Al pan, pan y al vino, vino: Proverbio anónimo que significa hablar con franqueza y llamar a las cosas por su nombre, sin eufemismos ni expresiones elípticas. Este refrán propone una apuesta a la sinceridad y a la transparencia en los negocios, en las conversaciones y, en general, en las relaciones humanas.
Con lamentable frecuencia el lenguaje político —y singularmente el diplomático— acude a giros y a rodeos eufónicos para expresar ideas que de otra manera sonarían duras. La simulación y la disimulación forman parte, desde remotos tiempos, del arte de la política. Ya lo dijo hace cinco siglos Luis XI de Francia: “quien no sabe disimular no sabe reinar”.
Todos sabemos, siguiendo a la Real Academia Española, que el “preparado de masa de harina, por lo común de trigo, y agua que se cocina en el horno y sirve de alimento”, más sencillamente puede ser denominado pan. Lo mismo ocurre con el “licor alcohólico que se hace del zumo exprimido y fermentado derivado de las uvas”, o sea el vino.
La frase apunta a condenar los rodeos, las medias tintas, los subterfugios, las indirectas y cualquier otra forma que tienda a ocultar, disfrazar o alterar los significados más evidentes. En otras palabras, sería llamar a las cosas por su nombre.