Una de las grandes diferencias entre los seres humanos y otras especies radica en el procesamiento de las emociones (en especial, en términos de sentimientos). Esto podría deberse al desarrollo de otras capacidades mentales complejas y su interacción con el sistema más primitivo de procesamiento de estímulos de relevancia biológica involucrados en la supervivencia de la especie.
El miedo (detectar y responder al peligro) es común entre las especies. Sin embargo, la ansiedad depende de habilidades cognitivas propias del ser humano. Esta característica está dada por la habilidad que tenemos de revisar el pasado y proyectar el futuro. Es así que podemos vislumbrar varios escenarios posibles en el futuro y recrear, a la vez, eventos del pasado que podrían haber ocurrido pero que no existieron realmente. Esta capacidad de proyección sobre el pasado y el futuro nos ha otorgado a los seres humanos un instrumento crucial para la supervivencia: resolver antes de que sea tarde, prepararse antes de que el peligro se haga presente.
«La ansiedad genera que, ante riesgos imaginarios, el sistema de alarma igual se dispare».
Pero, ¿qué pasa cuando experimentamos ansiedad frente a eventos que no son peligrosos en sí mismos? La ansiedad genera que, ante riesgos imaginarios, el sistema de alarma igual se dispare. Un ejemplo clásico es el siguiente: supongamos que estamos caminando por la calle y, súbitamente, aparece un ladrón que nos amenaza y nos roba la billetera. En esa vivencia sin duda experimentamos cambios corporales concretos como respiración agitada, palpitaciones, sudoración, entre otros síntomas. Esa reacción es el miedo. Un tiempo después, nos encontramos caminando por el mismo lugar y, aunque nadie nos amenaza ni nos roba, nos preocupa encontrarnos con un ladrón. Solamente la experiencia de transitar por ese mismo camino nos llena de preocupación. Ese sistema de alarma puede no funcionar correctamente cuando no anticipa un peligro inminente. Pero también cuando empieza a detectar peligros donde no los hay y a evaluar los riesgos en exceso. Esto último es lo que ocurre en los trastornos de ansiedad, los desórdenes psicopatológicos más comunes en las sociedades modernas. El factor común de esta patología es la evaluación exagerada de los peligros del ambiente, el miedo que paraliza, junto con una subestimación de los propios recursos para afrontarlos.
Las emociones son contagiosas. Es por eso que los diarios y revistas hablan de «alegría en las calles» o «tristeza popular», ya no como suma de los sentimientos individuales sino como fenómeno colectivo. El miedo, por supuesto, también es otro caso: «La gente tiene miedo», se puede escuchar también.
El miedo colectivo no sigue la lógica de la probabilidad, más bien sigue un atajo mental mucho más simple: «¿Eso nos va a dañar? Por las dudas, evitémoslo». Funciona de manera contraria a la idea de «a mí no me va a tocar» (quizás sean las dos caras de una misma moneda). Es cierto que durante la evolución, las personas que más evitaron daños percibidos (aunque inexistentes) pudieron sobrevivir más que los más racionales o escépticos. De hecho, la calidad de vida antes del siglo XIX era muy diferente y la ciencia no podía detectar riesgos como hoy, por lo que esta estrategia continuaba siendo útil. En cambio actualmente, si nos dejamos llevar solo por las intuiciones, las sociedades pueden tomar malas decisiones e incluso estigmatizar a ciertas personas o grupos.
Cuando los actores sociales empiezan a difundir una catástrofe inminente real o imaginaria, frecuentemente brotan la ansiedad y la sensación de incertidumbre general. Si se invirtiera en el largo plazo lo que se gasta en atajarse de «la crisis que viene», aprovecharíamos esos recursos para diseños, proyectos y realizaciones permanentes que quizás las prevendrían.
El miedo social paraliza. Es por eso que en un contexto de miedo es común que la población defienda el statu quo, aunque numerosas veces el sistema establecido haya tenido responsabilidad en eso que al fin y al cabo se generó. Porque el miedo afecta gravemente nuestra capacidad para tomar decisiones, se trata de la principal herramienta de control del autoritarismo. Es imprescindible volver muchas veces sobre esto, tenerle miedo al miedo e insistir para que el miedo no vuelva nunca más.
Fuente: Facundo Manes – La Nación.