La pasión extrema por el trabajo puede llevar a que se tenga eso, y nada más; son relaciones peligrosas cuando se acerca la jubilación o hay que hacer un cambio forzado.
Cuando las tendencias, ideas o conceptos vienen adocenados y en paquete, resulta muy difícil desglosarlas y distinguir sus diferencias. Sucede muy a menudo en los temas del management, provocando mayor confusión cuando aparecen los gurúes con sus recetas mágicas. Es preocupante, pero quien conduce un grupo de trabajo, no importa su tamaño, no debería tomar esas recomendaciones en dosis al estilo «fast food».
El éxito en una gestión implica, necesariamente, reflexión, aunque la acción tenga mejor prensa y hasta llega a recibir aplausos, pero el fracaso produce daños. Un «ejecutivo» debe ser también un «reflexivo», dialogando consigo mismo o con otros, antes de tomar decisiones. Los modelos clásicos de aceptación de paquetes de ideas conducen a fracasos. Generalmente postergados, pero fracasos al fin.
Una de las cuestiones que más preocupación se difunden en la actualidad es cómo administrar la diversidad, tanto generacional como la de cualquier otro tipo. Se da por sentado que la suma de lo diverso enriquece, por lo que la tarea de cualquier líder es más compleja en tanto debe ensamblar distintas percepciones del mundo y de la vida.
Tomemos un ejemplo minúsculo, extraído de la serie de TV ya finalizada, Dr.House, que es una fuente de ideas casi inagotable, como lo es el paralelismo con el fútbol relacionado con las cuestiones del management. En uno de los primeros episodios, un trompetista de jazz famoso, con parálisis en los miembros inferiores, ingresa al hospital por un problema pulmonar que le impide ejecutar su instrumento. Le diagnostican una enfermedad terminal y firma un documento para que no lo sigan medicando y lo dejen morir en paz. House no se resigna a aceptar el diagnóstico, aún en contra de la opinión del médico de cabecera. Por excepción, toma contacto personal con el paciente que, sin confesarlo abiertamente, admira. De algún modo lo increpa, por su decisión de dejarse morir.
El trompetista insiste en que no vale la pena seguir viviendo sin poder tocar su instrumento. «Es todo lo que usted es? ¿Un músico?», pregunta House. «Es lo único que tengo, igual que usted», responde. «Conozco esa cojera, conozco el dedo sin anillo. Y su naturaleza obsesiva. Ése es su gran secreto. Uno no arriesga su carrera y su prestigio para salvar a alguien que no quiere que lo salven, a menos que tenga algo, lo que sea, una sola cosa. La razón porque la gente normal tiene esposa, hijos y pasatiempos, es porque ellos no tienen eso, que nos motiva tanto y tan profundamente. Yo tengo la música, usted tiene esto. Eso en lo que piensa todo el tiempo, lo que le impide ser normal. Sí, por eso somos extraordinarios, por eso somos los mejores. Lo único que nos falta es todo lo demás. No nos espera una mujer en casa, con una copa y un beso. Eso no va a suceder».
He aquí un ejemplo de diversidad. Así como «lo normal» es elegir la vida por encima del trabajo, también puede ser que, para algunos, la ecuación sea inversa: su vida es el trabajo, la pasión que lo mantiene vivo.
No se trata del trabajo que mata por exigencias externas y que llevan al suicidio, como el llamado «karoshi» en Japón o los suicidios en Francia y en otras partes del planeta. Este tipo de personas también existe en este mundo. Algunas lo descubren cuando se jubilan. No tiene nada que ver con el talento, que es otra cosa, funcional a los objetivos de una empresa, sino con la vocación, cualquiera sea ésta. «Lo normal» no puede ser una norma. Precisamente, por la diversidad que encontramos en la sociedad.