Pongamos por caso a la Argentina. Pensemos que algunos de sus principales retos en un mundo cambiante e hiperinterconectado tiene que ver con la necesidad de incrementar nuestras habilidades y conocimientos, nuestra innovación y creatividad. Porque si los argentinos queremos prosperar en un entorno global y dinámico, es vital que demos lo mejor de nuestros recursos. Pero, ¿cuáles son?
Los Estados y las instituciones en general tienen un rol primordial en la creación de un contexto en el que cada uno (otra manera de decir «todos») tenga la oportunidad de florecer, es decir, dar lo mejor de sí. La prosperidad personal y de la comunidad, la igualdad y la justicia social en nuestro país va a depender del aprovechamiento cabal del talento de sus ciudadanos. Alentar y colaborar unos con otros para potenciar sus capacidades será crucial para el devenir personal pero también social, es decir, nuestro futuro crecimiento y bienestar. Pensémoslo unos momentos.
La ciencia ha progresado asombrosamente en las últimas décadas y permitió tener a disposición de los decisores políticos y económicos renovados conocimientos para brindar apoyo a las personas, a las familias y a las organizaciones en la construcción y mantenimiento de su bienestar y capital mental. Es que uno y otro están íntimamente relacionados.
¿A qué llamamos «capital mental»? El capital mental abarca los recursos cognitivos y emocionales de una persona: su capacidad cognitiva, de aprendizaje flexible y eficiente, las habilidades sociales y de adaptación frente a los desafíos y tensiones del entorno. Por lo tanto, condiciona su calidad de vida y la manera en que es capaz de contribuir eficazmente a la sociedad. Por su lado, el bienestar es un estado dinámico que se ve reforzado cuando somos capaces de cumplir con nuestros objetivos personales y sociales y logramos un sentido dentro de la sociedad.
Diversos factores afectarán drásticamente al país en las próximas décadas y es necesario tenerlos en cuenta ya. Por ejemplo, la esperanza de vida aumentará de manera impactante. Nuestro concepto de lo que constituye la «vejez» cambiarán y las nociones de «retiro» se resignificarán en respuesta a la vida más extensa.
Como ya nos referimos en otra columna en este diario, debemos pensar cómo asegurar que el número creciente de personas mayores mantenga en las mejores condiciones su «capital mental» y, de esta manera, preservar su independencia y bienestar. También debemos tomar decisiones para fortalecer ese capital mental y que la sociedad en su conjunto pueda aprovechar de ese recurso invalorable. Esto, además de fructífero en sí, también es una estrategia muy eficaz para revertir el torpe estigma de la vejez.
Por otra parte, las nuevas tecnologías y la globalización seguirán presentando grandes desafíos a nuestra economía y nuestra sociedad cada vez más basada en el conocimiento. Los niveles de habilidades serán críticos para la competitividad y la prosperidad. Para esto será crucial la formación permanente y la promoción de contextos creativos y de innovación para que todos, cumplamos la función que cumplamos, podamos potenciar nuestras capacidades. La preparación para hacer frente a los nuevos desafíos tiene que comenzar temprano en la vida fomentando la mejor disposición para aprender.
Ligado a esto, el otro punto fundamental tiene que ver con la educación. La relación entre ciencia y educación puede potenciar el rediseño de políticas educativas y programas para la optimización de los aprendizajes en el mundo actual. Neurocientíficos y educadores, por ejemplo, trabajando interdisciplinariamente pueden contribuir en la búsqueda de respuestas sobre algunas claves del desarrollo de nuestros niños y jóvenes: cómo piensan, cómo sienten, cómo es un cerebro en desarrollo. La inversión en educación de calidad redunda con creces en el capital mental de la sociedad. Esto que parece obvio desde el juego de palabras y desde el sentido común, debe plasmarse como prioridades de nuestra sociedad argentina y que eso se constituya en pilar y política de Estado. De verdad.
La Argentina actual está tejida de una multiculturalidad creciente y un cambio de estructuras familiares y sociales que nos deben impulsar a una interacción cada vez mejor entre nosotros. Se trata de una gran oportunidad para reconocer más la virtud de la diferencia y, también, para conformarnos como sociedad integrada. El éxito en esto puede promover un ciclo virtuoso de oportunidades, mayor inclusión y cohesión social; el fracaso, por su parte, puede alimentar tensiones, aumentar la fragmentación de la sociedad y la exclusión social. No podemos fallar en esto.
Sigamos poniendo por caso a la Argentina nuestra. Debemos estar convencidos de que aquella política que priorice el capital mental es la que nos llevará al desarrollo y, de esta manera, cumplir con uno de los objetivos que nos exige el preámbulo de la Constitución Nacional: la promoción del bienestar general.
Fuente: Facundo Manes PARA LA NACION.