Gritos, llantos y pataleos que arrancan alrededor de los 2 años y terminan a mediados de los 3; claves para no agotarse y modificarlos desde el principio.
Del bebito paquete amoroso que se la pasa el día en el cochecito y con quien es posible tomarse un café corto en paz, los padres se van encontrando con un/a hijo/a que de a poco se desarrolla y va adquiriendo habilidades que lo hacen independiente. El encanto del bebé se cambia por la fascinación de un niñito que camina a los tropiezos y que comienza a balbucear algunas palabras. Todo parece hermoso, una promesa de diversión a futuro, una persona con quien interactuar y mantener pequeños diálogos extravagantes y siempre graciosos, al menos, para los padres. Sin embargo, a partir de los dos años y hasta mediados de los tres, esos bebitos niños en simultáneo se transforman, por momentos -varios al día- en seres desquiciados, autoritarios y fastidiosos. La palabra es tan famosa como temida entre las mamás y los papás con hijos de esta edad: los berrinches o rabietas.
Un día se tira al piso porque se le ocurrió que quiere ponerse una remera mojada que está colgada en el tender, otro día se arquea y grita porque pretende adueñarse del teclado de la computadora. Los peores casos suelen suceder en pleno espacio público cuando se encapricha con un juguete, golosina o escalón y no hay forma de hacerlo avanzar más que con mucha paciencia y serenidad cuando quizás el niño/a prefiere dejarse arrastrar con tal de no hacer caso.
Estos episodios suelen dejar un sabor amargo en el aire, no sólo en el caso del niño, sino -y sobre todo- en el caso de la madre o del padre que experimenta un pico de estrés tal que les consume la energía para lo que queda del día. Las madres/padres, protagonistas recurrentes de estas situaciones, sienten que no pueden más -así lo expresan todos-, que los berrinches los mortifican y los hacen sentir un fracaso como padres porque se la pasan retando a ese pequeño/a al que tanto aman.
Los peores casos suelen suceder en pleno espacio público cuando se encapricha con un juguete, golosina o escalón
Los peores casos suelen suceder en pleno espacio público cuando se encapricha con un juguete, golosina o escalón. Foto: Shutterstock
Lo primero que se debe saber es que no hay motivo para alarmarse: tanto los berrinches como el sentimiento de los padres son lo más normal del mundo. El desafío como educadores amorosos de ese hijo/a es aprender a ser dueños de la situación para evitar sentirse superados y enojados. El adulto, en estos casos, es la persona capaz, la que piensa, y la que por eso debe tomar el control del asunto y encaminarlo hacia senderos de paz.
Por qué se producen los berrinches
«Los berrinches suelen comenzar entre el año y medio y los dos años con el proceso de separación-individuación cuando el chiquito empieza reconocerse como un individuo separado de su mamá y se da cuenta de que puede tener ideas propias y diferentes de las de ella y defiende sus ideas con mucha fuerza», explica Maritchu Seitún, psicóloga especializada en crianza.
Durante esta etapa las palabras preferidas de los niños son ¡NO!, ¡MÍO!, ¡YO! que, en general, son pronunciadas entre llantos, gritos y pataleos. Lo importante para saber es que esta supuesta tiranía lejos de ser «a propósito» no es más que la búsqueda de su propia autonomía, el afán por construir su identidad como persona separada de sus padres. «Los berrinches constituyen un modo de comunicación característico de una etapa evolutiva en la que aún los niños no se han apropiado del lenguaje, lo cual no les da la posibilidad de expresar lo que les pasa o lo que sienten o de interpretar lo que las circunstancias les imponen, dejándolos en un estado de tensión y desasosiego altamente frustrante», señala la licenciada Mariela Lopardo, directora de Alojar Familia, Maternidad y Crianza.
Menos gritos y más abrazos
Las especialistas coinciden en aconsejar a los padres que lo mejor es mantener la calma frente a las rabietas: si alguno de los dos adultos se altera más que el niño, entonces, el conflicto se convierte en una escalada de desborde emocional que no ayuda a nadie. De acuerdo con la licenciada Mora Marengo del Instituto Sincronía, «cuando sucede este tipo de episodio de enojo intenso los padres deben saber autorregularse y permanecer tranquilos para que el niño encuentre el límite en ellos dentro del desborde».
Es cierto que por momentos puede tratarse de una decisión de tintes heroicos debido a que el cansancio deja consecuencias y una porción acotada de paciencia, pero lo cierto es que se trata más bien de un ejercicio que a fuerza de practicarlo en el tiempo se convertirá, quizás, en una virtud. «Lo que necesitan los niños en estos momentos es que se les transmita calma y contención en un abrazo suave que acote el desborde y que le aporte las palabras que ellos aún no poseen para nombrar sus sentimientos», indica Lopardo.
