El 33% de los españoles reconoce no haber dicho la verdad para poder salir antes o entrar más tarde en pos de conciliar el trabajo y la vida personal
Suele afirmarse que existen las mentiras piadosas, pero solo es un principio. Lo importante es hacerse dos preguntas fundamentales ¿Piadosas para quién? ¿Cuál es su fundamento y causa?
En un artículo redactado por Elena Mengual en elmundo.es se revela que «el 33% de los españoles -no contamos con datos nacionales, pero los suponemos similares- reconoce haber empleado un pretexto falso para poder conciliar sus necesidades personales con los horarios de trabajo».
Las excusas son variadas. La mitad de ellas se refieren a consultas médicas (52%), indisposición o malestar (27%) o averías domésticas (17%) referidas a inundación, arreglo de cañerías, etcétera.
Mentir es un medio confortable para eludir el disgusto de quien tiene que recibir una mala noticia. Sucede en todos los ámbitos, sean éstos personales, organizacionales, políticos o las relaciones que fueran. Es decir, es piadoso para el que miente. Elisa Sánchez, coordinadora de un grupo de salud laboral del Colegio de Psicólogos de Madrid, señala: «No deja de ser coherente que, si tenemos dificultades para conciliar (el trabajo con la vida personal), mintamos, Y es un tema que tiene trasfondo: que sea necesario inventar una excusa para poder conciliar es un indicativo de que los horarios establecidos lo impiden».
Y agrega: «Si mientes para una actividad distinta que ir al médico, obviamente tienes miedo de que te pillen, lo que deriva al final en más ansiedad y preocupación». Todo lo cual crea un círculo vicioso que desemboca en el estrés y otras consecuencias derivadas y archiconocidas.
Toda esta concepción sobre el tiempo de trabajo es un anacronismo que proviene del siglo XIX, continuó durante todo el siglo XX y aún hoy sigue vivito y coleando. Hasta tal punto llegó el nivel del tema, que terminó siendo más importante «ver» trabajar, que el producto del trabajo. De aquí nacieron los rígidos controles de la tarjeta-reloj, hoy reemplazadas por otros medios más sofisticados, pero con el mismo fin: saber que el personal se encuentra presente en su lugar a la hora indicada y que no se vaya un minuto antes o más, porque sería un abuso. La versión más evidente de esta obsesión es la vigencia del premio por «presentismo».
Revisando la historia del trabajo desde una mirada actual, todo ello es un absurdo. La contabilización puntillosa del tiempo de trabajo solo tiene sentido en algunos casos como, por ejemplo, la presencia de todos en una línea de montaje tradicional, la puntualidad del docente (y los alumnos) al iniciar una clase, la convocatoria a una reunión programada. Pero hay una enorme cantidad de tipos de trabajo que se escapan a la cuenta de minutos.
Utilicemos otro ejemplo, con una palabra que se ha puesto de moda: contrafáctico. Podría aparecer una idea genial, con resultados imprevisibles en términos económicos, mientras un empleado o empleada se está duchando por la mañana. ¿Debiera contabilizar esos minutos, más los que le lleve desarrollar la idea mientras se seca con la toalla, como tiempo de trabajo, a agregar a sus vacaciones?
La medición por el tiempo ha caducado en el mundo del conocimiento, pero sigue siendo difícil de desarmar. Según Sánchez, antes citada, «Si la relación entre el jefe y los empleados es de confianza y no de control, no será necesario mentir».
La flexibilidad de horarios o el teletrabajo facilitarían el cambio de paradigma, pero ésta es la tarea más difícil de todas.
(fuente: http://www.lanacion.com.ar/1896692-mentiritas-piadosas-para-escapar-de-un-exceso-de-control-en-la-empresa)
Lectura sugerida por Presidencia del CA – Muchas gracias María Belén Gomez por aportarla.