Crisis de la mediana edad y reorientación vocacional, el desafío de atreverse a buscar un nuevo rumbo profesional en la edad adulta
A partir de los 35 años pueden darse las primeras crisis vocacionales en la adultez.
Lucía tiene treinta. Es un poco joven para la estadística, pero su historia, sin embargo, encaja a la perfección. Arquitecta, hasta hace apenas unos días trabajaba en un banco, liderando proyectos de gerenciamiento de obra. Pero hace un año aprendió a tatuar. Y su vida cambió.
Todos fantasean en algún momento con patear el tablero. Llega una etapa de la vida laboral adulta, tanto de hombres como de mujeres, en que el trabajo puede volverse una carga. Así, la fantasía de instalar un bar en la playa o de robar un banco y huir a algún paraíso sin leyes de extradición se vuelve recurrente.
Pasamos dos tercios de nuestro tiempo trabajando. Una inversión demasiado onerosa para dedicársela a una actividad que convierte la rutina en calvario.
Las crisis vocacionales están más relacionadas con los jóvenes, con los que terminan la escuela y –universidad mediante, o no– buscan un rumbo. Las indecisiones, los fracasos académicos y los cambios de carrera no son inusuales en los menores de veinte. ¿Pero qué pasa con los adultos? ¿Puede una persona que se arrima vertiginosamente a la mitad de la vida replantearse la carrera?
La respuesta no solo es un «sí». También es un «y tiene todo el derecho del mundo».
Pasamos dos tercios de nuestro tiempo en el trabajo. Mejor que sea en algo que produzca bienestar.
La gran «U»
La crisis de la mediana edad es un fenómeno netamente urbano y de clase media, pero que –salvadas esas dos circunstancias– no reconoce fronteras. Según un estudio del profesor Andrew Oswald de la Universidad de Warwick, en 55 de 80 países analizados, la satisfacción de la gente con su propia vida, si fuera graficada en una curva, sería una gran letra «U».
Una encuesta de Gallup afirma que entre los 45 y los 55 años se da la etapa de mayor disconformidad
Los extremos de la U, los picos altos, representan algo tan abstracto como «la felicidad» (la pregunta que usaron los académicos de Warwick fue más precisa: «considerando el todo, qué tan satisfecho está usted con su vida en este momento»).
La «panza» de la U, el punto más bajo, es la famosa crisis «de los 40», que en este siglo 21 de adolescencias extendidas, mejores estados físicos y mayor expectativa de vida, se ha desplazado hacia los 46. Una encuesta de Gallup publicada por la revista norteamericana Forbes, de hecho, ubica la etapa de mayor disconformidad entre fines de los 40 y principios de los 50.
El síndrome de la U «se trata de una curva en que la persona pasa de una sensación de felicidad típica de la edad joven, cuando todo está por descubrir, donde uno se cree invencible y capaz de alcanzar todos sus objetivos, a una etapa de dudas, insatisfacción, frustración y replanteos, donde se cuestiona el camino profesional elegido en la adolescencia y todos los logros obtenidos hasta entonces», explica Natalia Tabak, licenciada en psicología y coach ontológica.
Esto también es madurar
Alrededor de los 35 comienzan los replanteos. Los balances sobre los logros de la propia vida, a fuerza de experiencia y madurez, se vuelven más realistas. Las expectativas cambian. Ya no todo es posible, como en la juventud, pero a la vez se tiene mayor consciencia de qué es lo que la realidad y las propias limitaciones permiten.
«El conflicto que se genera es estructural», explica el coach organizacional Guso Saint Martin, «Las creencias propias son puestas en duda o bien colapsan. La brecha entre lo que está pasando y lo que quiero que pase empieza a ser grande. Es como si la persona se partiera en dos, la que se aferra a lo conocido y la que quiere un cambio. A veces sin tener claro un nuevo norte hacia donde ir. Otras veces, sabiendo lo que se quiere vivir, pero no haciendo nada por ello. Se produce una rotura en la línea de coherencia que es la integridad que genera una conversación interna de insatisfacción. Porque cuando pensamos, decimos y hacemos en una misma línea, nos sentimos plenos, independientemente del resultado de la acción».
La crisis vocacional en la mediana edad «es un periodo en el que las personas se suelen replantear su lugar en el mundo y se cuestionan qué han logrado hasta ahora y que se propondrán lograr en el futuro», continúa Tabak, «Es en esta etapa cuando algunos se atreven a dar un espacio a sus deseos e inquietudes laborales postergadas».
