¿YO? ARGENTINO. Se utiliza como una forma de desprecio a la nacionalidad, atándola al desentendimiento, a la falta de solidaridad, de compromiso o de involucramiento con lo que pueda pasar a su alrededor. Enunciado siempre en primera persona, se lo utiliza usualmente como sinónimo de yo no me meto, o bien con un significado cercano al de no me hago responsable –ya sea de un acontecimiento sucedido o por suceder– expresando en este último caso un sentimiento equivalente al del lavado de manos de Poncio Pilato.
¿El origen de la expresión? Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-1918) era presidente Roque Sáenz Peña, quien proclamó la neutralidad de nuestro país. Al sucederlo dos años después, Hipólito Yrigoyen continuó esa política y la sostuvo con mayor rigor.
Esta situación sorprendió en Europa a muchos argentinos pertenecientes a las clases mas acomodadas, sobre todo hijos de estancieros que habían ido a pasear por “Tener la vaca atada” y también a otros que no eran tan ricos pero que, por su carácter de pintores, escritores, actores, músicos, habían obtenido becas o subvenciones para pasar una temporada de estudios en países como Francia, Italia o Alemania. Como el gobierno nacional se declaró neutral, no tomando partido por ninguno de los contendientes, los argentinos que se veían en dificultades para regresar a causa del conflicto bélico, ante cualquier problema que les pudiera surgir con las autoridades de esos países, sacaban a relucir su pasaporte y decían claramente: “Yo, argentino”, es decir, yo soy neutral, no tengo nada que ver con ninguno de los bandos en pugna. Esa frase, que a más de uno le salvó la vida o le permitió seguir haciendo lo que deseaba, perduró en el tiempo como sinónimo de “yo no tengo nada que ver” o “a mí no me involucren”.
Otra versión de esa expresión -tal vez menos conocida- de «¿yo? argentino», tendría un origen diametralmente opuesto y fue transmitido en forma oral hasta el día de hoy: la frase era gritada por los trabajadores, allá por el principio del siglo XX y su sentido era el de «soy argentino, tengo derechos». Cuando los obreros eran arrestados por la policía bajo el imperio de la «Ley de Residencia» (n° 4144, sancionada en 1902), dictada por Miguel Cané, que permitía la deportación de extranjeros con tan solo una orden policial, ellos -a los gritos- alegaban que no eran extranjeros y que debían ser respetados sus derechos.[