A la hora de conducir no solo intervienen nuestras condiciones técnicas sino también las psicológicas, por ende existe una rama de esta ciencia que estudia los procesos ligados al comportamiento humano en el contexto del tránsito para mejorar las condiciones del mismo.
La Psicología del tránsito define al manejo como una conducta en la cual intervienen las emociones, las decisiones, la motivación, las aptitudes, los hábitos del conductor y por ende el importante rol de la psicología. Alrededor del 90% de los siniestros tienen como causa principal a los errores encuadrados dentro del factor humano, y el 10% restante, se distribuye entre las fallas mecánicas, los problemas de la vía y los factores climáticos.
Existen tres factores que determinan la intención al conducir:
A su vez, no sólo la intensión influye sino también el estilo de conducción implementado:
La depresión se caracteriza por una disminución del tono vital y por una apariencia de tristeza, y se manifiesta en la pérdida de apetito, de peso, insomnio, retardo psicomotriz, disminución sexual, falta de concentración, ansiedad, etc. Algunos síntomas influyen directamente en la actividad de conducir, como la perdida de atención, alteraciones de sueño, ansiedad, irritabilidad, fatiga, etc. Si nota estos síntomas debe acudir a un especialista, y evitar automedicarse, consumir alcohol, u otras drogas, ya que pueden potenciar los riesgos y las conductas peligrosas al volante.
El estrés se caracteriza por un estado psicobiológico con efectos positivos y negativos que se produce generalmente cuando el individuo se encuentra inmerso en una situación de sobre exigencia física o psíquica. El ritmo de vida acelerado, la sobrecarga de trabajo, problemas de inseguridad o frustración profesional, excesiva estimulación ambiental, marcarse metas excesivamente elevadas, son algunos componentes que dan lugar a la aparición de estrés.
La primera fase de alarma de estrés tiene efectos que no deberían ser perjudiciales para la conducción pero implican en el conductor un mayor nivel de agresividad y comportamiento competitivo, impaciencia, mayor predisposición a tomar decisiones arriesgadas y una mayor tendencia a no respetar las señales y normas de circulación.
La segunda fase es de resistencia, se caracteriza porque el organismo resiste aumentando sus defensas y manteniéndolas durante mucho tiempo, lo que conduce poco a poco a la tercera etapa del estrés que es de agotamiento, en la que se deteriora la habilidad para integrar información y realizar funciones analíticas, disminuye el nivel de atención y concentración ante luces, señales y otro tipo de estímulos, por lo cual se recomienda no utilizar el vehículo o hacerlo lo menos posible.
El estilo de comportamiento agresivo se puede manifestar en tres clases:
El crecimiento del número de automóviles influye en la posibilidad de verse involucrado en intercambios que generen sentimientos de frustración que derivarán en un comportamiento agresivo, debido a que se frustra el objetivo inicial que es llegar a tiempo a determinado sitio.
También existe el comportamiento ligado a la impulsividad y la búsqueda de sensaciones que se manifiestan en la excitación, el riesgo, y la falta de planificación en las acciones sin evaluar los posibles riesgos. Este factor usualmente está ligado a los jóvenes, en comparación con los adultos, los jóvenes son más propensos a la conducción agresiva y riesgosa. Los hombres suelen involucrarse más en situaciones de riesgo y reaccionar con mayor agresividad, a diferencia de las mujeres.
Fuente: Ovilam