Renunciar a ese puesto seguro en un banco para poner su propio «ink salon» y dedicarse a hacer tatuajes hasta la edad jubilatoria no es sencillo. La «estabilidad burguesa» –la del escritorio con el nombre, la del sueldo a fin de mes, la de la cobertura médica premium– hace que muchos adultos con ganas de cambiar de vida no se atrevan. El adolescente que toma una decisión de carrera a los 18 no tiene nada que perder. El adulto, en cambio, siente la presión de, muchas veces, tener que mantener una familia, pagar deudas y –básicamente– sostener su nivel de vida.
El adulto que quiere cambiar de carrera está sometido a la presión de mantener un cierto nivel de vida alcanzado y de ser exitoso
A Lucía, primero que nada, le costó animarse a hacer el primer tatuaje. Su «víctima» fue su mamá, un territorio de confianza donde poder experimentar. «Es como manejar, si aprendés pero no salís con el auto, te olvidás todo», explica, «Subí la imagen a Instagram y conocidos y desconocidos me alentaron, me felicitaron y me dijeron que querían ser los próximos en tatuarse». Algo nuevo estaba en movimiento.
En general, las trabas más grandes tienen que ver con el temor y la incertidumbre que genera el barajar y dar de nuevo.
Cambiar de carrera en la edad adulta es un salto al vacío. Y los saltos al vacío siempre dan un poco de vértigo.
Con la madurez, se redefine el concepto de éxito en el plano profesional.
Redefiniendo el éxito
«Ser exitoso en una profesión no significa necesariamente que esa profesión te apasione», afirma la psicóloga Tabak, «Es erróneo creer que el éxito es lo único que uno debe esperar de la vida profesional, sin tener en cuenta la satisfacción personal. También aparecen las dudas respecto al momento del cambio, muchos consideran que ya es tarde y no se animan ni se dan la posibilidad siquiera de pensar qué les gustaría hacer».
Ser exitoso a nivel profesional no es sinónimo de estar feliz con el trabajo
«Muchos se plantean abandonar un trabajo o un matrimonio, pero no se puede cambiar todo al mismo tiempo y en forma descontrolada», explica el psiquiatra Calvin Colarusso, de la Universidad de California, para WebMD, «Muchos pasan por la agonía del replanteo para, finalmente, quedarse con lo que tienen».
«Por ello, el cambio no debe ser brusco», aconseja Natalia Tabak. «La nueva ocupación puede comenzar como una actividad extracurricular o un pasatiempo, conservando el trabajo anterior, hasta convertirse en una nueva ocupación que genere ingresos. También puede darse que el cambio no sea del 100% y que uno termine encontrando una variante, más acorde a los nuevos deseos y expectativas, dentro de la profesión actual o como complemento de esta nueva etapa».
El cambio de un trabajo agobiante a uno satisfactorio debe ser gradual.
Esto no está mal
«Cada foto que subía a las redes sociales, alguien me contactaba para tatuarse», continúa Lucía con el relato de su cambio de rumbo, «Todo llegó sin esperarlo, de repente la casilla se me llenó de pedidos que tenía que alternar con el trabajo de todos los días en la oficina. Decidí seguir con ambas cosas porque no me animaba a dejar mi rol de arquitecta y mi ingreso fijo. En los tiempos libres, tatuaba. Pero terminaba siempre cansadísima y para tatuar necesitás estar con la cabeza fresca».
Le tomó más de un año tomar la decisión. Entre tanto, comenzaron a tatuarse con ella diferentes personajes de la radio y la televisión, que hicieron crecer su popularidad hasta que, finalmente, «después de quemarle la cabeza a mi novio, amigos y familia, decidí tirarme a la pileta: renuncié a mi trabajo y voy a dedicarme a tatuar. No me gustaría dejar de ejercer como arquitecta, pero no quiero trabajar más haciendo algo que no me gusta tanto».
La reorientación vocacional tiene que ver con replantearse el camino recorrido, tomar lo positivo de cada experiencia, redefinir el perfil profesional y empezar a prestar más atención a lo que cada uno desea, más que a los mandatos y presiones sociales.
«El gran desafío es dedicarle tiempo al autoconocimiento y armar nuestra propia caja de herramientas compuesta por fortalezas, aptitudes, hobbies y deseos, que nos van va a permitir conectarnos con lo que realmente nos apasiona», concluye Tabak.
Una vez madurada la idea, una vez que se entiende y se acepta que querer otra cosa de la vida y del trabajo no está mal, que querer cambiar no es un pecado, solo falta vencer el miedo y dar el paso.
Qué pocos desperdicios hay tan grandes como envejecer detrás del escritorio equivocado. Y la vida, aunque a veces no parezca, es corta.
Por: Diego Gualda dgualda@infobae.com
(fuente: http://www.infobae.com/2015/09/18/1755596-cambiar-trabajo-los-40)