nos va a dar la mejor información para adaptar, refinar o modificar nuestra propuesta. En otras palabras, las empresas deben alejarse de las políticas que castigan los fracasos y pasar a aprender de ellos para ser innovadoras y crear valor.

En una era donde el ciclo de vida de los productos se acorta, la competencia es creciente y la innovación ha de ser la prioridad estratégica en la mayoría de las industrias, nunca más bienvenida la recomendación de salir al mercado lo antes posible: allí está la información relevante sobre los consumidores.

Por Nicolás Bacqué | Para LA NACION

Director de la Licenciatura en Administración y Sistemas del ITB

(fuente: http://www.lanacion.com.ar/1746356-dos-metodos-que-se-basan-en-la-empatia-para-favorecer-la-innovacion)

Lectura sugerida por Presidencia del CA – Muchas gracias María Belén Gomez por aportarla.

 

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