Este año, los bancos centrales alrededor del mundo relajaron la política monetaria con la esperanza de reducir el valor de sus monedas e impulsar las exportaciones.
Esta clase de medidas provoca habitualmente acusaciones cruzadas de guerra de divisas, en la que un país devalúa su moneda para obtener una ventaja competitiva sobre sus vecinos. En esta ocasión, sin embargo, tales temores se han desvanecido.
Una evidencia creciente apunta a una razón: un cambio en la dinámica del comercio global amortigua el impacto de una moneda barata.
La tendencia cobra mayor relevancia en momentos en que las políticas monetarias de los bancos centrales más poderosos del mundo —la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo— se encaminan en direcciones opuestas, lo que posiblemente afectará el valor del dólar y el euro.
Lo que ha cambiado es el lugar donde las empresas consiguen los materiales que necesitan para fabricar los productos que exportan. Tradicionalmente, los fabricantes encontraban la mayor parte de los componentes que necesitaban en sus respectivos países. Ahora, los empiezan a buscar en otros lugares. El resultado es que las exportaciones incorporan muchas más importaciones.
Cuando una moneda como el euro se debilita, por ejemplo, disminuye el precio de los bienes vendidos por los fabricantes alemanes en EE.UU., pero también aumenta el costo de los insumos que las empresas alemanas necesitan para producir tales exportaciones.
Medir el impacto de las cadenas globales de suministro en los flujos comerciales es la tarea de un proyecto que realizan en forma conjunta la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Usando datos detallados de países alrededor del mundo, los economistas de ambas entidades han medido la cantidad de contenido extranjero en las exportaciones de cada país. Las cifras confirman un incremento considerable a partir de mediados de los años 90. Por ejemplo, el contenido foráneo de las exportaciones francesas pasó de 17% en 1995 a 25% en 2011, lo que refleja cambios parecidos en Europa.
Los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial han utilizado estos indicadores para evaluar si los movimientos de divisas han tenido el mismo impacto que antes sobre las exportaciones e importaciones. Los analistas descubrieron que el efecto se ha reducido en una proporción que en algunos países llega a 30%.
Los gobiernos han comenzado a tomar nota. “A medida que los países se vuelven más integrados verticalmente a través de las cadenas de valor globales, las variaciones en los tipos de cambio tendrán un impacto más reducido en los términos del comercio”, señaló en un reciente discurso en California BenoîtCoeuré, miembro del comité ejecutivo del Banco Central Europeo. El funcionario concluyó que el proceso reducirá el papel de los movimientos cambiarios como “amortiguadores” que trasladan la demanda desde las economías fuertes a las débiles.
Japón ofrece la indicación más clara de que las grandes depreciaciones de divisas no impulsan las exportaciones como antes. A inicios de 2013, el Banco de Japón lanzó un gigantesco programa de estímulo que aumentó la oferta de yenes y depreció la moneda frente al dólar y el euro.
La estrategia fue uno de los ejes de un paquete de medidas orientadas a sacar a la economía de un prolongado período de estancamiento. El debilitamiento del yen, sin embargo, tuvo un impacto limitado sobre las exportaciones y no logró reactivar la economía. En busca de una explicación, las autoridades japonesas apuntaron a la debilidad de la demanda global, pero aunque estén en lo cierto, los exportadores japoneses tendrían que haber ganado cuota de mercado.
Algo parecido ocurrió tras la decisión de enero del BCE de iniciar un programa de flexibilización cuantitativa. El euro se debilitó, al igual que el yen, y acumula una caída de alrededor de 20% frente al dólar desde comienzos de 2014.
Se preveía que el lanzamiento de la flexibilización cuantitativa apuntalara las exportaciones de la zona euro en 2015 y, de esta manera, estimulara el crecimiento económico. No obstante, el impacto del debilitamiento de la moneda ha sido modesto. El crecimiento de la zona euro fue frenado por un avance más rápido de las importaciones frente a las exportaciones en el tercer trimestre, mientras que la producción industrial se estancó.
Esto no quiere decir que los movimientos cambiarios de cara a la divergencia de políticas monetarias entre la Fed y el BCE no tendrán ningún impacto. Esa es una de las principales preocupaciones de las empresas estadounidenses después de que la Fed elevó en un cuarto de punto porcentual su tasa de interés de referencia, por primera vez en casi una década. El BCE, en cambio, se dirige en la dirección opuesta. Muchos economistas prevén que las exportaciones de EE.UU. perderán bríos y las de la zona euro se fortalecerán.
Además, como lo han señalado economistas del FMI y del Banco Mundial, el grado en el que un movimiento cambiario aumenta o disminuye las exportaciones depende de la magnitud de su contenido foráneo. En el caso de Brasil, el contenido extranjero pasó de 7,8% en 1995 a 10,7% en 2011, uno de los más bajos entre los países del G-20. Eso sugiere que las exportaciones brasileñas pueden ser más sensibles a los movimientos cambiarios que las de la mayoría de los otros miembros del G-20.
En el caso de EE.UU., tal cifra se ubica en 15%, frente a 25% de Alemania. “EE.UU. es un caso más complicado debido al bajo margen de contenido extranjero”, señaló SebastianMiroudot, economista de la OCDE.
Fuente: Wall Street Journal (http://lat.wsj.com/articles/SB12445316255948543805504581442930326453652?tesla=y)