(f) Cambio de hábitos: la clase media deja de lado la «puesta al día en el consumo» y avanza en la «puesta al día del bolsillo»
No se puede ahorrar en dólares. Bancos y tarjetas siguen ofreciendo cuotas fijas y en pesos. Pero el humor para seguir de compras ya no es el mismo de antes. Algo cambió. Para los analistas, hay un factor clave que incide en la retracción y en el ánimo, que el Gobierno no logra controlar
El concepto de «fuga al consumo» fue otra de las contribuciones que la Argentina hizo a la economía política.
La frase fue acuñada el año pasado por los economistas que trataban de explicar el fenómeno, aparentemente contradictorio, de un país que vivía un boom de consumo a pesar de que sus indicadores económicos se agravaban ostensiblemente, en especial en el plano de la inflación.
El argumento era que, a diferencia de lo que ocurre en otros países -donde la población se retrae y decide cuidar su capital cuando ve que las cosas empeoran- en la Argentina sucedía la situación opuesta. Y la sociedad «ahorraba consumiendo» como una forma de proteger su dinero de la suba de precios.
Y, en ese contexto, un factor que acompañaba al boom consumista era un incremento en el nivel de deuda de las familias con los bancos y las emisoras de tarjetas de crédito.
Norberto Nacuzzi, socio de la consultora internacional Ernst & Young, destaca que ello fue consecuencia del crecimiento económico, de la abundancia de financiación bancaria y, además de la sostenida inflación.
Otro de los factores que alentaba el consumo era el llamado «efecto licuación». Esto es, el poder adquirir productos en cuotas fijas y en pesos y dejar que el «protagonismo» de las mismas en el presupuesto mensual se vaya diluyendo en proporción a los incrementos en las remuneraciones.
«Los efectos inflacionarios hacen que las cuotas proyectadas puedan sostenerse, porque se absorben en parte con los aumentos salariales. Al no existir capacidad adicional de ahorro, y al continuar la depreciación de la moneda, el consumo de bienes durables, es visto como refugio», afirma el socio de Ernst & Young.
¿La fórmula perfecta ya no surte efecto?
En resumen, lo que los analistas destacan como condiciones que hicieron posible ese fenómeno del consumo «eufórico» en un entorno económico inestable eran:
• Un dólar barato y que se moviera muy lentamente, siempre debajo del resto de los precios. Eso garantizaba que los productos importados se tornasen más accesibles, en términos reales.
• Salarios ajustables, al menos en línea con la inflación, y que se indexaran en períodos no mayores de seis meses.
• Jubilaciones y planes de asistencia social que también ajustaran en línea con la suba de precios.
• Abundante crédito para el consumo, con planes de pago en cuotas fijas en pesos, mediante préstamos personales y tarjetas de crédito.
• Una inflación estabilizada encima del 20%, que propiciaba el «efecto licuación» de las cuotas en el tiempo.
• El mantenimiento de las tarifas congeladas, que hacían las veces de un subsidio al consumo, al dejar más dinero libre para gastar.
• Pero, por sobre todo, la sensación de las buenas perspectivas en cuanto al futuro del país y la situación personal, que se traducía en altos índices de confianza y estabilidad laboral.
Todos estos factores se combinaban y parecían que habían dado lugar a una «fórmula perfecta». Y hasta se pensaba que era fácil de lograr: sólo había que emitir dinero, inyectarlo al mercado y así mantener la maquinaria «lubricada».
El resto lo hacía la soja, que permitía hacer frente a las obligaciones externas y le dejaba caja el Estado para que «siga la fiesta».
Pero algo cambió. La «magia» del modelo parece haberse esfumado y el consumo comenzó a flaquear.
¿Las razones? Los mismos factores que antes «jugaban a favor» ahora se transformaron en un boomerang:
• El dólar barato dejó al país con atraso cambiario y al Gobierno sin poder abastecer la demanda del público. Esto incrementó el grado de incertidumbre.
• Las tarifas subsidiadas erosionaron la caja del Estado y elevó los problemas fiscales.
• Altos salarios en dólares complicaron a las empresas y les restó competitividad. Ahora, en muchos casos, los artículos importados resultan ser más económicos que los nacionales.
• La «bendita» inflación no pudo bajarse de cifras muy elevadas, se incrementó la puja sindical y el país quedó preso de un círculo vicioso entre precios y salarios.
El Gobierno comenzó a tomar medidas restrictivas -tras años de una «larga fiesta»- la economía empezó a enfriarse y así los índices de confianza sobre el país y las perspectivas de los argentinos -en cuanto a su futuro- comenzaron a caer.
Y, a mayor incertidumbre, mayor cautela.
Esto se ve reflejado en casi todos los rubros, que acusan menores niveles de ventas, tal como lo refleja la última encuesta de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME):
«Puesta a punto» del bolsillo
La mayor cautela que muestran los argentinos para consumir se da, incluso, en un contexto en el que las alternativas de inversión brillan por su ausencia: no hay dólares para ahorrar y los plazos fijos pagan menos de la mitad que la inflación real.
«Sin poder refugiarse en la divisa estadounidense, ni en otras opciones que superen a la suba de precios esperada, los particulares se encuentran en una situación muy proclive a consumir», argumentan desde Ecolatina, la consultora dirigida por Lorenzo Sigaut (h).
Y destacan cómo persisten tasas de interés muy negativas en los bancos, al tiempo que la sociedad cuenta con ofertas de descuentos y cuotas fijas.
