Siempre esta altura del calendario es tiempo de balances y tiempo de propósitos. Es un momento que nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad familiar y sobre el lugar que le damos al trabajo para que no nos robe esa dedicación a lo que más queremos, precisamente nuestros seres queridos. En esta época en la que las responsabilidades laborales abruman, las presiones por alcanzar resultados son fuertes y la carrera contra el tiempo nos agobia, en ese intento por llegar a todo muchas veces dejamos de lado el sentido de lo que hacemos o dicho en otros términos «el arte de vivir» que nos lleva a compartir, disfrutar y acompañar lo que queremos con una mirada más de largo plazo que va unida a un auténtico desarrollo integral como personas.
En efecto, desde lo más íntimo de su ser, cada persona está llamada a alcanzar su plena perfección en el mundo laboral y en su ámbito familiar. Ambas realidades están íntimamente relacionadas: el trabajo se entiende en relación con las personas que uno quiere y, por tanto, se trabaja para la propia familia, en vistas a desarrollarla y a mejorarla. Esto supone trabajar con sentido, es decir, encontrar en ese quehacer un significado coherente con nuestros valores y con propósito de vida. Esto implica tener la posibilidad de elegir que querer hacer y en esa decisión hacerse a sí mismo y hacerlo pensando en los demás ya que en relación con otros es donde la persona se trasciende a sí misma.
Esto lleva a redescubrir que las relaciones en torno al trabajo pueden convertirse en un camino de entrega y donación a los demás, y eso solo es posible -aunque pueda sonar ridículo o pretencioso- cuando es realizado por amor, es decir, cuando se realiza buscando el bien del otro. Esto implica hacerlo con la máxima perfección técnica y humana posible de que uno es capaz. De esta manera el trabajo será una expresión de la propia persona, manifestación de su riqueza -también familiar-, y cauce de su propia donación para bien de los destinatarios de ese esfuerzo, aunque ellos no lo perciban. Así el trabajo se transforma en una entrega de uno mismo.
Por este camino, se entiende que cuando la ocupación laboral y sus frutos proceden de lo mejor de la persona, se procura un bien real en los otros de manera tal que el trabajo resulta mucho más íntimo y personal que la retribución material que se obtiene por él. Independientemente de la cantidad de «ceros» que acompañen esa remuneración, nunca el dinero será suficiente para perfeccionar personalmente a quien lo realiza, porque siempre permanece como algo exterior a él. Los frutos más importantes del trabajo quedan dentro de quien lo realiza, forman parte de él y acrisolan su calidad humana.
Si se realiza bien, con la adecuada perfección técnica y una buena cuota de amor y de servicio, está llamado a producir frutos incalculables de crecimiento personal. Por este camino es como se descubre su verdadero sentido.
Este es un muy buen momento para pensar qué sentido le damos al trabajo y a esa triple ecuación: ser-hacer-tener que nos lleva a tomar tantas decisiones a lo largo de la vida. Es buen momento para evaluar en qué medida ese trabajo que realizamos impacta positivamente en nuestras familias, no solo porque nos permite darle una mejor calidad de vida sino y por sobre todo porque nos hace mejores personas y más comprometidos con nuestras responsabilidades también con familiares.
La vida humana está necesariamente marcada por el tiempo. Estamos ante un tiempo de balances -que implica una mirada hacia el pasado- y sobre todo ante un tiempo de propósitos de cara al nuevo año porque el tiempo propio del hombre es el futuro. Necesitamos tener nuevos proyectos, nuevos deseos, nuevas aspiraciones. Con una actitud esperanzada tenemos que analizar con valentía la realidad y ponernos objetivos que valgan la pena.
Contando con la experiencia pasada podemos plantearnos: ¿Cómo hacer para que el trabajo no nos absorba? ¿Por qué no aspirar a disfrutar más tiempo con las personas queridas? ¿Por qué no proponerse dar buen ejemplo y respetar el tiempo que comparten los colaboradores con sus familias sin invadirlos con emails o presiones laborales? En última instancia, estas preguntas invitan también a detenernos a pensar sobre el sentido no solo del trabajo sino también del éxito.
El futuro lo escribimos con nuestras acciones y teniendo en cuenta nuestro propósito y sin olvidar que el éxito para que de verdad lo sea tiene que ser total, es decir, tiene que abarcar todas las facetas de nuestra vida: personal, familiar, profesional y social.
Directora del Centro Walmart Familia y Empresa del IAE.