
El avance del tráfico intraempresas como componente primario del comercio internacional refleja una interdependencia mundial en el proceso de producción. En esta columna, el ex director general de la OMC sostiene que hace falta reexaminar la manera en que pensamos –y mensuramos– el comercio entre países. La interdependencia permite que sectores diferentes agreguen valor, y dificulta la implementación de barreras comerciales. La expansión de las cadenas de producción implica que la mayoría de los productos o servicios se montan con insumos de muchos países.
La actual expansión del valor global o cadenas de producción implica que la mayoría de los productos o servicios se montan con insumos de muchos países. Puede que todavía pensemos en términos de un mundo ricardiano de comercio internacional entre países. Pero en realidad la mayor parte del comercio hoy ocurre dentro de multinacionales de alcance mundial y sus proveedores. Los resultados de este “comercio en actividades” están por todas partes.
Con las cadenas de valor, ya no es necesario ser competitivo en producir determinado producto o servicio; basta con ser competitivo en una particular actividad. El peso creciente de los servicios en las carteras comerciales de los países y el avance de la tecnologia y el transporte están acortando rápidamente las distancias entre y hacia los mercados y creando nuevas oportunidades para todos los países de crecer mediante el comercio.
Hace veinte años, el 60% del comercio mundial ocurría entre países desarrollados (Norte–Norte), 30% entre desarrollados y en desarrollo (Norte-Sur) y 10% era Sur-Sur. Para el 2020, prevemos que se divida en tres partes iguales, con lo cual el peso relativo del comercio Norte–Norte se habrá reducido a la mitad en apenas 30 años.
Un dato interesante es que casi el 60% del comercio en bienes y servicios ahora esen intermedios, o sea, bienes usados como insumo en el procesos de producción. Una consecuencia importante de la integración de las redes de producción es que las importaciones tienen tanta relevancia como las exportaciones en cuanto a su contribución a la generación de empleo y al crecimiento económico. En 1990, el contenido importado de las exportaciones era el 20%; en 2010 era del 40%, y se espera que ronde el 60% en 2030. Por esta razón, aplicar en el mundo moderno medidas “proteccionistas” –tales como barreras a la importación– para proteger el empleo puede tener un efecto inverso en economías que dependen cada vez más de importaciones para completar sus exportaciones. Este relato ya está transformando el debate político sobre el comercio y debería llevar a tomar decisiones más matizadas y basadas en evidencias que reflejen mejor el impacto que el comercio puede tener en el crecimiento, el empleo y la innovación. En efecto, estamos asistiendo al fin de la pluricentenaria doctrina del “mercantilismo”, que proclamaba que la fortaleza económica de un país dependía de que pudiera exportar más de lo que importaba.
Todo esto confirma que el modo en que medimos el comercio debe cambiar. Nuestra metodología tradicional asigna el valor comercial total de una importación a un solo país de origen.
Esa era una fórmula adecuada cuando el comercio sólo involucraba bienes finales producidos a partir de insumos locales. Puede haber funcionado incluso cuando las materias primas importadas se procesaban en un solo país. Pero cuando se lo aplica a productos made in the world (“hechos en el mundo”) como el iPhone, esa metodología puede exagerar los equilibrios del comercio bilateral y subestimar dónde ocurre el agregado de valor. Esa incongruencia tiene dos resultados principales. Puede exagerar el comercio entre países, provocando un sentimiento anticomercio, y puede generar políticas que no reflejen el ritmo, dirección y realidad de la producción y el comercio mundiales. Para que las decisiones de políticas comerciales se tomen de modo informado es necesario tener una medida adecuada y basada en evidencias del valor verdadero del comercio.