«Sin embargo, y pese a todos estos ‘incentivos’ a gastar, el consumo muestra cada vez más síntomas de desaceleración», afirma Sigaut.
Los mayores temores sobre la situación (personal y del país) a futuro, y las crecientes dificultades para indexar salarios, jubilaciones y planes sociales explican el por qué del cambio.
Es decir, se ha quebrado uno de los puntos que operaban como condición para que la maquinaria del consumo siguiera funcionando.
Más aun. Pese a que los bancos siguen ofreciendo descuentos y beneficios se nota un cambio de actitud en la clase media, que ahora muestra una mayor cautela y no se deja seducir tanto por los planes de cuotas fijas.
Por otro lado, los incrementos en las remuneraciones tardaron más en llegar.
Y esto también contribuyó a que se pasara de lo que antes era una «puesta al día en el consumo» (adelantar compras pendientes para ganarle a la inflación) a una «puesta al día del bolsillo» (aplicar las mejoras salariales no a comprar sino a saldar deudas acumuladas).
Tal es así que el «efecto aguinaldo» no se sintió de lleno en los mostradores de los comercios, como sí ocurrió en otros años.
El consumidor compulsivo, en retirada
«La pauta general del consumidor hoy es: ‘si hay cuotas, se aprovechan… pero no porque haya cuotas hay que comprar'», grafica un informe de CAME.
«Buena parte de la clase media está optando por autolimitarse, lo cual es algo que suele ocurrir cuando el público percibe que cambia el contexto económico y puede venir un período de estrechez», observa Guillermo Barbero, socio de la consultora Deloitte.
Según su estimación, el promedio de saldos pendientes de cancelación que tienen las familias argentinas con los bancos es 2,12 veces su ingreso (esta cifra incluye préstamos personales, tarjetas pero no hipotecarios ni prendarios).
«No puede considerarse un nivel excesivo, y aunque viene en ascenso en los últimos cuatro años, todavía se encuentra algo por debajo del que había en 2008», argumenta Barbero.
«En el mercado financiero se hace referencia a la cautela que demuestra el público. El cambio de humor social es la clave para entender qué pasa», señala el experto de Deloitte.
Y remarca que en la economía «las expectativas pueden pesar más que la realidad. Ya lo vimos con la recesión de 2008-2009, cuando se produjo una retracción fuerte en la toma de crédito, más por las expectativas que por la crisis misma».
También desde Ernst & Young, observa Nacuzzi que «el nivel de consumo, y la decisión de tomar nuevas deudas, está tendiendo a reducirse».
La falla del factor clave
En definitiva, la «fórmula» que garantizaba el funcionamiento de la maquinaria consumista ha comenzado a fallar.
Y más que por falta de dinero, la clave parece estar en la desconfianza hacia el futuro.
Por eso, los analistas sospechan que el cambio puede ser más estructural que pasajero.
Expertos como Guillermo Oliveto ya no hablan de «consumidores compulsivos y oportunistas» sino más bien, destacan que ahora predomina la cautela.
El Gobierno intenta revertir la situación con bajas tasas de interés y forzando a que la gente gaste en vez de que compre dólares. Pero donde no logra sostener su estrategia es en uno de los planos claves: la estabilidad laboral.
La ola de noticias negativas que llegaron en las últimas semanas, con decenas de empresas que suspendieron personal (sólo en mayo hubo 5.056 suspensiones y 4.826 despidos, según estimaciones de la consultora Tendecias Económicas) marcaron el punto de inflexión.
Esto se refleja con claridad en las encuestas de expectativas económicas, como la que realiza la Universidad Católica.
Cuatro de cada diez encuestados afirma que ahora hay pocos puestos de empleo, un porcentaje elevado si se lo compara con el 26% que tenía esa percepción en octubre pasado.
Y, en consecuencia, la disposición a gastar dinero en la compra de bienes durables descendió a los niveles de hace dos años.
Ahí es donde reside el punto débil de la fórmula: aun con todos los «incentivos» para consumir, la clase media está revisando sus prioridades, incluso cuando ello implique cierto perjuicio en el corto plazo.
«Las familias deciden conservar una porción mayor de sus ingresos y no endeudarse para enfrentar épocas más difíciles, aun sabiendo la pérdida de capacidad futura de compra en la que incurren», señala Sigaut, de Ecolatina.
Es que, como ya identificaron los analistas, la sensación de estabilidad en el empleo sigue siendo el elemento más importante a la hora de consumir.
Al respecto, un estudio de Ernesto Kritz, titular de la consultora SEL, demostró que el índice de confianza de la población podía seguir alto en momentos de elevada inflación, siempre que no aumente el temor a perder el puesto de trabajo.
En cambio, cuando el desempleo aumentaba, aun si la inflación descendía (como fue el caso de 2009), no había forma de mejorar el ánimo de la población.
Los números oficiales siguen mostrando una baja tasa (7,5%) pero es inocultable que la gente percibe una desmejora.
El mismo hecho de que la presidenta Cristina Kirchner haga mención al riesgo del desempleo y a la necesidad de que no existan desbordes en las negociaciones salariales es, de por sí, un elemento que juega a favor de la austeridad.
Y en ese contexto, no hay fórmula consumista que pueda tener éxito.
(fuente: Infoabe.com – 19/7/12 Por Fernando Gutierrez)