El bajón económico de China deja al desnudo los problemas de Brasil

actividad economica nov 2015Brasil era, hasta no hace mucho, el principal ejemplo de cómo un país en desarrollo podría alcanzar prominencia mundial a fuerza del auge de los commodities impulsado por China. Conforme su economía crecía, los líderes del país tomaron por asalto el escenario global, organizando una Copa del Mundo, exigiendo más voz en las Naciones Unidas y bloqueando un plan de libre comercio de Estados Unidos para América. 

Ahora, Brasil se asemeja al símbolo de otra cosa: al hábito de las naciones ricas en recursos de poner fin a sus auges con derrumbes espectaculares.

La bolsa de Brasil ha perdido 22% en un año, su moneda ha cedido un tercio de su valor frente al dólar y se prevé que el informe oficial sobre el segundo trimestre, que se publicará este viernes, indique una contracción económica de aproximadamente 1,7%. Los economistas temen una prolongada recesión.

China ha causado turbulencias financieras en muchos lugares, pero en ninguno de ellos más que en este gran proveedor de commodities a un país cuyo apetito voraz se ha atenuado. El dolor que la desaceleración china le causa a Brasil no sólo alcanza a los mercados financieros, como ocurre en algunos países, sino que también golpea el corazón de la economía real.

“Pasamos de la manía con Brasil a la náusea a Brasil”, dice Marcos Troyjo, un ex diplomático brasileño que dirige un centro de la Universidad de Columbia que estudia los mercados emergentes. “Estamos ante una década perdida, en la que el crecimiento se estanca, la inflación es alta y, lo más triste, una década en la que no se ha aprendido nada”.

Para los brasileños que creyeron, como decían sus líderes, que el país alcanzaría un estatus de primer mundo gracias al auge de las materias primas, la crisis ha llegado en la forma de una profunda decepción. Ahora son comunes las manifestaciones antigubernamentales contra la corrupción que una amplia investigación está dejando al descubierto, con llamados a la renuncia de la presidenta Dilma Rousseff. Conforme la inflación de Brasil se acerca a 10% y las tasas de interés suben, las familias de clase media dejan de pagar las cuotas de sus autos y los pobres comen menos carne.

“La carne es lo primero que se va”, dice Janeide Ferreira, una empleada de limpieza de 54 años de Rio de Janeiro que todos los días viaja dos horas en autobús desde la favela donde vive hasta su lugar de trabajo. “Las cosas estaban mucho mejor hace cinco años”.

A juzgar por las opiniones de las agencias de calificación crediticia, Brasil está en peligro de perder su grado de inversión, lo que provocaría una desordenada devaluación.

Algunos ricos no parecen dispuestos a quedarse para ver cómo termina la historia. Brasileños adinerados están comprando casas en desde Florida a Nueva York, a menudo con el plan a largo plazo de vivir allí con sus familias. Un reciente artículo de portada del semanario Istoé sobre el fenómeno llevaba como título “Bye-Bye Brasil”.

En retrospectiva, es fácil ver por qué Brasil inspiró un frenesí de optimismo. Si la mayor historia económica de este siglo fue el ascenso de China, Brasil estuvo en una posición única para beneficiarse. Rico en mineral de hierro, soya y carne vacuna, sin mencionar el petróleo, Brasil estaba en una posición sin igual para abastecer muchas de las cosas que necesitaba China. El comercio anual de Brasil con China, de apenas unos US$2.000 millones en 2000, se disparó a US$83.000 millones en 2013. China desplazó a EE.UU. como el mayor socio comercial de Brasil.

El ascenso de China impulsó a los inversionistas globales a volcar más de US$1 billón al año en los mercados emergentes para 2011, un aumento de cinco veces en una década. Brasil fue uno de los principales destinos de ese dinero. Como sus mercados de valores eran más transparentes que los de China, algunos inversionistas compraron en Brasil como una forma de aprovechar la pujanza china.

En medio de eso, Petróleo Brasileiro SA, la petrolera de control estatal, hizo un inmenso descubrimiento en aguas profundas e hizo el anuncio en un momento en que los analistas estaban centrados en la escasa oferta mientras los precios subían. Los votantes de esta nación de profundas desigualdades económicas habían elegido un presidente que ascendió desde la pobreza, Luiz Inácio Lula da Silva. Él se posicionó como una voz para millones de pobres que emergían de la pobreza gracias al auge de los commodities liderado por China y se alzó con la elección de Rio de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016, diciendo en un discurso conmovedor que los juegos serían un regalo a los pobres.

No obstante, Brasil había tenido otros auges antes, sólo para caerse. La expansión del período 1966-1973 fue apodada el “milagro brasileño”. Lo que siguió fue la tumultuosa década de 1980, con hiperinflación, crisis de deuda y caída de los niveles de vida.

Se suponía que esta vez sería diferente. Brasil salió del desastre de los 80 recortando el gasto, estabilizando su moneda y domando una inflación de cuatro dígitos. Esa combinación de disciplina fiscal y gobiernos cada vez más competentes parecía destinada a hacer que la mayor economía de América Latina convergiera con países avanzados como EE.UU.

