
Tras casi una década de abrirse camino en soledad, la tarea de los payasos de hospital acaba de ser reconocida por ley
Con ocho años de experiencia en salas de internación infantil, el “doctor” Lino Ventolino sabe que su trabajo no siempre es fácil. En ocasiones los pacientes a los que visita, o sus familiares, están atravesando el peor momento de sus vidas; a veces los cuadros que los llevaron hasta ahí no tienen solución. Pero tantos años de oficio también le han enseñado que siempre hay algo que él puede hacer: una torpeza, una broma, una morisqueta logran ganarle terreno a la angustia y arrancar por un momento a esos chicos de la dolorosa realidad del hospital. Es por eso que aun cuando su trabajo despierta en algunos médicos cierto escepticismo, y tampoco cobra un sueldo por hacerlo, semana tras semana Lino Ventolino y decenas de otros payamédicos vuelven a calzarse el disfraz.
En un tiempo en que los médicos se encuentran en general sobrecargados y sin demasiado margen para sentarse un rato con sus pacientes, el trabajo de los payasos de hospital parece estar cobrando una relevancia cada vez mayor. De hecho no sólo son cada vez más los voluntarios que se acercan a las organizaciones que los nuclean sino que su tarea acaba de ser reconocida en nuestra provincia por una ley.
“A los chicos les mejora el ánimo; algunos empiezan a comer o levantarse de la cama. Los días que vienen los payasos exigen en general menos atención”
Sancionada el 13 de mayo pasado a partir de una de iniciativa del diputado Darío Golía (FPV), la norma incorpora la labor del payaso de hospital al sistema de salud bonaerense como una forma de “medicina complementaria” al establecer que cada servicio de terapia pediátrica deberá contar a partir de ahora con especialistas en el arte de clown. Y si bien no prevé ninguna forma de remuneración, constituye un enorme espaldarazo para los cerca de cuarenta voluntarios que actualmente desarrollan su tarea en el Hospital de Niños y en el Rossi de La Plata, como sucede también en el resto del territorio provincial.
DETRAS DE LAS NARICES
Aunque las narices coloradas y las pelucas de los payamédicos puedan engañar, detrás de ellas se encuentran en la mayoría de los casos voluntarios muy comprometidos con el ámbito de la salud y con una buena formación. “La mayoría de los que hoy integramos Payamédicos La Plata somos estudiantes de las carreras de Medicina o Psicología, pero también hay trabajadores sociales, acompañantes terapéuticos, músicos, amas de casa… En los últimos años se ha diversificado mucho el perfil de los que se acercan a la asociación”, cuenta Lino Ventolino, alter ego de Sebastián Lloinaz, él mismo un estudiante avanzado de Medicina y uno de los miembros fundadores del grupo local.
Al igual que sus compañeros, Sebastián tuvo que crearse un nombre de fantasía con el que se maneja cuando tiene puesto el disfraz. “En general buscamos que los nombres tengan que ver con la medicina o la salud porque de lo que se trata es de romper la aprensión y desdramatizar la situación del hospital”, cuenta Napoleona Neurotransmisora o Guillermina Rabazzano, una estudiante de Psicología que llegó hace cinco años al grupo atraída por el hecho de que su propuesta combinara tres de sus principales intereses: la solidaridad, la salud y el humor.
Aunque lo que la llevó a convertirse en payamédica era su deseo de ayudar, Guillermina asegura que lo que recibe es mucho más de lo que da. “A medida que te vas metiendo en esto, te das cuenta que la que más se beneficia del intercambio sos vos. Puedo posponer muchas cosas, pero las cuatro o cinco horas que le dedico a Payamédicos por semana no las toco jamás”.
UN REMEDIO CONTRA LA ANGUSTIA
“Cuando uno se interna en un hospital deja de ser protagonista de su vida para quedar sometido a lo que los médicos le tienen que hacer. Y al estrés y la ansiedad que eso genera, en el caso de los chicos con internaciones prolongadas se le suma además el desapego de estar muchas veces lejos de sus familias. Nuestro trabajo consiste precisamente en sacarlos de ese estado angustia a través del juego para trasladarlos al menos por un rato a otra realidad”, cuentan desde la asociación.
“La idea es tratar de sacar a los pacientes del estado de tristeza en que muchos están. Y para eso apuntamos a rescatar su subjetividad. Porque si bien hay muchas cosas que, por la situación en que se encuentran, no tienen más remedio que aceptar, esos chicos también tienen intereses y deseos”, explica Andrea Mastronardi, una estudiante de cuarto año de Psicología que integra Payamédicos desde hace dos.