Hace algunos años caí en la cuenta de que las negociaciones comerciales que se estaban llevando adelante en la OMC –apuntadas a modernizar las reglas internacionales de modo de reflejar mejor las realidades del siglo XXI– seguían basándose en una visión decimonónica del comercio internacional. Esto sin duda ha tenido algo que ver con las dificultades que esas negociaciones han tenido y siguen teniendo para llevar a una conclusión exitosa a la Ronda de Doha (aun cuando el reciente acuerdo de Bali es un bienvenido paso adelante). Pero cambiar las convenciones estadísticas internacionales lleva diez años, y no podemos esperar. Es por eso que les pedí a los estadísticos de la OMC que buscaran una manera de zanjar esa brecha con las herramientas estadísticas necesarias. Después de eso, la crisis financiera internacional del 2008–09 y el concomitante Gran Colapso Comercial han concentrado la atención de los analistas en la importancia de esta cuestión.
Los estadísticos esencialmente tienen que reiventar el sistema de cuentas nacionales para tomar en consideración la interacción sectorial entre las diferentes zonas del mundo. La idea básica es simple y data de los trabajos del premio Nobel Wassili Leontief en los años 60. Se crea una gigantesca matriz internacional insumo producto para describir todo el comercio intersectorial que precede a la producción y consumo de un producto o servicio final. La idea puede ser simple, pero llevarla a la práctica es complicado.
Sin entrar en detalles, la implementación de esa herramienta requiere no sólo la adecuada armonización de las cuentas nacionales de cada una de las partes, sino también un análisis detallado del uso de los bienes y servicios comerciados, sea para consumo o para inversión, o para un nuevo uso en nuevos procesos productivos. Este último caso es, por cierto, crucial, debido a que es indicativo del comercio internacional en el contexto de las cadenas de valor: se importa un producto intermedio –ya sea un bien o un servicio– al cual se le agrega valor antes de reexportarlo o usarlo domésticamente, sea para consumo o para su incorporación en un nuevo proceso productivo.
El conocimiento del contenido de valor agregado de las exportaciones provee un medio para evitar la contabilidad duplicada cuando componentes intermedios atraviesan varias fronteras antes de llegar a su destino final. También permite determinar la porción del valor comercial registrada en cada punto de aduana que esatribuible al país exportador –o sea, el procesamiento de insumos importados– y qué constituye reexportación de componentes extranjeros. Esta agregación de valor puede ser, además, desglosada entre bienes propios del sector directamente responsable de la exportación y aportes indirectos de valor agregado atribuibles a proveedores domésticos de la empresa.
El Ministerio de Comercio e Industria de Japón ya ha hecho algún trabajo pionero en el comercio intersectorial del sudeste de Asia, que fue suplementado por lo que se conoce como la iniciativa World Input-Output Database (WIOD, o Base Mundial de Datos Insumo Producto), un proyecto europeo coordinado por la Universidad de Groningen, en Holanda. Gracias a ese proyecto, se han realizado importantes avances estadísticos. La OMC se asoció con la OCDE para poner en marcha la cooperación en nuevos trabajos estadísticos y analíticos. Para fines del 2012, ese trabajo sobre la metodología habia hecho suficientes progresos como para que la OCDE y la OMC decidieran poner a disposición del público en general una base de datos de comercio internacional medido en términos de valor agregado.
En primer lugar, proveen un mapa del comercio internacional que difiere mucho del anterior. Tomemos el ejemplo de los servicios. Los servicios suelen ser vistos como el pariente pobre de la globalización; hasta la agricultura, que representa el 7% del comercio internacional, recibe más atención. Y sin embargo, si echamos una mirada a de dónde viene hoy el valor agregado en el comercio internacional, con toda frecuencia encontrararemos a un proveedor de servicios. De hecho, los servicios son el corazón de la cadena de valor, sean nacionales o internacionales, dado que la provisión de servicios industriales o comerciales tales como tecnología de la información, factoring, marketing, logística, montaje y distribución, servicio post venta, etc., por lo general se subcontrata.
Por lo tanto, los servicios son los principales contribuyentes al comercio mundial, mientras que la participación de la industria manufacturera declina en la misma proporción.
Fuente: IECO (http://www.ieco.clarin.com/economia/Hecho-mundo-comercio-hoy_0_1056494709.html)