Una vieja frase acerca de Brasil decía que era “el país del futuro, y siempre lo será”. En 2005, un economista publicó un libro titulado O Futuro Chegou (El futuro llegó).

Brasil, uno de los niños mimados de la inversión en mercados emergentes dentro del grupo de países conocido como “BRIC” (que también incluye Rusia, India y China), tuvo en 2010 un impresionante crecimiento de 7,6%.

Da Silva tenía la visión de que la bonanza de las materias primas financiaría nuevas carreteras, puertos, represas e industrias como la construcción naval. Brasil estaba tomando su lugar entre las naciones desarrolladas del mundo. Las autoridades brasileñas comenzaron a viajar a las reuniones con inversionistas llevando un folleto que sugería que su economía crecería a un promedio de alrededor de 4,5% anual a perpetuidad.

Eso no iba a pasar. Brasil cayó bajo lo que algunos economistas llaman la “maldición de los recursos”, una teoría que describe cómo los países con abundantes materias primas tienen a veces un peor desempeño que los que no las tienen. La idea es que el dinero fácil de las ventas de bienes básicos puede conducir a una sobrevaluación de las monedas y a la formulación de políticas miopes, para dejar a esos países gravemente expuestos cuando el auge de los commodities se acaba.

“Desafortunadamente, la historia es que las economías dependientes de commodities no alcanzan a EE.UU.”, dice Ruchir Sharma, director de mercados emergentes de Morgan Stanley Investment Management. “No ocurre sólo con los productores de petróleo. Más países terminan siendo más pobres, en comparación con EE.UU., después de hallar una materia prima en vez de a alcanzar (a EE.UU.)”. Con datos que se remontan a 1800, Sharma señala que las economías dependientes de productos básicos suelen crecer durante una década y luego pasan hasta dos décadas revolcándose o volviendo a caer.

Algunas de las razones son estructurales. El ingreso de divisas generadas por las exportaciones de commodities fortalece la moneda de un país. Sin embargo, eso hace más dura la competencia para las industrias no relacionadas con materias primas, como la manufactura, al dificultar sus exportaciones y abaratar las importaciones. En el punto máximo del auge de Brasil, Goldman Sachs declaró que el real era la moneda más sobrevaluada del mundo. Ir al cine o tomar un taxi en el centro de São Paulo resultaba más caro en dólares que en Nueva York. El sector manufacturero de Brasil comenzó a contraerse.

Sin embargo, muchos de los problemas de Brasil eran de origen interno, según Alexandre Schwartsman, economista y ex funcionario del Banco Central de Brasil. “Nos las arreglamos para crear esta recesión”, dice.

Animados por el comercio con China, los políticos brasileños de mentalidad nacionalista lanzaron una política exterior dirigida a reducir el papel de EE.UU. en América Latina. Brasil bloqueó una iniciativa de libre comercio de Washington para América y se unió a Venezuela para crear un consejo de seguridad regional sin EE.UU. El canciller trabajaba desde una oficina con un enorme mapa del mundo invertido, como dando el mensaje de que la era de los mercados emergentes estaba al alcance de la mano.

Pero el mundo no estaba al revés. Mientras Brasil se amarró a volátiles naciones antiestadounidenses como Venezuela, Argentina e Irán, algunos de sus vecinos —Chile, Colombia y Perú— circundaron a Brasil y cerraron acuerdos de libre comercio con EE.UU.

Anticipándose a los ingresos que recibiría de las ventas de commodities, el gobierno comenzó a gastar cada vez más. Los bancos estatales abastecían a los brasileños con dinero fácil. Brasil subvencionó facturas de energía, concedió préstamos baratos a las grandes empresas con vínculos gubernamentales y construyó estadios para albergar eventos como el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

El Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) prestó tanto que su cartera de crédito superó a la del Banco Mundial. Muchos préstamos del BNDES fueron dados a tasas por debajo de las del mercado. Otras inversiones no consiguieron retornos de largo plazo. El auge del consumo impulsado por el crédito se quedó sin gasolina y muchos estadios de la Copa Mundial ahora no tienen uso.

Mientras tanto, Brasil produjo mucho menos petróleo de lo previsto. De hecho, la producción se redujo en algunos años, conforme Petrobras quedó abrumada por la enorme tarea de desarrollar yacimientos petroleros en aguas extremadamente profundas.

El gobierno de Brasil hizo sus presupuestos como si los precios del petróleo y el mineral de hierro fueran a mantenerse altos, en lo que los economistas llaman otro error común de las naciones productoras de materias primas.

Es el caso de Vale SA, un gigante de la minería con estrechos lazos con el gobierno. A medida que la creciente demanda china de materiales de construcción disparó los precios del mineral de hierro de US$19 a US$126 la tonelada entre 2000 y 2011, sus ejecutivos comenzaron un proyecto de expansión de US$16.000 millones de la principal mina de hierro del país. Entre otras cosas, encargaron una flota de superbuques “Valemax” para llevar el mineral a China.

