(f) El presidente de Cabelma, Daniel van Lierde, la firma que recupera el plástico para nuevas botellas, lamenta la falta de una política industrial.
Hace equilibrio, parado sobre la plataforma del autoelevador que lo ayuda a llegar a la cima de los fardos de botellas de plástico rescatadas de la basura. Alcanza la meta, y allí arriba está listo para la producción de fotos que le propone LA NACION. Daniel van Lierde es dueño de Cabelma, la empresa fabril fundada por su padre en 1952 con el nombre de Compañía Argentina Belga de Maderas.
Sobre eso de hacer equilibrio, parece conocer bastante. Continuador de la actividad de una firma familiar que con el tiempo cambió la madera por el plástico para producir contenedores para la industria, Van Lierde sostiene que en la Argentina «no existe una política industrial» y lamenta que cada gobierno llegue y decida qué hacer sin que se instalen políticas de Estado para el largo plazo. Esas condiciones, que -advierte- dejan sin financiamiento a la industria, no lo desalentaron para emprender el largo camino que llevó a la apertura, dos años atrás, de Cabelma PET, la unidad de negocios dedicada a reciclar botellas, de las que se apilan cientos de miles en el predio de la planta, en la localidad de Pacheco.
El proceso no fue fácil; con la inversión hecha (de US$ 27 millones) y el producto probado y aprobado por los posibles clientes, el Gobierno demoró la habilitación de la planta, que pasó nueve meses sin operar. Finalmente, las primeras partidas salieron en diciembre de 2011 y Van Lierde recuerda como «injusta» esa demora, que legó complicaciones.
Cuando las botellas usadas entran en el proceso, deben en primer lugar descontaminarse. Luego se descomponen y quedan convertidas en pequeñas escamas plásticas y después en pellets de PET, que es el producto que se entrega a los clientes para la producción de las preformas (tubitos con roscas) que se convertirán en botellas. Los principales clientes son Coca-Cola y Danone, que comercializan bebidas en envases fabricados parcialmente con material reciclado. En el país se consumen 200.000 toneladas de PET al año, de las cuales unas 150.000 están en botellas. La planta de Cabelma, única habilitada a reconvertir el material para volver a contener alimentos, procesa 1,5 millones de botellas por día, lo que permite una producción de unas 12.500 toneladas al año.
La diferencia entre el consumo y el reciclado da cuenta de un enorme daño ambiental latente, por la acumulación de plásticos en basurales. «Como la botella usada es materia prima, se estima que en PET se entierra un capital de US$ 80 millones por año, más lo que todo eso implica en no generar las fuentes de trabajo asociadas y en no tener un ahorro de energía [que permite esta producción] y de divisas por lo que debe importarse», dice Van Lierde, en referencia al insumo para el PET virgen que produce la firma Dak Americas, instalada en Zárate.
Cabelma negocia una asociación con Dak, según cuenta el empresario, por la cual el 49% de la firma de reciclado pasaría a manos de esa compañía de capitales mexicanos. La operación permitiría concretar la ampliación de la planta, que logró su equilibrio pero que necesita un empuje para operar en su capacidad potencial, que quintuplica la producción actual. Para ese objetivo, también hace falta que exista un mercado amplio del material recuperado, con un sistema que incentive la recolección y con empresas que lo demanden para sus envases.
Un paso para eso, afirma Van Lierde, es contar con una ley de envases.
-¿Qué debería decir esa ley?
-Un punto es que el que consume en envase descartable sea responsable del costo asociado, con un impuesto específico, porque se produce más basura y nadie paga el costo que eso significa. Nosotros hablamos de una ley de depósito, para que se junten las botellas en los puntos de venta con un sistema eficiente; que se pague por las que se devuelvan. No se va a juntar todo, pero sí va pasar que, por ejemplo si quedaron tiradas en la calle, pasen unos chicos y las junten para llevarlas al supermercado y poder comprarse caramelos. Hoy, si no fuera por el hecho fortuito de que existen los cartoneros, no se podría reciclar nada.
-Sobre el impuesto, desde el punto de vista del consumidor se podría decir que el producto ya tiene un componente alto de carga fiscal y habría uno más.
-Sí, pero este estaría específicamente destinado a un tema de medio ambiente. Si no hacemos algo, vamos a seguir juntando basura, ¿cuándo vamos a tomar una decisión? Tiene que haber leyes por cada tipo de envases, porque no es lo mismo por ejemplo el tetra que las botellas. Hoy al tetra se le da usos alternativos, que no es lo mismo que reciclar. En el caso del PET es posible hacer botellas 100% recicladas, pero por el tema de la recolección eso es hoy utópico. En su momento, nosotros le dijimos a Coca-Cola que íbamos a hacer algo virtuoso, con un material que le costaría el mismo precio que el virgen.
-¿Y cierra así el negocio?