Eso sí, esto de ninguna manera significa que los padres permanezcan indiferentes al comportamiento del niño ni que permitan que se agote en su propio llanto, sino que logren ponerse en su lugar para comprenderlos. «No les hace bien que los mandemos a llorar solos hasta que se les pase, porque el mensaje que les transmitimos es que nuestro amor no es incondicional: ‘te quiero cerca si no gritás’, ‘no me gusta el pataletudo’. Y también ‘arreglate solo para calmarte’. No pueden calmarse solos, no tienen los recursos necesarios para hacerlo, lo logran pero con un costo alto para su identidad», advierte Seitún.
Se trata, entonces, de contener desde el amor pero sin ceder a lo que desea o pide de ese modo. La licenciada Eva Rotenberg, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y Directora de la Escuela para Padres Multifamiliar, asegura que «cuando el niño está en pleno berrinche no puede escuchar y que lo mejor es abrazarlo y tranquilizarlo».
Claves para desarticular rabietas
Además de abrazarlos y contenerlos desde el amor, hay otros recursos con los que se pueden contar para desarticular berrinches. La licenciada Marisa Russomando de Maternidad, Crianza y Familia los clasifica en tres categorías aconsejables:
Desvío de atención. La idea es llevar el foco hacia otro lado diferente del conflictivo. Aquí puede resolverse la situación, pero no se enseña al pequeño a aceptar los límites.
Negociación. Se trata de llegar a un lugar intermedio entre lo que pide el niño y lo que una quiere. Por ejemplo, si se encapricha con tener un paquete entero de galletitas en la mano, se le dan dos para que se conforme y se guarda todo el resto.
Fundamentación. Se intenta que en pleno berrinche el pequeño comprenda por qué se le dice que no. En general, se recomienda primero contener y calmar para luego explicar con pocas palabras la razón de la negativa.
La clave que los padres deben sostener durante la etapa de los berrinches es que el niño comprenda que no todo es posible y que lo que desea tiene un límite, que aprenda a frustrarse para que él mismo genere una forma de hacer recircular la energía con creatividad dentro de lo permitido. Por eso, ceder a las rabietas no es recomendado, porque, tal como señala Seitún, «cuando el chiquito descubre que tirarse al piso y patalear es el mejor camino para lograr su objetivo termina siendo una conducta aprendida que se repite como positiva».
¿Se pueden evitar?
En principio, y aunque surjan ganas de evitar situaciones en las que se sabe que es posible que se produzca una rabieta, las especialistas aconsejan no evitarlas sino intentar que los pequeños vayan aprendiendo a controlar los berrinches y logren expresar con palabras lo que les pasa. Marengo señala que «es importante, a la hora de enseñar conductas deseables, tener en cuenta los refuerzos que se le dan al niño. Por ejemplo, reforzar de manera positiva cuando el niño se comporta adecuadamente, felicitarlo, decirle lo que hizo bien. Cuando el niño presenta conductas no deseables, el adulto debe mostrarle su descontento y anticiparle que ese comportamiento tiene consecuencias. Siempre las consecuencias tienen que ser acordes a la edad del niño». En este sentido, Seitún aconseja que las consecuencias no duren más de dos o tres minutos: «no vale la pena insistirles con el enojo cuando ya pasó, son chiquitos y se asustan mucho con el mismo lío que arman, necesitan confirmar que los queremos y que ya está».
Ahora bien, el no evitar los berrinches implica una tarea intensa en la implementación de límites. La especialista de Alojar Familia explica que «en concordancia con las diferentes etapas del crecimiento, los límites se irán construyendo entre el ceder y el prohibir, acercando posiciones y generando acuerdos que puedan ser cumplidos por las dos partes. Cuando el berrinche se debe a que no se lo deja hacer algo peligroso, desde luego que el NO debe mantenerse. Si el NO tiene que ver con alguna situación como no comer una golosina, no mirar tele o no comprar algo que pide por la calle, el ceder o no ceder se debe evaluar según lo convencidos que estén los padres de que no es bueno que como otra golosina porque ya comió muchas, que no mire más tele porque lleva tres horas frente a la pantalla o que no se le va a comprar lo que pide porque no alcanza el dinero. Quizás los padres consideren que no es tan grave ceder y que por eso no se pierde autoridad».
En definitiva, se trata de no asumir posturas extremistas y rígidas, sino lo suficientemente flexibles para entender siempre cuál es el bien de los niños y tener claro que muchas veces el berrinche lo pueden tener los mismos padres y que, entonces, el límite terminará siendo funcional a las propias necesidades sin considerar las de los hijos. Al margen de todos los consejos, las expertas consultadas vuelven a coincidir en que se trata de una tarea regulada por el amor entendido como una forma de cariño que educa, que orienta, que ayuda y que enseña a construir vidas felices para nuestros hijos.