En los controles en vía pública nos dicen que van a verificar que cantidad de alcohol en sangre tenemos pero sin embargo nos miden la concentración de alcohol en el aire que expiramos.
Desde la puesta en marcha de las primeras máquinas que se movieron por las calles de Europa, el tema del consumo de alcohol y la conducción se convirtió en un problema difícil de solucionar y también difícil de controlar. Los autoridades de control y los agentes de tránsito no tenían aparatos que sirvieran para medir y determinar que tan alcoholizada estaba una persona. El método original para determinar el nivel de intoxicación alcohólica de un conductor eran las denominadas “pruebas de sobriedad”. Para dichas pruebas, el sospechoso debía demostrar su sobriedad al realizar pruebas de coordinación, como caminar derecho o pararse en un solo pie. Actualmente se siguen utilizando como un método preliminar antes de pasar al control con alcoholímetro.
En 1938 el profesor de la Universidad de Indiana, Rolla Harger, inventó el Drunk-o-meter, que se convirtió en el primer instrumento que podía entregar una prueba estable para medir los niveles de alcohol a través del aire exhalado por una persona. La invención se produjo en un momento en el que el alcohol era una cuestión política importante ya que se daba justo al final de la época de la prohibición, cuando la fabricación, venta y transporte de alcohol fueron prohibidos en los EE.UU. Para utilizar el Drunk-o-meter, la persona que estaba siendo evaluada debía ser trasladada a un centro de salud para hacerla soplar dentro de un globo. Luego, el aire del globo se liberaba en una solución química. Si había algo de alcohol en el aliento, la solución química cambiaba de color. A mayor cantidad de alcohol en el aire exhalado mayor era el cambio de color de la sustancia en cuestión. El nivel de alcohol en la sangre de una persona podría entonces ser estimado por una ecuación simple.
La invención del Drunk-o-meter permitió que en 1939, Indiana se convirtiera en el primer estado en establecer un nivel de contenido máximo de alcohol en la sangre para determinar el estado de ebriedad. Dicho límite se estableció en 1,5 grs. de alcohol/litro de sangre, exactamente el triple del máximo permitido actualmente en nuestro país.
Sin embargo, el invento del Dr. Harger fue superado por uno de sus alumnos. En 1954, Robert Borkenstein, presidente del departamento de administración de la policía de la Universidad de Indiana, inventó un instrumento más funcional llamado “Breathalyzer” o “alcoholímetro” por su traducción en español. Por lo tanto es importante aclarar que la palabra “alcoholímetro” es una marca. El término correcto para denominar al aparato que sirve para medir la concentración de alcohol en sangre es “etilómetro”.
El alcoholímetro de Borkenstein es un dispositivo portátil, ahí radica la primera de sus virtudes, que puede determinar si la persona que está siendo controlada está legalmente alcoholizada o no, esa es su segunda y tal vez más importante virtud, ya que es aceptada como medio de prueba en juicio.
El Alcoholímetro mide la proporción de vapores de alcohol en el aire expirado, una proporción que refleja el contenido de alcohol en la sangre. La pregunta que surge inmediatamente es ¿Cómo puede ser que un aparato que mide la cantidad de alcohol en el aire expirado determine la cantidad de alcohol en sangre? La explicación es la siguiente:
Todo empieza a comienzos del siglo XIX, con el inglés William Henry (1775-1836) y su ley de los gases. Basándose en sus experiencias sobre la cantidad de gas absorbida por el agua, a diferente temperatura y presión, Henry, formuló en 1803 la ley que regía este fenómeno físico-químico cuyo enunciado dice que, a temperatura constante, la cantidad de gas disuelta en un líquido es directamente proporcional a la presión parcial que ejerce ese gas sobre el líquido. Gracias a esta ley, algo más de un siglo después, en 1930, el equipo del farmacólogo sueco Goran Liljestrand, pudo determinar que la cantidad de alcohol que se expelía por el aliento, guardaba una proporción de 2000:1 con el alcohol que contenía la sangre. Una dependencia cualitativa en la que todos coincidían, si bien había cierta discrepancia desde el punto de vista cuantitativo.
Con posterioridad, en 1950, Harger, Forney y Barnes establecieron, con mayor precisión, un nuevo valor para esta proporción de alcohol entre aire y sangre que se determinó en 2100:1 y que una comisión internacional terminó aceptando como oficial en 1972. Sin embargo a los fines prácticos se utiliza la decimonónica de Liljestrand, la de 2000:1. Quizás por ser una proporción más “redonda” y fácil de manejar, pero que obviamente, en términos estadísticos, ofrece una tasa de alcoholemia ligeramente superior a la real.
Para que quede claro, en dos mil cien mililitros (2100 ml) de aire exhalado hay la misma cantidad de etanol que en un mililitro (1 ml de sangre), o lo que es lo mismo, en poco más de dos litros de aire exhalado hay el mismo contenido etílico que en la sangre que cupiera en un dado hueco.
Por eso, cuando el agente de tránsito le dice “sople, sople, sople!” no se enoje, es porque debe conseguir el pasaje de algo más de 2 litros de su aire para lograr la equivalencia que determina su alcohol en sangre. Además piense que gran parte de la solución al problema de conducir alcoholizado se encuentra en incrementar los controles y hacerlos inteligentemente, en lugares sensibles como son las proximidades de centros gastronómicos o de esparcimiento nocturno de TODO el país.
Por todo lo anterior queda más que claro que el mejor método de control, el más preciso, es la extracción de sangre ya que de esa forma se descarta cualquier error que pueda producirse por el uso de enjuagues bucales, el consumo de vinagres o cualquier otra sustancia que sea detectada por un etilómetro sin que en realidad esté afectando a nuestro organismo.
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Fuente: Gabriela Picabea
Ing. Fabián Pons
PRENSA OVILAM
Presidente de OVILAM.