Continuamente nacen seres humanos mientras otros exhalan su último aliento. Y en medio de un hecho y otro, nada menos que una vida.
Desde que asomamos la cabeza al mundo por primera vez, cada año que pasa, cada vela que soplamos, es un año más que hemos vivido. Un año más que nuestro cuerpo nos ha acompañado en esta aventura que es vivir.
Es imperceptible en el día a día, pero es real. Un buen día descubrimos que nos cansamos más al subir las escaleras y ni recordamos la última vez que hicimos una voltereta. Sentimos el abdomen más distendido, menos fuerza, y hemos ganado peso sin darnos apenas cuenta. Nuestra piel es menos tersa, hay arrugas alrededor de nuestros ojos y nos notamos menos agudos mentalmente. Y si miramos una foto de unos años atrás, nos encontramos mayores.
Estamos envejeciendo.
Es un proceso lento pero inexorable, tan natural como que se ponga el sol cada atardecer y vuelva a salir al amanecer. Tanto como nacer y morir, sencillamente porque es parte de la condición humana.
No todas las personas envejecen igual, pero hay rasgos generales asociados al envejecimiento, como es la pérdida progresiva de la capacidad visual y auditiva, la pérdida de fuerza y elasticidad muscular, alteraciones en el sueño, degeneración ósea, hipertensión, demencias seniles, alteraciones en la próstata en los hombres, menopausia en las mujeres…
Y es que el paso del tiempo -el envejecimiento- trae consigo cambios en el organismo que se reflejan en el deterioro progresivo de nuestros órganos.
Desde tiempos inmemoriales los investigadores se han propuesto desentrañar qué es lo que ocurre en nuestro organismo con el paso del tiempo. ¿Se estropean nuestros órganos, como las piezas de un coche? ¿depende de nuestra genética y poco podemos hacer al respecto? ¿o, por el contrario, podemos imponernos a ésta?
El envejecimiento es un proceso complejo, y aún no se conoce en todo su alcance.
Una de las teorías para explicarlo, aún vigente, es la que lo relaciona con los radicales libres (los átomos que tienen un electrón suelto), que provocan cambios y daños celulares, acelerando el envejecimiento.
Pero los radicales libres no lo explican todo. Y es que con el paso del tiempo el organismo va perdiendo su capacidad de autorregenerarse, y también va disminuyendo la capacidad de las células de ir eliminando sus residuos. Las glándulas, por su parte, segregan menos hormonas (especialmente las sexuales), cuyo papel en el funcionamiento del organismo es esencial.
También está fuera de toda duda que la glicación (reacción química del organismo a los azúcares) y la inflamación (respuesta de nuestro sistema inmunológico a una infección o irritación) también nos envejecen.
La última teoría se centra en el papel de los telómeros, unas secuencias que se encuentran en cada rama de la X de los cromosomas, que protegen su información genética, y que a medida que pasan los años son cada vez más cortos.
Por supuesto, hay además factores externos que juegan un papel decisivo en el proceso de envejecimiento (ejercicio, tabaco, dieta…). Más adelante verá hasta qué punto realmente es clave su papel.
Envejecer es precisamente un fenómeno que nos diferencia de los demás seres vivos. Todas las demás especies animales van creciendo con el objetivo de permitir a los individuos reproducirse y cuidar a la prole. Cumplida esa misión, no viven mucho más. El hombre, por el contrario, vive mucho más allá de ese momento, cuando ya desde un punto de vista de perpetuación de la especie su presencia en este mundo no tiene ya sentido.
Y aquí nos encontramos. Ya no somos los jóvenes que éramos, pero queremos que esta nueva etapa en nuestra vida sea algo más que un lento declive plagado de achaques y enfermedades hasta el suspiro final.
A las personas mayores les preocupa envejecer. Hace cinco años se realizó en nuestro país una gran encuesta entre personas de más de 65 años. Una de las preguntas que se les planteaban era ésta: “¿En qué medida le preocupa su propia vejez?” Pues bien, el 71,1 % de los encuestados vivían esa etapa de su vida con preocupación.
Y lo que les preocupaba -que era la siguiente pregunta de la encuesta- no era mayormente el dinero o la incertidumbre económica (algo que apuntaba el 10,6% de la gente), ni la tristeza de ir perdiendo amigos o familiares (16,1%), sino la salud (86,6% de las respuestas). (1)
Si nos va a preocupar la salud cuando alcancemos cierta edad (o si ya la hemos alcanzado), ¿no deberíamos tomar un papel más activo y positivo hacia ella?
“Saber envejecer es la obra maestra de la vida, y una de las cosas más difíciles en el arte dificilísimo de la vida”, dijo el fílósofo suizo Henri-Frédéric Amiel, una declaración en la que pese a su poso de tristeza (y es que su autor estuvo muy influido por la doctrina filosófica pesimista), sobresale una idea interesante: saber envejecer es la obra maestra de la vida.
Porque el viento sopla a favor cuando nuestro cuerpo es joven, pletórico de fuerza y energía, y es al ir pasando los años, con sus capacidades menguando, cuando la felicidad y el bienestar con el que vivamos esta nueva etapa dependerá en gran parte de nosotros mismos. Ir envejeciendo bien será nuestra “obra maestra”.
Ciertamente los años nos hacen más proclives a ciertas dolencias, enfermedades o alteraciones, pero envejecer no significa quedarse viendo pasar los años mientras nos atiborramos a medicamentos “para personas mayores”, plagados de efectos secundarios. Porque debe saber algo muy importante: muchas enfermedades asociadas a la edad son en gran medida enfermedades del estilo de vida.
Así que mejorando nuestro estilo de vida y alimentándonos de la forma adecuada (lo que incluye tomar suplementos cuando sea necesario) se puede prevenir y retrasar el avance de enfermedades que la medicina convencional considera inevitablemente unidas a la edad.
Por ejemplo:
Artrosis, alzheimer, cataratas y degeneración macular asociada a la edad (DMAE), osteoporosis, párkinson, hipertensión, problemas de próstata, molestias ligadas a la inevitable menopausia… Un repaso a las enfermedades y dolencias anteriores me permite volver a la pregunta con la que empecé este texto:
¿Cómo quiere usted envejecer?
Porque hacernos mayores no tiene por qué ser sinónimo de enfermedad, dependencia física y mental, soledad ni demencia. El reto al que nos enfrentamos es envejecer de forma saludable: envejecer mejor.
Los que nos preocupamos activamente por nuestra salud (como es su caso, pues si no probablemente no me estaría leyendo hoy) tenemos mucho a nuestro favor para ir haciéndonos mayores de forma saludable.
Extracto del texto de Juan-M. Dupuis
Fuentes: Encuesta sobre personas mayores. IMSERSO. 2010
(enviado por Tener Salud [tenersalud@saludnutricionbienestar.com])