Esos intereses, a menudo eclipsados por la angustia de la internación, es precisamente la puerta de entrada que Galenina, el personaje de Andrea, busca para acercase a los chicos o a sus papás. Pero lo cierto es que “no hay una fórmula ni una estrategia predeterminada; se trata más bien de usar el juego para construir algo en el momento y con lo que hay. Pero además producirlo entre ambos. Aun cuando lo que surja dure apenas un instante, los chicos se lo cuentan después a los padres y las enfermeras y esa alegría que se logró tiene un efecto multiplicador”, asegura Sebastián.
CHICOS Y GRANDES
Aunque la Ley prevé el desempeño de los payasos de hospital en el ámbito pediátrico, muchos de ellos también trabajan con pacientes adultos, lo que implica, como aseguran algunos, “un desafío mayor”. “La diferencia pasa básicamente por el hecho de que los nenes aceptan la propuesta del juego de entrada; mientras que a los adultos tenés que darles tiempo para que entiendan de qué se trata y se enganchen si es que tienen ganas”, cuenta Guillermina, quien estuvo trabajando en el Rossi, el otro hospital de La Plata donde Payamédicos tiene intervención.
Cualquiera sea el caso, ni ella ni sus compañeros intentan imponer la alegría a cualquier costo. Son conscientes de que muchas de esas personas atraviesan situaciones delicadas, algunas irreversibles y hasta terminales. Por eso golpean la puerta y piden permiso al ingresar en una habitación. Pero no sólo trabajan en habitaciones. Su tarea se extiende a los pasillos donde los padres esperan ansiosos; a las antesalas de los quirófanos acompañando hasta último momento a chicos que van a ser operados; y hasta con los médicos y enfermeras sometidos al estrés del hospital.
“Tratamos de construir con todo lo que nos cruzamos en el camino, porque la idea es transformar la realidad, incluso la del rechazo mismo”, explica Guillermina.
LAS INTERVENCIONES
Lo cierto es que los payamédicos tampoco se lanzan a ciegas en su búsqueda por distender la situación del hospital. Cada una de sus intervenciones está precedida por una reunión donde acuerdan cómo se van a manejar.
“Lo primero que hacemos al llegar es hablar con las enfermeras para que nos hagan lo que llamamos el pase de sala; es decir, que nos cuenten acerca de los pacientes que vamos a visitar. Para nosotros es muy importante conocer sus diagnósticos para eludir ciertas realidades que puedan resultar angustiosas. Después nos reunimos para planificar la intervención y recién entonces nos largamos a recorres el hospital”, cuenta Guillermina.
De la misma forma, al terminar el recorrido el grupo vuelve a reunirse para hacer el balance de la intervención e “intentar dejar todo ahí”. Y es que “si bien lo que te llevas en general son cosas lindas, a veces también entrás en contacto con realidades muy dolorosas y que no podés cambiar. Por eso es que nos reunimos al final, para hablarlas entre nosotros y no llevarlas a casa”, cuenta Andrea.
UN TERRENO A CONQUISTAR
Pese a que hace ya ocho años vienen trabajando en distintos hospitales de la Región, los payasos de hospital siguen sin alcanzar una aceptación general. Algunos establecimientos de salud y jefes de salas siguen viendo su tarea con cierto resquemor y es frecuente que no les permitan ingresar o limiten sus intervenciones a los pasillos.
“Hay un poco de todo –reconoce Sebastián Lloináz-: así como algunos te abren las puertas otros te miran mal. Depende del lugar”. Y lo mismo cuenta Guillermina: “nos pasa a veces que lo que hacemos no tiene buena aceptación por parte de algunos médicos, pero siempre se puede jugar un poco con eso y uno lo puede ver también como reto, un terreno a conquistar”.
Pero no menos cierto es que con el paso de los años son cada vez más los médicos que reconocen su trabajo. Y algunos de ellos no sólo valoran la propuesta de los payamédicos porque entienden que la salud trasciende las cuestiones biológicas sino porque se dan cuenta de que a los pacientes les hace bien. “A los chicos les mejora el ánimo; algunos empiezan a comer o levantarse de la cama –cuenta una enfermera-. Los días que vienen los payasos exigen en general menos atención”.
Con aceptación o sin ella, ahora existe una ley que reconoce su actividad, y para quienes vienen trabajando desde hace años por amor o convicción constituye un reconocimiento de la sociedad.
(fuente: http://www.eldia.com/informacion-general/el-reto-de-ayudar-a-sanar-con-la-alegria-60037)




