Los entrenadores de la mente. Son los nuevos “personal trainers”. Acompañan a alcanzar metas o a dar giros drásticos en las rutinas cotidianas de la gente. La disciplina ya se enseña en 23 escuelas y egresan más de 600 profesionales por año.
Gisele Sousa Dias – Redactora de Sociedad.
Un día te das cuenta de que no parás de quejarte de tu trabajo, que jurás que querés renunciar y como no tenés idea de qué hacer después de la renuncia, terminás no haciendo nada (y quejándote otra vez). Otro día, te das cuenta de que te gustaría estudiar una carrera pero como repetís que “nunca terminás nada de lo que empezás”, ni siquiera te anotás. Otro día, te das cuenta de que te gustaría correr una maratón pero como creciste escuchando que “un buen jefe es el primero que llega y el último que se va”, ni se te ocurre pensar en irte antes del trabajo para entrenar y la idea de la maratón se te escurre en las manos. Para lograr ese tipo de objetivos concretos nació el “Lifecoaching”, una suerte de “personal trainers” que ayudan a tomar decisiones difíciles y tienen cada vez más trabajo.
“Un coach –el término viene del deporte – es un entrenador que ayuda a potenciar las habilidades de cada persona. Lo que hacemos es acompañarlos en los procesos para que lleguen de un punto A a un punto B”, explica Denise Muchnik, licenciada en Relaciones Públicas y coach. “¿Por qué no llegamos solos de un punto a otro? Porque muchas veces tenemos creencias o juicios que nos limitan y nos cierran posibilidades”, sigue.
“Lo que decimos genera realidad. Por ejemplo –sigue Iara Trujillo, psicóloga y coach–, alguien cuenta que hace mucho que quiere aprender inglés y no lo hace. Lo primero que hace el coach es plantear un objetivo, en este caso, empezar clases de inglés y disfrutarlas. Después, se busca entender qué está limitando a esa persona, es decir, qué cuento se está contando para no hacerlo. ‘¿Ya estoy grande para estudiar?’, ‘¿no tengo constancia?’, ‘¿no soy bueno para los idiomas?’. La idea es desafiar esos juicios y preguntarse para qué nos sirven: por ejemplo, decir ‘ya estoy grande para estudiar’ sirve para quedarte como estás y no hacer nada”.
Es que uno se llena la boca diciendo que quiere cambios pero hacerlos no es fácil. “Cuando uno habla de cambios siempre va a haber algo que molesta, porque está saliendo de su zona de confort. Cuando uno se queja, también está en su zona de confort (la de la queja): estás acostumbrado a quejarte de tu trabajo y pensar en correrte de ese lugar y estar contento en el trabajo, a veces incomoda”, dice la psicóloga y coach vocacional Natalia Tabak. “Muchas veces lo que hay de fondo es miedo, baja autoestima e inseguridad”.
El error es pensar que hacer un cambio es jugársela a todo o nada: “Uno puede sentir que está en ‘crisis laboral’ pero eso no significa que para hacer un cambio haya que dar un salto al vacío, como renunciar o cambiar de profesión. Como del 0 al 1 hay una brecha muy grande, muchos se quedan en el 0: no hacen nada. Pero existe el 0,1, el 0,2. A veces, el objetivo no es ‘patear el tablero’ sino descubrir otro espacio, más allá del trabajo. Una vez, con una contadora desmotivada descubrimos que le encantaba lo que hacía pero necesitaba sumar una actividad más creativa para que no fuera todo tan rígido”.
El objetivo a trabajar depende de uno. Entre los más comunes está el “coaching para mujeres modernas” (las que no quieren ser “mamis full time”) y el “coaching vocacional” (¿eso a lo que nos dedicamos nos sigue haciendo bien?). Pero basta con que uno sienta desmotivación o ganas de cambiar, para que el coach entre en acción. Para algunos será atreverse a irse a vivir afuera, empezar una carrera, ponerse un negocio, correr una maratón. Para otros, mudarse, aprender a manejar y hasta ordenar un placard.
“Parte del trabajo es aprender a vendernos. No digo ‘venderse’ como traicionarse sino todo lo contrario: entender quién soy y salir con esa oferta al mercado laboral y también al mercado del amor. Porque estar sin pareja muchas veces es el lugar cómodo y conocido: aprender a venderse es buscar lo mejor de uno, para animarse también a encontrar el amor”, dice Muchnik. La idea –cierra Tabak– es “reinventarse”, ver qué nos pasa para que la vida no sea un genérico y cada uno se anime a vivir su propio viaje.
Cómo elegirlo
Para ir a lo seguro, tiene que haber estudiado en una escuela de Coaching avalada por la ICF (International Coach Federation). En el país hay 23 escuelas, en 11 provincias. De allí egresan más de 600 profesionales por año. Durante su formación, un coach debe pasar por un proceso de aprendizaje de 11 competencias básicas que debe tener a la hora de ser evaluado y certificar. En la primera etapa, debe hacer un trabajo personal (revisar su forma de escuchar, de pedir, de diseñar “conversaciones posibilitantes”). En la segunda, hace prácticas con un coachee.
Fuente: Clarín.