Cuando el crecimiento de China se tornó más lento, José Carlos Martins, director de la división de mineral de hierro de Vale, seguía diciendo a los inversionistas que los precios de esa materia prima permanecerían altos. Descartando las preocupaciones de los analistas sobre una desaceleración de China, en una conferencia telefónica de julio de 2014, Martins les dijo: “Es increíble cuánto se enfocan en China”. Martins dejó la empresa ese año mientras el mineral de hierro se hundía por debajo de US$50 la tonelada.

El ex ejecutivo dice que sus previsiones quedaron desfasadas por la caída del petróleo y la apreciación del dólar. “En el mundo corporativo, uno se pasa la mitad de la vida haciendo previsiones y la otra mitad explicando por qué la previsión fue errónea”, agrega. Vale ha recortado su dividendo y vendido algunos buques, pero sigue adelante con el proyecto de la mina.

El respaldo de los commodities a la economía permitió a los líderes brasileños posponer el abordaje de persistentes problemas que aquejaron a la nación en el pasado. El sistema político de Brasil ha sido históricamente un caldo de cultivo para la corrupción y su burocracia a menudo ha obstaculizado la innovación empresarial. “Brasil se volvió complaciente debido a los efectos intoxicantes del comercio con China”, dice Thomas Trebat, un ex banquero de inversión de mercados emergentes que ahora dirige Columbia Global Centers, de la Universidad de Columbia, en Rio de Janeiro. “Ahora están sufriendo una resaca”.

El auge de los bienes básicos puede también haber potenciado algunas prácticas poco saludables. Los fiscales brasileños investigan las actividades de decenas de ejecutivos y políticos en un amplio caso de sobornos en torno a las actividades de Petrobras cuando la compañía expandía su gasto para desarrollar los yacimientos costa afuera.

Aunque Brasil ha estado plagado de corrupción por generaciones, las cifras en dólares sorprendieron esta vez incluso a los hastiados brasileños. Petrobras afirma que en la última década le han robado por lo menos US$2.000 millones. Un ejecutivo acusado en el caso se ha comprometido a devolver casi US$100 millones. El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, es investigado por sospechas de que recibió US$5 millones, algo que él niega.

El tribunal electoral de Brasil autorizó investigaciones para determinar si algunos de los sobornos ayudaron a financiar la campaña de reelección de Rousseff en 2014, y el tesorero de su izquierdista Partido de los Trabajadores ha sido encarcelado bajo la acusación de lavar dinero, algo que él niega. Rousseff y su partido han negado que hayan cometido irregularidades.

En medio de la crisis, el gobierno de Brasil se está fracturando, lo que dificulta su capacidad para enderezar la situación. El índice de aprobación de Rousseff ha caído a 8%. Su vicepresidente, Michel Temer, dijo recientemente que él ya no ayuda a Rousseff a lograr que el Congreso apoye sus proyectos, lo que alimentó especulaciones de que él quiere ocupar su lugar. “Alguien necesita unificar a todos (…) porque de caso contrario el país podría entrar en una crisis desagradable”, dijo este mes.

Rousseff y sus asesores defienden sus políticas, diciendo que la crisis habría sido peor si su gobierno no hubiera expandido la red de protección social y otorgado subsidios a las industrias para evitar el despido de trabajadores.

Mientras las proyecciones prevén una contracción de 2% en la economía este año, funcionarios oficiales esperan que la situación mejore el año próximo, a medida que Rousseff introduzca medidas que reencaminen al gobierno y trabaje en la mejora de las relaciones con EE.UU. Una moneda debilitada puede ayudar a revivir la actividad manufacturera y las exportaciones. Más aún, el país tiene US$371.000 millones en reservas internacionales, que pueden servir para amortiguar la situación.

De todos modos, China es el factor decisivo. Las exportaciones brasileñas al país asiático cayeron 19% en los primeros siete meses de este año.

Durante más de una década, China ha estado allí justo cuando Brasil más necesitaba. El país sudamericano se subió al auge de los productos básicos, alrededor de 2002, cuando estaba al borde de una cesación de pagos. No obstante, la economía brasileña comenzó a despegar impulsada por el alza de los precios de las materias primas gracias a la demanda de China.

Brasil parecía listo para volver a derrumbarse después de la crisis financiera mundial de 2008, pero los US$586.000 millones del paquete de estímulo de China ayudaron entonces a reavivar la demanda mundial de materias primas.

Incluso ahora, Brasil mira a China en busca de ayuda. En mayo, el primer ministro chino,Li Keqiang, se reunió con Rousseff en Brasília. Mientras algunos inversionistas globales comenzaban a huir de Brasil, China acordó prestar a Petrobras US$10.000 millones. El gobierno chino también dijo que consideraría grandes inversiones en proyectos brasileños tales como ferrocarriles, puertos y carreteras. Que China haga realidad esos acuerdos depende de si su economía se desacelera o no.

—David Luhnow contribuyó a este artículo.

 

Fuente: Wall Street Journal (http://lat.wsj.com/articles/SB11951246353542404397204581197324143954408?tesla=y)

 

 

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