Ejemplo. Quedó parapléjico a los 11; hoy promueve el deporte como motor de superación

Fue un domingo por la noche. Tenía tan solo once años pero, en cuestión de segundos, su vida cambió para siempre. Corría noviembre y la familia Fernández volvía a casa. » Mi papá había trabajado todo el día y se quedó dormido mientras manejaba. Perdió el control del auto y chocó. Así fue el accidente. Yo me desperté atrapado dentro del auto y recuerdo que quise ayudar a mi familia y no pude mover las piernas«, dice Alejandro. A la mañana siguiente, un equipo médico del Hospital General de Niños Pedro de Elizalde, en el barrio porteño de Constitución, intentó en una larga cirugía devolverle la movilidad a sus miembros inferiores. Pero el daño había sido irreversible.

Su infancia transcurrió como la de «cualquier chico en silla de ruedas». Alejandro asistió al colegio y terminó séptimo grado en el Colegio Cristo Rey de Caseros, en la provincia de Buenos Aires. «Mi vida fue normal como todo chico en una silla de ruedas. Terminando la secundaria, en esa época, uno era el bicho feo del curso. Después empecé a estudiar en la Universidad Tecnológica Nacional y también a trabajar».

Y fue recién a los 28, cuando se sintió económicamente estable, que Alejandro tuvo curiosidad y decidió visitar el Instituto de rehabilitación psicofísica (IREP) -en Belgrano- para saber qué actividades hacían quienes tenían, como él, alguna dificultad motriz. Porque, aunque nunca había permitido que su discapacidad se interpusiera en su búsqueda de progreso académico y profesional, nunca imaginó el potencial que también tenía en otros ámbitos. Fue en ese momento que, a través del Centro de Inclusión Libre y Solidario Argentina (CILSA) y de visita en el IREP, descubrió el básquet en silla de ruedas. El sonido de la pelota picando en el parqué y la adrenalina que le generó el deporte lo pusieron ante un nuevo desafío.

«Cuando comenzás a hacer un deporte, la mente se abre por completo. El deporte me hizo entender que había hecho -y que estaba haciendo- las cosas bien, que no era un bicho raro. También aprendí sobre la disciplina, la perseverancia, el compromiso y el cuidado de uno mismo en diferentes aspectos».

Con ese espíritu, Alejandro logró formar parte del Seleccionado de Básquet en Silla de ruedas de Argentina y llevó la camiseta oficial durante diez años. La actividad deportiva le había abierto los ojos hacia una variedad de asuntos que le interesaba mejorar. «Recuerdo que en CILSA, a un chico de 15 años lo traía el papá, le armaba la silla de ruedas, le daba el almohadón, le buscaba la silla de ruedas de básquet que estaba a 50 metros. Si el pibe puede jugar básquet, ¿cómo no va a ir a buscarse la silla?», explica. «Ese padre al menos lo había traído al club, pero otros no quieren sacar a sus hijos de la casa. Entrar en contacto con otras discapacidades encontré que hay muchas falencias. Se limitan y los limitan mucho y me di cuenta que el deporte puede ayudar un montón».

Por eso comenzó a dar charlas en colegios. Con su historia como disparador, animaba a los chicos a superarse y a tener en el deporte un aliado para proponerse desafíos. «Los chicos con discapacidad viven muy sobreprotegidos, en una burbuja, porque los padres tienen miedo. El deporte les ayuda a estar más abiertos a recibir información, a conocer su cuerpo, a interactuar y a saber que pueden».

Gracias al básquet, Alejandro también conoció a su esposa Cecilia. «La conocí en una reunión de amigos. La invité a ver un partido básquet. Confieso que fue un poco engañada. No quería decirle que era una salida. Después sí la invité formalmente. La pasé a buscar con el auto y salimos a tomar algo», dice entre risa. Y desde entonces están juntos.

Espíritu aventurero

Alejandro sintió que había cumplido una etapa en el básquet y se propuso investigar nuevos terrenos con su cuerpo. Navegando en Internet encontró una bicicleta de ciclismo adaptado (una disciplina en la que la bicicleta cuenta con tres ruedas, dos de ellas traseras para dar más estabilidad y los pedales, que no son impulsados por los pies sino por las manos, por encima de la rueda delantera). «Vi que era duro de tener una buena velocidad, arranque a 20 km/h. Lo atractivo de ver ciclista con los brazos es que, con buen entrenamiento, puede ir a la par de un ciclista que lo hace con sus piernas aunque el grupo muscular de los brazos es muy inferior al de las piernas. Hoy, con 8 años de entrenamiento, siento que soy un ciclista».

Alejandro entrena martes, jueves y sábado sobre su bicicleta y lunes, miércoles y viernes realiza gimnasio cerca de su casa, en San Martín. Allí, en la semana, trabaja junto a su hermano en una gráfica de 8 a 18.

Además de sentir que le abrió las puertas para hacer visible la discapacidad fuera de una cancha de básquet, Alejandro asegura que el ciclismo lo llevó a competir en diferentes pueblos de la Argentina y generar entusiasmo para mostrar que el discapacitado puede salir a hacer deporte. El mes pasado, de la mano de su entrenador, recorrió por sexta vez los 50 km entre Pichi Traful y San Martín de los Andes en el marco de la carrera La Unión Siete Lagos, Gran Fondo de la Patagonia. «El próximo objetivo es poder participar de la Copa del Mundo en Brasil. Para eso hay que entrenar duro. Confío en poder llegar».

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/ejemplo-quedo-paraplejico-11-hoy-promueve-deporte-nid2312904

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