-Sí, cierra perfectamente. Pero no sabemos cuál va a ser el precio de los próximos meses y eso es un estrés, porque este es un país donde el dólar sube más, sube menos. Ahora tenemos aire, pero hasta hace unos meses todos tenían inflación, todos los proveedores pedían más y nosotros no recibíamos más. Hay un tema en eso de cómo nos llegan las botellas; en la Argentina, producto de la crisis, hay personas de capas sociales bajas que están en este tema [de la recolección] y de ellos y de su esfuerzo dependemos. Pero en general, la basura va a ser siempre basura si no hay demanda. Por eso, si una ley dispone que se debe incorporar material reciclado en los envases en forma progresiva, ahí se empezaría por algo? Hasta que no sea compulsivo el uso de material reciclado no hay solución para la basura, van a ser experimentos basados en la buena voluntad de empresas o individuos, pero no algo sustentable hecho por una sociedad interesada en el medio ambiente.
-¿Cuánto produce Cabelma PET?
-Al año, 12.500 toneladas. El consumo en el país es de 200.000 toneladas al año y 150.000 van a botellas. Son 12 millones de botellas por día, 500.000 por hora. Acá procesamos diariamente 1,5 millones y la planta fue pensada para llegar a 60.000 toneladas. Para empezar a operar tuvimos que trabajar en varias cosas: como la basura es diferente según de donde provenga, hicimos un mix de diferentes provincias y mandamos material a Estados Unidos y a Europa, que se procesó en diferentes plantas. Se hizo además un cambio en el Código Alimentario Argentino. Todo esto en un contexto en que, por el default de la Argentina no conseguimos crédito y además tuvimos que pagar un IVA en el puerto por los equipos, que no fue devuelto.
-¿Cuánto les pagan a los proveedores y quiénes son?
-Hoy se paga $ 4,20 el kilo de fardo [hace un año, $ 2,70]. Pero ahí vienen tapitas, etiquetas, líquido, todo tipo de residuos que quedan ahí y entonces lo que sirve pesa mucho menos. Esto significa que tenemos costos ocultos. Hay un solo estado provincial, San Juan, que tiene una política para clasificar la basura. Les compramos a ellos, a cooperativas, al Ceamse, a algunos municipios. También al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que está interesado en resolver el tema. Pero no recibimos todo el material que nos gustaría recibir de la ciudad. Hay cuatro cooperativas centrales que juntan botellas y a nosotros nos venden una fracción chica.
-¿Qué pasa con el resto?
-Se va a China y allá reciclan. Se va en los contenedores que llegan llenos de productos y después quedan vacíos, porque los cereales exportados van en otros contenedores. En China hacen fibras de poliéster y confeccionan prendas. Es una picardía que ellos se lleven el material a precio de basura y le den valor agregado y no lo aprovechemos acá.
-¿Cómo evalúa la actualidad de la industria en el país?
-La política industrial no existe. Cada gobierno que llega decide qué quiere hacer; no hay un Estado, una sociedad y una comunidad de partidos políticos que consideren a la industria -como pasa también con otros sectores- para una política de largo plazo. La industria está pensada para tener vida larga y por eso necesita amortizaciones a largo plazo, pero uno no sabe qué va a pasar en dos, tres o cuatro años. Una medida importante que sí se tomó es que 5% de la capacidad prestable de los bancos debe ir a la industria. Porque uno de los problemas es que no hay financiación; nosotros recibimos el diploma del crédito del Bicentenario y no lo pudimos monetizar. Y esa medida es compulsiva porque los bancos de buena gana no prestan: por el tiempo de retorno de capital en la industria, hay riesgos de crisis.
-¿Cómo evalúa el rol ejercido por el empresariado?
-Los empresarios estamos en una sociedad que nos contiene y nos identifica. Así como decimos que la representación política y sindical es pobre, la representación industrial es pobre. Somos jugadores individuales, como la mayoría de las personas que integran esta sociedad. Necesitamos ser más solidarios, más participativos. También creo que los empresarios no nos hemos hecho conocer por la sociedad y no somos valorados en líneas generales, cuando en realidad somos generadores de inversión, empleo, riqueza, oportunidades. No es que la sociedad esté equivocada, pero no hemos sabido hacer valer lo que somos y cuál es nuestro rol.
-¿Cómo ve el tema del dólar y la devaluación que se está dando en estos días?
-Más allá de la coyuntura, creo que estar viendo lo que pasa con el dólar es ver las consecuencias. Creo que al dólar lo han hecho más apetecible al haberlo prohibido.
Profesión: licenciado en Economía
Edad: 58 años
Actividad: como empresario, dio continuidad a la compañía Cabelma creada por su padre e incursionó en otras ramas. Fue embotellador para Coca-Cola en varias provincias.
En la empresa Cabelma trabajan 340 personas, de las cuales 120 están en la planta de reciclado de PET. El tereftalato de polietileno (tal su nombre completo) es un material que puede ser reutilizado una cantidad ilimitada de veces.
Fuente: La Nación Por Silvia Stang
(extraido de Boletin informativo ERRE – 13/2/14)