El pan, «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», es el alimento básico de nuestra civilización. Pero ha llegado el momento de dejar de consumir pan blanco. Ahora verá por qué.
El trigo ya no puede considerarse un alimento sano. Aunque sea ecológico o integral, el trigo moderno es demasiado híbrido. Contiene una elevada cantidad de glutamina, una proteína que tiende a irritar las paredes intestinales, y muchos menos minerales y vitaminas que hace cientos de años.
Es una verdadera lástima, porque el trigo era realmente un alimento adecuado y hoy en día se utiliza en multitud de harinas y alimentos, en especial como espesante.
En el pan blanco, la mejor parte de la harina se ha retirado para dársela a los cerdos y a otros animales de granja. El trigo integral no es bueno para la salud, pero al menos contiene fibra, vitaminas y minerales. Para elaborar pan blanco, por el contrario, se retiran del trigo el germen y el salvado.
El resultado es un producto casi sin fibra y sin apenas vitaminas ni minerales, un producto que en el fondo no es más que almidón; sencillamente calorías sin nutrientes esenciales.
Lo mismo ocurre con los cereales para el desayuno. Cuando compre cereales no se deje impresionar por las etiquetas que indican que han sido “enriquecidos” con vitaminas. La razón por la que a veces se «enriquecen» los cereales es precisamente porque los científicos se dieron cuenta en 1945 de hasta qué punto eran pobres en nutrientes. Vamos, que la caja de cartón de los cereales contiene casi tantos micronutrientes como los propios cereales, si no más.
Los fabricantes añadieron entonces 3 ó 4 vitaminas y un poco de hierro. Pero esto es como si alguien le robase 10.000 euros de su cuenta del banco y luego decidiese «enriquecerle» dándole un par de euros.
El pan blanco moderno está demasiado salado. Contiene de media 19 g de sal por kilo de pan. Una barra (250 gramos) contiene 4,7 g de sal, lo que supone casi la cantidad máxima diaria que recomienda ingerir la OMS (5 g/día/persona). Según datos recogidos por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), en España la principal fuente dietética de sodio en la población adulta es precisamente el pan.
Aunque no se añada sal en su fabricación, el pan sin sal contiene sin embargo de 0,2 a 2,2 g de cloruro de sodio por kilo.
El pan blanco no es un azúcar lento, más bien es un azúcar de combustión rápida con un índice glucémico elevado, que provoca un gran desgaste de insulina y reacciones de hipoglucemia.
El índice glucémico indica el efecto de los alimentos en la glucemia (nivel de glucosa en sangre) durante las dos horas siguientes a su ingesta.
El índice 100 de glucemia (el máximo) corresponde a la glucosa pura y… ¡al pan blanco!, que no es más que almidón, como ya ha visto, y el almidón a su vez no es más que una cadena de moléculas de glucosa.
Esto quiere decir que consumir pan blanco es peor que comer terrones de azúcar: hace que aumenten escandalosamente los niveles de azúcar en la sangre, lo que afecta al páncreas y provoca un pico de insulina, con el consiguiente riesgo de desarrollar en un futuro resistencia a la insulina, diabetes, obesidad y enfermedades cardiovasculares.
El trigo moderno, resultado de procesos híbridos, se ha seleccionado por su riqueza en gluten. El gluten es una mezcla de proteínas. Cuanto más gluten haya en la harina, más fermenta el pan y se vuelve más elástico y esponjoso. El pan parece más apetitoso, más hinchado y, por tanto, se vende mejor.
El problema es que el sistema digestivo de muchas personas no tolera las cantidades de gluten que presenta el pan moderno. La intolerancia al gluten provoca cansancio, dolores abdominales, diarrea, reflujo gastroesofágico, problemas articulares, eccemas e incluso trastornos neurológicos.
El filósofo, escritor y cineasta francés Guy Debord (muy vinculado a España y a la cultura española, por cierto) fue muy gráfico al explicar su sorpresa ante la indiferencia con la que las panaderías francesas sustituyeron el auténtico pan por una imitación y ello no hubiera provocado una nueva Revolución Francesa: «Durante el periodo que precede a la Revolución de 1789, nos acordamos de la multitud de motines populares que se desencadenaron como consecuencia de moderados intentos de falsificar el pan. (…) Cuando vimos, hace ya diez años, que el pan desaparecía en Francia, casi siempre sustituido por un pseudopán (harinas no panificables, levaduras químicas y hornos eléctricos), no sólo esta situación traumática no despertó ningún movimiento de protesta y de defensa (…), sino que literalmente nadie habló de ello». (1)
Si no hay posibilidad de hacerse con verdadero pan, le aseguro que comer sardinas, ensaladas, huevos fritos y jamón sin pan sienta muy bien.
Si está acostumbrado a consumirlo, incluso se sentirá sorprendentemente más ligero y con más energía después de una comida sin pan.
¡A su salud!
Juan-M. Dupuis
(fuente: Tener Salud [tenersalud@saludnutricionbienestar.com])