El compromiso de una organización hacia todo su entorno, interno y externo, es un proceso en evolución. A medida que las empresas integran esta mirada global, comprenden cada vez más el valor que les aporta el engagement y la escucha activa de las necesidades de sus grupos de interés.
En paralelo, otros procesos más asentados en la actividad empresarial como la gestión y prevención de los riesgos también evolucionan. Ejemplo de ello es la creciente valoración del riesgo reputacional como aspecto estratégico. Su definición tiene diversos enfoques. Para algunos es un riesgo específico con consecuencias tangibles, para otros es un riesgo de riesgos que no tiene una base específica, y en otros casos se considera el riesgo reputacional un resultado de otros riesgos.
Más allá de las definiciones, que pueden variar y tener su sentido, es interesante la visión del origen del riesgo reputacional incluido en el Global survey on reputation risk de Deloitte. Se define como el gap entre expectativas y comportamiento, por lo tanto este tipo de riesgo se genera o está latente cuando el comportamiento de una organización no alcanza las expectativas que se tienen de ella; y, por el contrario, la oportunidad reputacional aparece cuando se superan dichas expectativas, y se anticipan necesidades y soluciones.
¿Qué tiene que ver el engagement con la gestión de riesgos?
La forma en que las compañías articulan la dinámica entre negocio, desempeño, expectativas y necesidades, determina si se generan riesgos u oportunidades; si se crea o se destruye valor reputacional. Y la gestión del engagement con los grupos de interés es como un radar que aporta muchos recursos para mantener ese pulso cíclico y brindar inputs sobre las demandas y transformaciones de las personas.
La relación y monitorización activa de los grupos de interés permite una continua actualización de la agenda común, generar un marco que acompaña a la gestión de oportunidades. Permite transformar los datos anónimos en personas y grupos reales, a partir de su lectura inteligente, y así la información cobra sentido, vinculada a las particularidades, necesidades y tendencias a las que necesitamos atender para generar valor.
Las áreas de Sostenibilidad, RSC o Negocio Responsable, analizan muchas variables vinculadas a riesgos y oportunidades, pero sucede que muchas veces los lenguajes no son comunes con las áreas de Riesgos. Esta barrera frena las posibles sinergias positivas para el negocio y procesos que pueden complementarse.
Muchas herramientas pueden ser comunes para una mejor alineación de resultados y capacidades. Se trata de dos mundos que hasta ahora han funcionado separados dentro de las organizaciones pero que, sin duda, están destinados a encontrarse en las nuevas formas de gestión organizacional que requiere la complejidad del mundo actual.
por Claudina Caramuti